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Joan Didion, el poderoso encanto de lo imperfecto

Convertida a sus 83 años en un icono esnob, se publica en español la primera novela de la autora estadounidense

Didion posa junto a su marido, John Gregory Dunne, y su hija, Quintana Roo, en 1968 ABC
Jaime G. Mora

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Pocas cosas parecen legitimar tanto la carrera de un escritor como el rechazo de un editor incompetente. En el caso de Joan Didion (Sacramento, California, 1934) no fueron uno ni dos, sino doce los editores que descartaron el manuscrito de su primera novela. El talento es más difícil de detectar cuando quien lo atesora es una veinteañera que escribe pies de foto en una revista, como hacía Didion en «Vogue». Con el tiempo se convertiría en una de las voces más atractivas y personales de la edad dorada de la no ficción estadounidense. Ahora con 83 años, pasada la agitación de los sesenta, la autora de «El año del pensamiento mágico» se ha convertido en un icono esnob gracias al contraste entre la fuerza de su obra narrativa y la fragilidad de su figura, delgada, con ese entrañable aleteo de manos al hablar.

Qué iban a saber esos doce editores que dejaron pasar la oportunidad de publicar « Río revuelto ». «Escribí la primera mitad de la novela por la noche, a lo largo de varios años», explicó Didion en «The Paris Review». Uno se la imagina encerrada a la luz de una lámpara en su estudio de Nueva York, con una Coca-Cola bien fría y su Olivetti Lettera 22. «Durante el día trabajaba en Vogue, y por la noche trabajaba en escenas para la novela. No seguía un orden determinado. Cuando terminaba una escena, pegaba las páginas una al lado de otra y las colgaba a lo largo de la pared de mi apartamento. Podía pasar un mes o dos sin tocarlas. Luego descolgaba las escenas y las reescribía de nuevo».

Cuando llevaba 150 páginas movió el manuscrito entre trece editores hasta que Ivan Obolensky decidió pagarle un adelanto de 2.000 dólares: «Con ese dinero me pude retirar dos meses a terminar el libro». «Río revuelto» llega a España de la mano de Gatopardo medio siglo después de su primigenia publicación, y se le puede juzgar de dos formas: como un título menor al lado de otras novelas de madurez y su colosal obra ensayística, o como el extraordinario debut de un talento desbocado de 29 años.

California

Didion creció en la extensa llanura del Valle Central de California de la preguerra, adonde emigraron sus antepasados desde el este de Estados Unidos en busca del sueño dorado. Hija de una ama de casa y un oficial de las Fuerzas Armadas reconvertido en promotor inmobiliario, la escritora creció en una ciudad, Sacramento, que fue entregándose a los tiempos modernos de la especulación y el desarrollo empresarial. Nada que ver con esa California virgen e idealizada que le contaban sus abuelos.

Esta California, la de los grandes ranchos que se fueron desgajando para construir casas y carreteras, es la que retrata Didion en «Río revuelto». La novela comienza y termina con un disparo en un embarcadero: «Lily oyó el disparo a la una menos diecisiete. Supo qué hora era con exactitud porque, en vez de mirar por la ventana la oscuridad donde el disparo todavía reverberaba…». Es esa escritura sinuosa de la autora californiana, con esas frases dispersas, que nunca se acaban, y al mismo tiempo duras y cortantes. Es esa cadencia pegadiza. Parece que Didion dispusiera sus palabras como hace un director de orquesta con sus músicos.

Dos disparos

Entre el primer y segundo disparo, la narradora retrocede de agosto de 1959 a 1938 para describir el matrimonio de Lily y Everett McClellan . Lily, una mujer al que se le da mal la gente, y Everett, un hombre resignado, representan esa vida de campo que idealiza la novelista frente a los primeros avisos del dinero fácil. En torno a ellos se elevan dos personajes -Martha, la hermana de Everett, y Ryder Channing , el amante de Martha-, que permiten a Didion conformar una obra con todas las obsesiones que luego desarrollaría en trabajos posteriores: la fragilidad de la mujer, el duelo, el amor romántico, las infidelidades, el suicidio…

«Río revuelto» no es una novela redonda, y la propia Didion se ha encargado de revisarla con severidad en entrevistas y en su ensayo «Where I Was From». Está escrita desde la nostalgia, «con un firme y pernicioso sentimiento de nostalgia». Le sobran páginas: «Tiene un montón de cosas descuidadas, superfluas. Palabras que no funcionan. Torpezas. Escenas que debí destacar y otras que debí rebajar». La segunda parte, la que pudo escribir de un tirón, y no a trompicones, es mejor que la primera: «Intenté reescribir las primeras páginas, pero era muy difícil. No es que la segunda mitad sea perfecta, pero es más delicada, tiene más ritmo». Didion también admite que falló en la estructura: «Quería ir del pasado al presente de forma simultánea, pero no conseguía hacerlo con claridad. No funcionaba. Así que lo ordené: del presente al pasado, y de nuevo al presente. Muy directo. No supe hacerlo de otra manera. Simplemente no era lo suficientemente buena». Pero sí lo suficientemente buena para firmar una magnífica obra menor.

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