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ARTE

Dos jóvenes, Holbein y Brueghel

Berlín y Brujas como excusas perfectas para volver a la modernidad de dos grandes clásicos: Holbein en el Bode Museum de la capital alemana. Brueghel, en la ciudad belga

Pintura de David Rijckaert III, de la muestra protagonizada por Brueghel en Brujas

JOSÉ MARÍA HERRERA

En el centro de Berlín, rodeada por el río Spree, se halla la Isla de los Museos , un espacio que los reyes de Prusia reservaron al arte y la ciencia. Los museos que se construyeron allí desde el siglo XIX aspiraban a ofrecer una visión completa de la Historia del hombre y, de paso, confirmar la superioridad de la cultura alemana. Su estilo era muy distinto del de Napoleón, el célebre pirata que saqueó los tesoros de los países que conquistaba para llenar el Louvre, símbolo de la «grandeur» de Francia. Los alemanes procedieron de otro modo. Antes de extraer las piezas de sus lugares originales tuvieron que descubrirlas o adquirir sus fragmentos para emprender su reconstrucción.

Los museos alemanes huelen a Ilustración. Todo está perfectamente ordenado, etiquetado, iluminado . En su interior se echa a ratos de menos los abigarrados gabinetes de los coleccionistas victorianos, con su aire de casa de empeños. La sensación de que todo lo que se ofrece es valido y excelente satura un poco y los administradores lo saben porque realmente no hay nada que distraiga tanto como la imposibilidad de distraerse. Quizás por eso tienden a organizar exposiciones muy sencillas, con un número reducido de obras, las justas para hacerse una idea .

Retratista excepcional

Con este criterio el Bode Museum ofrece una muestra dedicada a Holbein el Joven . El plato fuerte es una obra que en el XVIII alcanzó una reputación similar a «Las bodas de Caná» de Veronés : La Virgen del burgomaestre Jakob Meyer . Multitud de aficionados visitaban Venecia, donde se hallaban ambas (ignoraban que la atribuida a Holbein era una copia de Bartolomäus Sarburgh ), convencidos de que no las había mejores en el mundo. El protagonista de la pintura, aparte la Virgen y el niño, es el tal Meyer, a quien rodea toda su familia. Meyer fue acusado de prevaricación y probablemente encargó la obra para limpiar su imagen . Que todos los personajes estén encima de una alfombra mal puesta, tal vez sea una forma de reconocer su error, algo inimaginable en los corruptos de hoy.

Además se exhiben cuatro retratos al óleo realmente impresionantes , así como dibujos y grabados, algunos de su padre, Holbein el Viejo , y de un contemporáneo, el gran Durero . Aunque cuando escuchamos el nombre de Holbein lo primero en que se piensa es en « Los embajadores », el célebre cuadro de la National Gallery, lo cierto es que era un retratista excepcional. Los retratos de Berlín son asombrosos en su perfección y profundidad , aunque los dibujos que se ofrecen, incluidos los del padre, no le van a la zaga. Robert Hughes no exageró demasiado cuando predijo que en el futuro «no habrá nadie capaz de volver a dibujar el rostro humano tan bien».

Los organizadores exageran al atribuir a Brueghel la creación de la iconografía tradicional de las brujas

Completamente diferente es la exposición que se dedica en Brujas a otro gran pintor de la época: Pieter Brueghel . El estilo severo, prusiano, de la del Bode Museum se convierte aquí en fiesta. De hecho no es propiamente hablando una exposición de arte. El arte funciona aquí como medio, no como fin . Los organizadores se han servido de obras artísticas para ocuparse de lo que les interesa: las brujas y su mundo . El hecho de que la imagen de la bruja terminara de formarse a finales del siglo XVI, coincidiendo con los grandes procesos contra ellas, es el pretexto. Se trata, en todo caso, de una muestra concebida con fines lúdicos, desde el acceso, que se hace por una escalera de caracol, hasta la iluminación y el ambiente, luces rojas que iluminan grabados e inscripciones satánicas mientras suenan voces de aquelarre. Para darle verosimilitud, el visitante recibe al llegar una vela y un libro que le ayuda a recorrer las trece secciones: cómplices del demonio, maleficios, necromancia,beso del diablo... La parte estéticamente más importante es la consagrada a dos grabados de Brueghel –dos piezas que recrean el enfrentamiento entre el apóstol Santiago y el mago Hermógenes– y la última sección, «Del miedo a la diversión», donde se concentran buena parte de las pinturas, obras sobre todo de Frans Franken y David Teniers , artistas flamencos de la época barroca y segunda categoría. Un esteta quizá vea con malos ojos este tipo de saraos, pero conviene saber que no se hacen pensando en él.

La tesis de los organizadores de que Brueghel fue el creador de los elementos típicos de la iconografía de las brujas me parece exagerada . Comprendo que para atraer al público es mejor aludir a Brueghel que a Franken o Teniers, mas remontar la imagen tradicional de la bruja a los dos grabados citados tropieza con el hecho de que sus atributos habituales (escoba voladora, caldero, gato negro, capirote) estén ya presentes en «Le champion des Dames» , manuscrito francés del XV, en el grabado de Hans Baldung Grien , «El sabbat de las brujas», o la pintura de van Oostsanen «Saúl y la bruja de Endor».

Un error moderno

Veo bien, en cambio, la insistencia en explicar que el fenómeno de la persecución de las brujas es moderno . La Iglesia medieval negaba su existencia. Para ella eran mujeres perturbadas. Fue Inocencio VIII , a finales del XV, quien admitió su realidad y conminó a perseguirlas. Entonces apareció el « Malleus Maleficarum » o martillo de brujas, libro que fija los tópicos sobre el tema y del que proceden muchos de los machistas de la época moderna . Sus autores atribuían la brujería a la debilidad intelectual de las mujeres. Con ello no se quería decir que fueran torpes, sino incapaces de control, algo que creían que ocurría en el orden sexual. Ungüentos, pócimas, filtros, todo eso que las brujas preparaban en sus humeantes calderos, apunta al mundo erótico. En su fabricación se recurría a cosas repugnantes y sustancias estupefacientes de efectos poderosos sobre la imaginación. Que durante siglos se los llamara fármacos es significativo. La gente creía de todos maneras que las brujas poseían asimismo el poder de obrar a distancia. Sus maleficios eran como ondas gravitacionales: transferencia de energía sin transferencia de materia. Aunque muchas eran simplemente perturbadas bastaba con acercarlas al potro de tortura para que confesaran. El achicharramiento en la hoguera, único medio eficaz, hacía el resto , pues, ¿quién tras una confesión buscaría otro culpable?

Los procesos contra las brujas alcanzaron su apogeo entre los siglos XVI y XVII. Muchos tuvieron que ver con las condiciones de la época. La gente común estaba convencida de que los problemas (carestía, enfermedad, guerra) podían resolverse identificando a los culpables y eliminándolos. En vez de achacar a las personas con poder real, la responsabilidad se atribuía a gente marginal que carecía de él . Lo mismo hicieron los nazis con los judíos. Por supuesto, el «establishment» no impidió el error. Nunca lo hace.

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