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ARTE

El «mannequin challenge» del Maestro Mateo

Hasta catorce de las esculturas originales del Maestro Mateo que fueron retiradas en su día de su emplazamiento en el Pórtico de la Gloria conforman una magna exposición en el Museo del Prado

Abraham Coco

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Cuando en los próximos meses concluya la restauración del Pórtico de la Gloria volveremos a los pies de la Catedral de Santiago y aplicaremos las enseñanzas de Álvaro Cunqueiro en 1953: «Todas las figuras de Mateo son desconocidos, misteriosa gente que él ha visto cruzar por los puentes que construyó, y con un carbón debió dibujarlos una y mil veces, curioso de tan pasajera y significativa belleza, de un remoto misterio, de una cabellera o una mirada […]. Debió conversar con muchos de ellos, y por eso el pórtico está hecho de diálogos , y un oído atento podrá más de una vez recoger noticias de sucesos, confesiones y sorprender oscuras nostalgias».

Hasta entonces, la Sala 51B del Museo del Prado ofrece una oportunidad similar. En ella se reencuentran, en una exposición temporal, vetustos amigos que un día habitaron Compostela. Hablan, pero hay que descifrar el lenguaje con el que, más de ocho siglos después de ser tallados en duro granito, se expresan. Las piezas que componen esta muestra sobre uno de los genios del Románico formaron parte del conjunto y se despidieron una mañana hacia 1520, cuando fue desmontada la fachada del templo para ser cerrada con puertas. Cada una peregrinó en adelante como pudo. David y Salomón, por ejemplo, fueron a parar, a comienzos del XVII, a la escalinata del Obradoiro. Y muy cerca ha permanecido otra estatua-columna que el pasado 5 de octubre «revivió».

Primer aviso

Es mediodía, y mientras en el santuario jacobeo se presenta la exposición del Prado, con la Sala Capitular llena de periodistas, el arqueólogo Rodrigo Garnelo recibe un aviso. Ha aparecido algo. Ese «algo» será una escultura masculina, descalza, nimbada y con cartela, de casi 1,90 metros y los rasgos de la escuela mateana. Pero aún no lo saben. Tirada en una estancia en la base de una torre, sepultada por tierra y escombros, una mano de piedra pide ayuda. No la buscaban. Nadie sabía que existía. Habían estado a punto de abandonar la excavación rutinaria. Resurge sin cabeza, porque alguien la picó para que recobrara el anonimato. No sirve el oído para entenderla. Hace falta mucho olfato… Y alguna quiniela. Manuel Castiñeiras , profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, entrenado como pocos en los idiomas del Pórtico, da la suya entre interrogaciones: «¿Judá, Booz, Zorobabel?». Quizá pasen años sin que los investigadores alcancen un acuerdo sobre su pasaporte. Ya sucede con otras.

Donde unos dicen Abraham otros afirman Jeremías; hay quien en Isaac ve a Ezequiel; e incluso quien aprecia un rey bíblico (¿Josías?) en la misma imagen que para otros es Fernando II de León o un Santiago caballero. En Enoc y Elías no hay debate. Tampoco en un pequeño San Mateo, ni en el relieve del cortejo de los Reyes Magos , hallado en 1978 bajo el Obradoiro. Una década después se encontró una cabeza que completa la retrospectiva y que reforzaba una viga de madera de una vivienda. Hasta allí llegó, como varias de las figuras hoy en manos de particulares, después de que el conde de Ximonde las recogiera de los jardines del Pazo de Fonseca en el siglo XVIII y las llevara a su vivienda en la localidad coruñesa de Vedra.

Sin obsesionarse

Ramón Yzquierdo Peiró, director del Museo Catedral de Santiago y comisario de la exposición , prefiere no obsesionarse con los apellidos de las tallas. Forma parte de una generación de estudiosos que desde 1970 ha cambiado el mito en torno al Maestro Mateo, cultivado desde el redescubrimiento decimonónico del autor. Optan por «cuestiones más materiales y tangibles, como las relativas a su proceso de construcción, la organización de su taller, la clasificación estilística y fuentes iconográficas del conjunto, así como la importancia de la extraordinaria representación de los ancianos músicos para el conocimiento de la organología medieval», escribe Castiñeiras en su artículo «El Maestro Mateo o a la unidad de las artes». Esto ha propiciado un cambio de perspectiva en la concepción del papel de Mateo, que ha pasado de escultor a director de obras , contratado para ejecutar una gran reforma en el templo compostelano para que la ceremonia de consagración en 1211 fuera toda una exhibición de poder de la monarquía leonesa y de la Iglesia. Todo en el Pórtico dialoga con el público, con una teatralidad turbadora para la época.

También en la contemporaneidad, la obra mateana genera un notable impacto en los espectadores , a pesar de haberse perdido buena parte de la policromía original, que la actual restauración intenta recuperar. Ello se aprecia en la literatura, de la que Castiñeiras ha analizado numerosas referencias. Rosalía de Castro es posiblemente quien más empatía desarrolla en su composición «Na Catedral», incluida en Follas Novas: «Santos e apóstoles, -¡védeos!- parece / que os labios moven, que falan quedo / os uns cos outros, e aló na altura / do ceu a música vai dar comenso, / pois os groriosos concertadores / tempran risoños os instrumentos. / ¿Estarán vivos? ¿Serán de pedra / aqués sembrantes tan verdadeiros, / aquelas túnicas maravillosas, / aqueles ollos de vida cheos? / Vós que os fixeches de Dios ca axuda, / de inmortal nome, Mestre Mateo, / xa que aí quedaches homildemente / arrodillado, faláime deso. / Mais co eses vosos cabelos rizos, / Santo dos croques, calás... i eu rezo».

La ausencia de datos sobre la vida del Maestro Mateo alienta las leyendas. El cronista Neira de Mosquera engendró la más fantasiosa en Historia de una cabeza, en 1850. Con su exitoso estilo, solventó desde la ficción las incógnitas sobre cómo el artista llegó a dirigir la obra de la Catedral y la génesis del retrato que Mateo realizó de sí mismo en la trasera del parteluz del Pórtico, arrodillado hacia el altar. Esa figura fue tan idealizada que el historiador Bouza Brey comentaba que en 1932 una mujer enlutada rezaba ante ella porque «iste santiño é San Mateu, o que fixo todo isto» («Este santito es San Mateo, el que hizo todo esto»).

Los pocos datos

Dicho autorretrato, conocido hoy como Santo dos Croques , junto a la pensión vitalicia concedida al artista por Fernando II y cuyo original se conserva en el Archivo de la Catedral , además de una referencia tardía a sus casas, son los datos incontestables sobre Mateo. Sobre ellos trató de construir una biografía José Filgueira Valverde , el vello profesor pontevedrés, con la confección incluso de un posible árbol genealógico.

Tantos significados han adquirido Mateo y su Pórtico que hasta Castelao lo convirtió en símbolo de la nación gallega y utilizó la tipología de la inscripción de sus dinteles para crear el sello del Seminario de Estudios Galegos, recuerda Castiñeiras. Luis Seoane, exiliado en el franquismo, le imploró en «Oración do artista que volta». Mateo no falta tampoco en Valle-Inclán («Al pasar bajo el arco de la eternidad, en la suprema comprensión de nuestra vida mortal está el premio y está el castigo»), ni en Unamuno («poema en piedra» lo llama), Gerardo Diego («El ritmo en vuestras túnicas modela / pliegues de piedra musical y estrías, / y las jambas, -oh, esbeltas jerarquías- / entrecruzáis mientras la danza vuela»), o Manuel Rivas (para quien es «la primera gran película de la Humanidad rodada en piedra»). Un sobresaliente mannequin challenge, resumiría hoy un youtuber ante un Pórtico que -abra los oídos- sigue hablando a todos.

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