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ENTREVISTA

Lorenzo Silva: «Hay guardias civiles con un máster en dolor»

El escritor nos habla de sus personajes más queridos: los agentes Bevilacqua y Chamorro, que afrontan un nuevo caso en «Lejos del corazón»

Lorenzo Silva Óscar del Pozo
Miguel Ángel Barroso

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La cita es en la terraza del Café Gijón en los recientes días de la Feria del Libro y de los aguaceros. Las mesas están tapizadas de flores blancas de castaño de Indias caídas por la lluvia. Lorenzo Silva acaba de alumbrar Lejos del corazón (Destino), la nueva entrega de la serie Bevilacqua y Chamorro , y este rato es un paréntesis entre chaparrones primaverales y sesiones de firmas en una caseta del parque del Retiro. Hace veinte años publicó El lejano país de los estanques , la primera novela con los famosos guardias civiles como protagonistas, y contra el pronóstico de un buen puñado de editores -la novela policíaca no vende, le dijeron, y mucho menos la de agentes de la Benemérita- logró un éxito que provocó una decena de títulos más, premios literarios y reconocimiento del público.

¿Pensó que la historia de Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro llegaría tan lejos?

Claro que no. En 1995, cuando escribí la primera novela de la serie (que luego tardó tres años en aparecer), estaba en un momento personal y literario muy concreto. Acababa de publicar Noviembre sin violetas , que tuvo una crítica favorable en ABC. Ese libro vendió muy poco y pasó inadvertido. Estaba mentalizado de que esto de la literatura iba a ser realmente difícil. Trabajaba en la abogacía, que era lo que me daba de comer; iba a escribir siempre, pero era posible que me muriera como autor invisible. Pensaba: si casi les pasó a Kafka y Proust, por qué yo no si soy peor que ellos. Me gustaba la novela negra, así que me animé partiendo de la realidad española, no con elementos castizos, pero sí autóctonos. Y di casi por azar con la Guardia Civil. En aquellos tiempos su imagen estaba muy deteriorada por los casos Lasa y Zabala y Roldán. El resultado de aquella locura fue El lejano país de los estanques . Me gustó. Era una novela publicable. La paseé por un montón de editoriales y me la rechazaron, así que la guardé en un cajón. Hasta que la editora María Antonia de Miquel apostó por ella. Me dijo que al leerla vio dos personajes hechos y derechos. Fue una sorpresa y un regalo.

Durante este tiempo podría haber «congelado» a sus protagonistas como le sucede al Capitán América, pero en cambio decidió evolucionarlos, hacerlos envejecer.

Jamás tuve la tentación de congelarlos. Eso no ocurre en la vida real. Fue una decisión deliberada, porque así les daba encarnadura. Una de las cosas bonitas de la condición humana es que somos en el tiempo y el tiempo es parte de lo que somos. Despojar a un personaje de esa dimensión es una torpeza narrativa.

Ahora la pregunta es lógica: ¿Hasta cuándo vamos a tener historias de esta pareja de guardias civiles?

Bueno, la esperanza de vida de un hombre es España está en los ochenta años [bromea]. A un guardia civil como Bevilacqua le pueden quedar unos diez años de servicio, pero él no quiere despacho. Conozco veteranos que han pasado de los 60 que siguen a pie de obra. He ido partido a partido y no me ha ido mal. Al introducir al hijo de Bevilacqua, también guardia civil, me he pedido cartas, ya veré cómo las juego, y además tengo a Chamorro, que es más joven. Me lo paso tan bien con ellos que hasta tengo mala conciencia.

El paso del tiempo es uno de los elementos presentes en «Lejos del corazón». Un Bevilacqua cincuentón empieza a sentir que está amortizado. ¿En qué han cambiado él y su compañera?

He querido que tengan una actitud filosófica ante la vida. Como les tengo cariño he procurado que envejezcan bien, que no se deterioren, que no se vuelvan resentidos, que encajen el paso del tiempo con una cierta conformidad, no con resignación ni desaliento. La frustración de una vida depende mucho de la actitud, del carácter. Que sigan con la moral alta, en definitiva. Yo lo vivo así, tengo la moral más alta ahora que cuando tenía 30 años. Pero sin montar un cuento de Disney, ¿eh?

«La frustración de una vida depende de la actitud, del carácter. Tengo la moral más alta ahora que cuando tenía 30 años»

Veinte años después continúa esa tensión sexual no resuelta entre ambos, como Mulder y Scully en la serie «Expediente X».

Bevilacqua está más relajado que en otras novelas, pero no tengo planes para resolver esa tensión. Son un hombre y una mujer, así que pueden pasar cosas. Chamorro no es una mujer cañón, tiene su prestancia y su compañero no es insensible. Lo importante es que, por ahora, los dos se entienden, se compenetran y se quieren.

¿Siente que sus personajes después de tantos avatares han adquirido vida propia?

Totalmente. Yo soy su acompañante. Los puedo matar en cualquier momento, pero no dirigir sus vidas. Es curioso.

Estos guardias civiles son profundamente humanos y, por lo tanto, sujetos a errores y taras, pero el sentido del deber actúa como cortafuegos cuando las cosas se desmadran. Esa ética parece extemporánea hoy en día.

Esta novela va sobre el sentido del deber, que no tiene que estar impuesto desde arriba, eso vale para los niños o los inmaduros. Las personas adultas y dueñas de su futuro se autoimponen las obligaciones, no necesitan que les presione un maestro, un jefe o un legislador. En Lejos del corazón se habla de qué pasa con esas personas que no asumen sus responsabilidades: o lo hacen a la fuerza o llevan una vida que puede conducirles al abismo. Vivimos en una sociedad de consumidores que reclaman derechos pero pasan de sacrificios. Hemos expulsado el sacrificio de nuestras vidas. Pero la Guardia Civil, no.

¿Se puede ser cáustico y compasivo al mismo tiempo como lo es Bevilacqua?

Los investigadores de homicidios tienen una profunda convivencia con el dolor al tratar con familiares de personas asesinadas y, también, con los propios delincuentes, porque los errores y la malicia conducen al dolor. La única forma de respetar eso es a través de la compasión. Algunos de ellos han tenido que ver cómo se sacaba el cuerpo de Diana Quer de un pozo o el de Gabriel Cruz del maletero de un coche. Todos rehuiríamos estas experiencias. Ellos no pueden. Hacen un auténtico máster en dolor.

«Me lo paso tan bien con Bevilacqua y Chamorro que hasta tengo mala conciencia. Yo soy su acompañante»

La trama de «Lejos del corazón» transcurre en el Estrecho. Su publicación no podía ser más oportuna, pues el decorado en cuestión no se baja de las páginas de sucesos.

No pensé que el tema estaría de actualidad, honestamente. La literatura sirve muchas veces para convocar asuntos que no están en el candelero. Lo último que me podía imaginar es que una escena de mi libro en la que unos guardias civiles están rodeados por una turba ocurriera ahora mismo en la vida real.

Los lugares fronterizos suelen estar cerca de paisajes hermosos, pero también sirven de refugio al mal.

La primera vez que navegué por la noche en el Estrecho me impresionó su belleza. Ves el atardecer, el amanecer, África tan cerca, los mercantes, las barcas de pesca... También dramas de signo opuesto, como las pateras y las lanchas de contrabando. En otros lugares, en Estados Unidos por ejemplo, se ha creado mucha literatura de la frontera, y aquí muy poca, es algo raro. La frontera es ese lugar incierto, esa zona de penumbra donde anidan personajes especiales, a veces extremos, que pueden derivar hacia el mal porque obtienen ganancia o hacia una ética propia.

Fred Vargas, dama del género «noir», ha ganado el Princesa de Asturias de las Letras. ¿Es un espaldarazo a un tipo de novela considerado injustamente menor?

Yo soy el menos indicado para quejarme, porque con la novela negra he ganado premios literarios, no de este género concreto, pero está bien, es una buena tendencia, porque en España estamos siendos pioneros con la apuesta. Raymond Chandler, que habría merecido el Nobel mucho más que algunos que lo tienen, decía que no importa de lo que vaya una historia, sino quién y cómo la escribe. Si la novela la escribe Chandler da igual que sea de detectives o de cómo ganarse la vida siendo honrado. Un patoso, en cambio, puede escribir sobre Dios y hacer algo muy aburrido.

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