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LIBROS

Inocencio F. Arias, memorias con «auctoritas»: un inteligente relato

Arias tiene legitimidad para denunciar el sectarismo con el que han actuado en Exteriores algunos gobiernos

Inocencio F. Arias San Bernardo
Ramón Pérez-Maura

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Es una suerte poder disfrutar de un libro como las memorias del embajador Chencho Arias . Son más de 500 páginas en las que hace lo que corresponde en un libro que se enuncia así: pasar revista a su vida y reflexionar sobre sus destinos y la evolución de la función de un diplomático. El epígrafe «El declive del diplomático» es un magnífico resumen, con cuatro ejemplos, de cómo ha cambiado la función de un embajador desde finales del siglo XVIII hasta el presente. La embajada de Benjamin Franklin en París (1778-1785), la del vizconde de Chateaubriand en Roma (1828), la de Nicholas Trist en México (1847-1848) y la de Washington Irving en Madrid (1842-1846) ejemplifican cuán diferente era la misión de un diplomático cuando las comunicaciones eran lentas y en verdad un embajador tenía que hacer uso de las potestades que le habían sido asignadas. Franklin pudo seducir a Francia para apoyar la independencia de Estados Unidos frente a Inglaterra. Chateaubriand tuvo capacidad para defender los intereses de Francia en la elección papal sin necesidad de consultar con París. Trist negoció la paz con México en el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848); el resultado no gustó al presidente James Polk. Pero el tratado estaba legalmente firmado y hubo que llevarlo a término. Aunque lo que también terminó fue la carrera diplomática de Trist. Y Washington Irving en Madrid tuvo competencia para reconocer al gobierno conservador que sucedió a Espartero. Todas son competencias inimaginables hoy en un embajador que, como explica Arias, sabe que su ministro llama directamente al colega del país ante el que él está acreditado.

Cuando comenté semanas atrás a un embajador de España junto al que yo había compartido alguna velada con el embajador Arias, que estaba leyendo sus memorias, su respuesta fue: «¿Ha vuelto a escribirlas?». Inmensa maldad. Arias ha publicado varios libros sobre su carrera profesional, todos con interés. Pero sólo estas pueden considerarse unas verdaderas memorias. No en vano las cien primeras páginas son anteriores a su ingreso en la carrera. Su infancia, la España de la posguerra o cómo, por ejemplo, un joven que tenía vocación internacionalista analizaba el levantamiento en Hungría en 1956.

Mil preocupaciones

Arias da mucha información útil para las nuevas generaciones, que son quienes de verdad deben leer las memorias de los mayores. Desde contar cómo era el alucinante sistema de cifrado de mensajes en las embajadas -verdaderamente inverosímil- hasta aprender cómo debe ser el trato con un superior, que tiene mil preocupaciones en la cabeza y un concepto de sí mismo difícilmente mejorable.

Da mucha información para las nuevas generaciones y provoca la carcajada reiteradamente

Arias ha tenido una singularidad en su carrera: dirigió la Oficina de Información Diplomática -la portavocía de Exteriores- con tres ministros de tres partidos diferentes : José Pedro Pérez-Llorca, de UCD; Francisco Fernández Ordóñez, del PSOE, y Abel Matutes, del PP. Lo que le da cierta «auctoritas» a la hora de analizar la política exterior española a lo largo de estos años. Y a la hora de denunciar el sectarismo de algunos de sus protagonistas, como el conde de Casa Miranda , que dijo que con la llegada del PSOE había que quitar a Arias de la OID porque había defendido la permanencia de España en la OTAN. Es decir, porque había hecho lo que su gobierno le ordenaba -y cabe colegir que Casa Miranda no hacía. O el ejemplo, sin precedentes en la carrera diplomática, de cómo tras la victoria de los socialistas en 2004, Arias fue expulsado de su residencia en la embajada en la ONU sin permitirle agotar el plazo de un mes de cortesía que tiene todo embajador desde que se anuncia su relevo. Incluso tuvo que pagar de su bolsillo algunas de las cenas de despedida tras un largo mandato en el que había defendido con enorme eficacia la política del gobierno al que representaba. Es decir, cumplió con su obligación como embajador. Algo que a algunos no les parece bien.

Pero por encima de cualquier otra consideración, estas memorias cumplen con lo que apuntan en su provocador título : «Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones». Y es que el inteligente relato provoca la carcajada reiteradamente.

Errores básicos

Cabe hacer una crítica que por desgracia ocurre hasta con una editorial de peso como Plaza & Janés. Al libro le falta edición . Algo que hubiera impedido errores básicos como decir que Kennedy se acostaba con Marlene Dietrich , que ya era talludita y no exactamente el tipo del presidente, que bebía los vientos por Marilyn Monroe; llamar José María a Fernando María Castiella o sostener que en las presidenciales de 1984 Reagan ganó 48 de los 50 estados de la Union cuando ganó 49. Una plusmarca. Por no hablar de la falta de un índice onomástico, algo básico en un libro que debería ser de referencia y que creo que es el mejor regalo de Reyes que todavía está usted a tiempo de poder hacer.

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