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ARTE

Lee Lozano, artista de la desaparición

El mundo del arte también ha dado sus «Bartlebys», y quizás la artista Lee Lozano sea uno de los más significativos. A ella le dedica el Museo Reina Sofía un homenaje en forma de muestra

«Sin título» (c. 1962), de Lee Lozano

JAVIER MONTES

Antes de desaparecer sin dejar rastro en aguas del golfo de México, Arthur Cravan había dicho a menudo que «la primera condición para un poeta es saber nadar». En ese mismo golfo se internó a solas once días, con las mínimas provisiones, Chris Burden , en una especie de anti-acción artística definitiva de la que no dejó ningún rastro documental. Y nunca más volvió a verse a Bas Jan Ader cuando en un barquito parecido trató de cruzar el Atlántico en una travesía solitaria. De ellos y de muchos otros habla Alexander Koch en su libro General Strike , un estudio fascinante de los Bartlebys del arte del siglo XX que toma su título prestado, precisamente, de una de las últimas «obras» de Lee Lozano (Newark, 1930-1999).

Preferiría no hacerlo

Porque el suyo es un caso fascinante de los recursos que le quedan a un artista cuando «sabe nadar» , como pedía Cravan, pero prefiere no hacerlo: cómo la retirada, el silencio voluntario y la desaparición pueden ser también obras de arte definitivas. Y también herramientas de protesta y disconformidad: el largo prólogo pictórico de esta extensa retrospectiva muestra que Lozano era una pintora solvente con una impecable agenda crítica , marcadamente feminista y combativa frente al capitalismo y el consumismo del American Dream de los años cincuenta. Pero realmente se vuelve excepcional cuando además de predicar para los conversos del mundillo del arte liberal neoyorquino decide volverse contra su propia tribu y criticar sus amaneramientos, sus posiciones falsas, su radicalismo de salón: «Gentes del mundillo del arte, críticos, comisarios, galeristas: todavía huelo en vuestro mal aliento el montón de normas de otra gente que os tuvisteis que tragar antes».

Es entonces cuando deja de manufacturar obras (o de documentar acciones, siquiera) y se vuelca en sus Language Pieces de finales de los sesenta, muchas simultáneas y de las que no queda más constancia que la intención (o descripción) enunciada en sus cuadernos. Y ni siquiera cae en las tentaciones de acogerse al paraguas de una supuesta sorority femenina o feminista: como parte de su pieza Huelga general -escribe- se encuentra la subpieza consistente en dejar de hablar con mujeres del mundillo del arte. Como primer paso, y no sin cierta satisfacción, anota que ha dejado sin contestar y mandado al montón de papelotes para tirar la segunda carta de Lucy Lippard, entonces una poderosa crítica feminista cuyo aval abría muchas puertas en el establishment artístico de la ciudad.

Lee Lozano usó el silencio y la ausencia como herramientas de protesta y disconformidad

Dentro de esa Huelga general cabe el humor catártico, como en su Throwing up Piece , que consiste básicamente en tirar por los aires toda su colección de revistas Artforums (hay un juego de palabras intraducible y muy elocuente entre «vomitar» y «lanzar al aire»); la voluntad ascética casi de faquir, como en Masturbation Piece , consistente en no volver a masturbarse nunca más (y que, consigna debidamente en su diario, fue perdiendo gas a los diez días); o la anotación meláncólica de las fechas en que por última vez se retiró de una inauguración, dejó de ir a ver galerías, a una proyección de cine o a un concierto.

No es una pulsión de muerte, o no únicamente: en paralelo, Lozano lleva a cabo sus Dialogue Pieces , que empieza a documentar en sus cuadernos el 21 de abril de 1969: «Llamar, escribir o hablar con gente que no verías en otras circunstancias con el propósito específico de invitarles a tu casa para mantener un diálogo. Nota: el propósito de esta pieza es mantener diálogos, no se trata de crear una pieza. No se realizarán grabaciones ni tomarán apuntes; existirán únicamente por el valor que poseen como acontecimientos sociales gozosos».

Experiencia gozosa

Y puede que, en efecto, contra la primera impresión de nihilismo oscuro y casi suicida, sea la palabra «gozoso» la que mejor describa la extraña impresión de ver por primera vez al natural sus míticos cuadernos y hojas manuscritas pulcramente : conforman una entidad/experiencia a medio camino entre el diario, la performance invisible y el conceptual más tenue y rebelde que acaba por resultar conmovedora y hermosa en su despojamiento. Transmiten la fuerza poética, la vulnerabilidad fiera y la personalidad de una voz única que encontró por fin su medio expresivo idóneo e inclasificable (lo uno iba por lo otro). Leemos sus papeles como las cartas perdidas que clasificaba Bartleby, y conviene no dejar pasar la ocasión única porque ahora valen una fortuna: pertenecen a la poderosa Hauser & Wirth y quién sabe dónde acabarán. Esa ironía final seguro que no habría escapado a su autora. Por parafrasear a Melville: ¡Ah, Lozano! ¡Ah, Humanidad!

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