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Margarita Valencia - Constelaciones

Lecturas para el posconflicto colombiano

La feliz noticia de la firma de un acuerdo de paz en Colombia da pie a repasar una lista de novelas que han retratado las décadas de aquel conflicto brutal en torno al narcotráfico y las guerrillas

El autor colombiano Evelio Rosero, autor de «En el lejero» y «Los ejércitos» Millán Herce

MARGARITA VALENCIA

«Siervo sin tierra», la novela del escritor colombiano Eduardo Caballero Calderón (1920-1993), se publicó por primera vez en Madrid en 1955. A pesar de su muy accidentada historia editorial, la novela sigue viva, en gran parte gracias al hecho de que durante años fue lectura escolar obligatoria en Colombia. Hoy encabeza mi lista de tres novelas imprescindibles para entender el conflicto colombiano , una tarea que muchos querrán abordar ahora que se avecina la firma del acuerdo final (anunciada para marzo) y el plebiscito que se convocaría a continuación (plebiscito que obligaría al gobierno a llevar a cabo los acuerdos).

«Siervo sin tierra» empieza en un momento indeterminado en la segunda mitad de la década de los 40. Cuenta la historia de un campesino que vuelve de prestar el servicio militar con la idea de comprar «una cuarta de tierra, tres días de arada de bueyes por una loma escarpada que terminaba a pico en un barranco sobre el río Chicamocha». Pero en el camino de regreso le roban las botas y el poco dinero ahorrado ; y sin saber a qué horas, se hace a una mujer que pide limosna junto a su recién nacido. Días más tarde se les une un perro. Los cuatro se instalan en el rancho miserable donde Siervo había nacido , un «montoncito de tierra gris cubierto de paja amarillenta», y se disponen a trabajar. Para poder hacerlo, Siervo se compromete a pagar cuatro días de jornal por el derecho al agua y cuatro días de jornal por el uso de la tierra, en un contrato en el cual la Hacienda, así con mayúscula, decide qué se ha de cultivar.

Ni gloria ni héroes

«Siervo sin tierra» es el primer aporte colombiano a la tradición latinoamericana de la novela de la impotencia , la narración-noria en la cual no hay gloria ni hay desenlace heroico sino un día y otro y otro de rasguñar el pedregal y esperar una lluvia que no llega o que llega en exceso, y obedecer y callar, y acatar con la cabeza gacha las intromisiones de la política y de la religión con la esperanza de que pasen rápido. Siervo Joya es un paria, un indio, y lo suyo no es parte de una historia, sino ruido al margen de la historia : él es el telón de fondo del acontecer político del país en los comienzos del periodo conocido como La Violencia (1948-1958). Y la antipatía del novelista hacia su personaje es el núcleo del aislamiento y la miseria individual que alimentaron durante años la guerra colombiana.

Los protagonistas de estas historias se enfrentan a los dueños de la tierra, a los clanes, a los hacedores de la guerra...

A pesar de la odiosa aureola que acompaña la clasificación, la narconovela incluye obras tan interesantes como «Balas de plata», la novela del mexicano Elmer Mendoza que fue Premio Tusquets en 2008, o «Trabajos del reino», la primera novela del también mexicano Yuri Herrera (Periférica, 2004). Uno de los primeros exponentes del subgénero fue «Leopardo al sol», de Laura Restrepo , editada por Alfaguara en 1993 y reeditada por Anagrama en 2001. «Leopardo al sol» transcurre en los 80, cuando Nando Barragán, quien ha asesinado a su primo Adriano Monsalve en un arranque de celos, se interna en el desierto guajiro en busca de expiación y se encuentra con la condena propia de una sociedad premoderna: «Has desatado la guerra entre hermanos y esa guerra la heredarán tus hijos, y los hijos de tus hijos», le dice el Tío. «Hasta aquí no llega juez, ni abogado, ni tribunal. Esos son lujos de extranjeros. Nuestra única justicia es la que se cobra por la propia mano» .

Empieza así la historia del enfrentamiento a muerte entre dos clanes guajiros , los Monsalve y los Barragán, dos familias de contrabandistas, representantes de un mundo donde «los hombres se organizan en cuadrillas, manejan jeeps, aprenden a disparar, a sobornar autoridades...»; un mundo que pasa casi inadvertidamente del contrabando de Marlboro al narcotráfico , con el único resultado tangible del aumento en el número de muertes y en la cantidad de billetes despilfarrados: «Eran tiempos desquiciados, difíciles. Zumbaba el dinero, corrían ríos de sangre, estallaban las bombas. La gente ya no sabía quién era ni cómo se llamaba, ni qué era lo que tenía que hacer».

Un sueño de guerra

Estas palabras son el preludio más indicado para adentrarse en el mundo de «Los ejércitos», de Evelio Rosero (1958), Premio Tusquets 2006. Si en «Siervo sin tierra» los otros son los amos, los despiadados dueños de la tierra, y en «Leopardo al sol» los otros son los hermanos, en «Los ejércitos» los otros son los hacedores de la guerra, una masa informe e indeterminada que cerca y acogota a los tranquilos habitantes de este San José, pueblo de paz, sin previa advertencia. Unas primeras páginas casi idílicas (guacamayas, sol y naranjas, un viejo profesor que mira a su bella vecina mientras su mujer alimenta los peces) se ven brutalmente interrumpidas por una escena que «era como un sueño para todos»: un hombre dispara a otro y este «resbaló de costado, sin caer, los ojos cerrados, como si de pronto se hubiese dormido». Lo que en la novela anterior de Rosero, «En el lejero», era incongruencia, en «Los ejércitos» se instala como la normalidad, una normalidad surrealista en la que desaparecen las personas, aparecen boquetes en los muros, los niños juegan con granadas , y los hombres empiezan a agradecer «que no pusieran un machete en mi nuca, en lugar de ese fusil. ¿A cuántos no han tasajeado sin que después se les encuentre un tiro de gracia?». Los habitantes del pueblo de San José se desgranan poco a poco, desaparecen; enfrentados a las bombas no tienen más alternativa que esconderse «Donde sea. Debajo de la tierra».

Tres lecturas recomendadas y un solo deseo para el 2016: que pronto solo sepamos de la guerra en los libros .

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