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Juan Manuel de Prada - Raros como yo

Jugar con fuego

José Luis García Martín es conocido como un crítico feroz, pero es aún más notable por su poesía solitaria y doliente

El escritor asturiano José Luis García Martín, fotografiado en 2003 Nieves Sanz
Juan Manuel de Prada

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Allá por julio de 1975, un joven maestro de escuela recogía en una oscura imprenta de Avilés los primeros ejemplares de «Jugar con fuego», una revista de poesía de la que llegarían a publicarse once números en los seis años siguientes . Nutrida con poemas y recensiones de autores muy diversos, «Jugar con fuego» estaba escrita de cabo a rabo por aquel joven maestro, llamado José Luis García Martín , que a falta de un grupo de amigos interesados por la poesía se inventó un puñado de heterónimos ; y así mantuvo el embeleco hasta conseguir que en la revista colaborasen algunos de los poetas más conspicuos de la época (o bien sus versiones apócrifas). Ahora la hazaña de este intrépido robinsón literario la pone a disposición del lector curioso Ediciones Ulises, en su colección de facsímiles .

La lectura gozosa de «Jugar con fuego» nos permite asomarnos a la bulímica pasión por la poesía del joven García Martín , en el que ya hallamos todo lo que admiramos y detestamos: el poeta que encubre y descubre un corazón con llagas que no se atreven a decir su nombre, el zoilo perspicaz e impertinente que alancea a troche y moche a los santones del momento (desde los «balbuceos seudomísticos» de Valente a los poemas magnificados por «la mafia catalana e izquierdista» de José Agustín Goytisolo , pasando por el refinamiento burgués «malsano» de Brines ), el chismoso impenitente que no tiene rebozo en publicar cartas privadas.

«Monotematismo»

En los poemas que hace escribir a sus heterónimos, pese a su factura disímil, aparecen recurrentemente los mismos temas: la soledad de un desconocido entre desconocidos , habitado de desamparos, la búsqueda de cuerpos fugaces en los que aplaza un vacío devorador. Algunos de los heterónimos de García Martín se atreven a deslizar confidencias muy impúdicas y escabrosas. Sentimos, por ejemplo, un poco de vergüenza ajena al leer este deplorable juicio misógino: « Yo a las mujeres sólo las soporto, y no por mucho tiempo, en poca cantidad . Me producen una insoportable sensación de asfixia. Debe ser alergia».

A veces, su sempiterna vocación picajosa lo mueve a lanzar juicios tan sumarios como malévolos , como cuando afirma que el «monotematismo» de Luis Antonio de Villena le aburre. Hasta podríamos considerar que este juicio sería rechinantemente homófobo, si no fuera porque García Martín también tiene sus «monotematismos» , a veces expuestos de forma descarnada, como cuando uno de sus heterónimos nos detalla las «actividades depredatorias» que le permiten cazar a «un aturdido ángel».

García Martín se disfraza tanto que acaba por hacer de su verdad una máscara

Pero el «monotematismo» en también con frecuencia el aspaviento con el que el escritor trata de ocultar su más íntimo dolor . Otro de los heterónimos de García Martín lo delata, cuando profiere frenético: «No tengo madre, ni padre, ni hermanos, ni mujer, ni hijos; no tengo iglesia, ni partido, ni dios, ni patria. El hombre más fuerte es el que está más solo. No me veo así en la obligación de tener que amar a alguien. (…) Nunca he amado a nadie ; no he considerado el amor que ocasionalmente me ofrecieron sino como un engorro absurdo, una molesta carga que convenía olvidar pronto en cualquier esquina». Pero el lector perspicaz intuye enseguida que este heterónimo proclama con énfasis lo contrario de lo que García Martín siente; y que esta proclamación de fortaleza ilusoria no es sino grito de auxilio del hombre que se esconde detrás de la máscara , el hombre que apenas nos deja adivinar las heridas que se lame en soledad, sin permitir que nadie se las cure (y si alguien lo intenta recibirá un zarpazo).

Esta debilísima y maltrecha fortaleza del poeta que llora en secreto y, si alguien lo sorprende en medio de su desamparo, se eriza de perfidias o donaires (según cómo respire su herida) es el García Martín que más nos interesa, mucho más que el reseñista esmeradísimo que escruta con paciencia botánica los versos de poetas menos dotados que él, mucho más que el lenguaraz contador de chismes que corre el riesgo de convertirse en «una especie de Villena menor» (según le reprocha otro de sus heterónimos). Ese García Martín que asoma de puntillas entre fantasmas demasiado verosímiles y se disfraza tanto que al final hace de su verdad una máscara es nuestro predilecto. Y en el suculento juego de reflejos y escamoteos que es «Jugar con fuego» lo hallamos a cada poco, singular y felino.

Poeta, no fantasma

Mucho cuidado con fingirse fantasma –nos advertía Villiers –, porque se acaba siéndolo. A García Martín lo ha salvado de convertirse en fantasma su poesía , siempre «a la espera de lo que no llegará jamás, nostálgica de lo que no ha existido nunca»; aunque, para su desdicha, siempre se le celebre más como crítico feroz y un tanto revirado.

Nadie podrá, sin embargo, lanzarle la acusación que uno de sus heterónimos dirige contra Octavio Paz : «Como buen cacique, promociona a sus discípulos más mediocres para que su obra brille a mayor altura». Pues hemos de reconocer –«noblesse oblige»– que García Martín gusta de promocionar a grandes escritores, aunque a cambio les propine alguna tarascada . Son las paradojas propias de un corazón menesteroso de amor, pero arisco y orgulloso como un gato herido.

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