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LIBROS

El léxico familiar de las Mitford

Las hermanas Mitford fueron seis. Todas ellas dueñas de una historia personal que se entrecruza con la Historia del siglo XX. Sus vidas se unen a través una intensa correspondencia

Unity Mitford con Hitler, su gran ídolo

CARMEN G. DE LA CUEVA

Natalia Ginzburg dijo, a propósito de su novela autobiográfica «Léxico familiar», que solo había escrito lo que recordaba y quien intentara leerla como si fuera una crónica de la historia del siglo XX a través de una familia italiana encontraría grandes lagunas. Algo similar le ocurre a las «Cartas entre seis hermanas», aunque hayan sido extraídas de la realidad y describan la cotidianidad de las hermanas Mitford, d eben leerse como se lee una novela , dejándose llevar por los códigos secretos que cada personaje explora. En esta novela, el hecho de que se cruzaran en las vidas de Churchill, Kennedy, Hitler, Lucian Freud , Cecil Beaton, la reina, la duquesa de Windsor, Goebbels o Givenchy es bastante secundario. Lo importante es cómo, a pesar del corsé familiar que les estrujaba las costillas desde su infancia, Nancy, Pamela, Diana, Unity, Jessica y Deborah consiguieron escapar de la única aspiración de sus padres: convertirlas en buenas esposas.

Las seis hermanas fueron educadas en casa por Lady Redesdale, su madre, que ejerció de maestra de todos sus hijos, incluido Tom, hasta los ocho años. A partir de ahí, el hijo fue enviado a un internado y las hermanas atendidas cada una por una institutriz . Según cuenta en la introducción Charlotte Mosley, editora de la correspondencia y nuera de Diana, las hermanas siempre reprocharon a su madre que no les diera una educación formal. El deseo de vivir lejos las unas de las otras y ser consideradas individualmente y no como parte de un clan, las llevó a tener vidas muy distintas.

Nancy se hizo escritora y publicó algunas extraordinarias novelas como «A la caza del amor», «Amor en clima frío», «La bendición», «No se lo digas a Alfred» o «Trifulca a la vista» (Libros del Asteroide). Pamela fue una cocinera experta que vivió feliz en el campo criando aves domésticas. Nunca consiguió terminar el libro de cocina que tenía en mente. Diana se casó en segundas nupcias con el líder fascista Sir Oswald Mosley, estuvo en la cárcel y cuando salió se mudó a Francia, a las afueras de París, donde vivió para complacer a su marido hasta que este murió. Escribió reseñas y publicó su autobiografía «A life of Contrasts» en 1977. Unity se fue a Múnich en 1934 con el objetivo de seguir a Hitler, su gran ídolo. El 3 de septiembre de 1939, día en que Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania, caminó hasta el Jardín Inglés del centro de Múnich y se pegó un tiro en la cabeza. No murió, pero la bala se le quedó en el cerebro y le provocó daños irreversibles. Su madre la cuidó hasta los 33 años cuando falleció de una infección. Jessica se casó con un primo lejano , Esmond Romilly, al que llamaban «el sobrino rojo de Churchill» y se fue a España a luchar con las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil. Se marchó a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y perdió a su marido. Gracias a su autobiografía «Nobles y rebeldes» (Libros del Asteroide, 2014) consiguió vivir de la escritura y el periodismo. Deborah, casada con un duque y mujer de negocios, comenzó tarde a escribir libros como A View of Chatsworth (1990) o Farm Animals (1991).

Apodos varios

Antes de que tomaran la decisión de qué camino seguir según sus deseos, las hermanas inventaron un lenguaje secreto para comunicarse con libertad . Esto es algo que no pasa inadvertido en las epístolas que componen el volumen, tan solo algo más del cinco por ciento del total, unas 12.000. En la nota a la edición española, las editoras advierten de unos pequeños detalles que ayudarán al lector a entender la asombrosa relación que mantuvieron las seis hermanas a lo largo de sus vidas y el léxico familiar que crearon. Las cartas están «plagadas de abreviaturas, repeticiones y el signo &; señales todas del carácter íntimo e informal de un relato no escrito en un principio para ser compartido con la multitud».

Consigueron evitar el destino trazado por sus padres: convertirse en buenas esposas

Esto lo explica con detalle Charlotte Mosley en la introducción. Así Nancy, por ejemplo, se dirigía a Deborah como «9» porque creía que su hermana había dejado de crecer mentalmente a esa edad. Unity y Jessica se llamaban «Boud» porque siendo apenas unas niñas, a los siete años, habían inventado un idioma propio al que nombraron Boudledidge. Cuando Diana era un bebé, todos en la familia pensaban que tenía una cabeza demasiado grande para su cuerpo y, por eso, Nancy le puso el apodo de Bodley tomando el nombre de la famosa editorial The Bodley Head. Uno de los juegos preferidos de Nancy era interpretar el papel de «esposa de un médico checo» para el que se servía de una pronunciación con acento extranjero. Por su parte, Jessica creó junto a Deborah el Honnish, otro idioma inventado que provenía de las gallinas. Entre ellas se llamaban «Gallina» porque compartían una fascinación insólita por las aves de corral. Puede que tuviera que ver el hecho de que su madre regentara una granja de pollos con la que obtenía beneficios suficientes para pagar a las seis institutrices de sus seis hijas. Cada hermana tenía la responsabilidad de cuidar a una de las gallinas y si obtenía un huevo, la madre se lo compraba para aumentar así su paga.

La primera carta que se conserva es una breve nota de 1923 que Unity envió con nueve años desde la playa estando de vacaciones a su hermana Diana, de trece años, que se había quedado en casa. La última es un fax que Deborah envió en 2003 con ochenta y tres años desde su casa en Inglaterra a una Diana de noventa a punto de morir en París. Entre ambas misivas pasaron ochenta años y 12.000 cartas. Como explica Mosley, «se escribían para contarse sus inquietudes, compadecerse, burlarse , discutir, cotillear pero, más que nada, para distraerse: cada vez que algo las hacía reír, la mitad de la diversión consistía en contárselo a alguna hermana».

Testamentos

Las Mitford escribían todas a mano, excepto Jessica , que lo hacía a máquina, y tenían una caligrafía clara y legible. Diana, la penúltima en morir, fue la que atesoró todas las cartas que años más tarde reuniría su nuera Charlotte Mosley. En cierto momento, las hermanas tomaron conciencia del valor de sus cartas y de la posibilidad de que se publicaran. El 5 de marzo de 1963, Nancy le aconsejó a Deborah que no tirara ninguna. Pamela, que hasta ese momento había tirado la mayoría de las cartas, comenzó a guardarlas y en los años cincuenta Jessica empezó a hacer copias en papel carbón.

El sistema de correos salvó las vidas -y las conversaciones- de las hermanas Mitford. Tanto era así que Jessica llegó a dejarle a su cartero cinco mil libras en su testamento y Diana se mudó de un chalet con jardín en los suburbios de París a la ciudad con tal de vivir en un apartamentito sobre una oficina de correos. Las más entregada y longeva de todas fue Deborah que sobrevivió a sus cinco hermanas y soñó con llegar a vieja administrando una oficina de correos. En una de las últimas cartas que le envió a Diana escribió: «Me marcho a toda prisa sobre el hielo al puesto de correos del pueblo».

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