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MÚSICA

«La imperfección de la viola la hace humana»

Uno de los nuevos nombres de la viola, Isabel Villanueva, ofrece con el pianista Thomas Hoppe un recital en el Auditorio Nacional de Madrid, que incluye el estreno de una pieza de Mauricio Sotelo, «Blanca luz de azahar»

La violista Isabel Villanueva Michal Novak
Stefano Russomanno

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Si cada instrumento transmite al intérprete algo de su carácter, entonces el discurso de Isabel Villanueva (Pamplona, 1988) posee la profundidad aterciopelada del timbre de la viola. Sus palabras denotan una sensibilidad y una madurez poco comunes para su edad, y que le han valido ya importantes reconocimientos como el premio Ojo Crítico de RNE (2015). Londres, Italia, Estados Unidos, Alemania y Suiza –donde reside en la actualidad– han sido hasta ahora las principales escalas de su viaje humano y artístico.

–¿No se habrá ido de España porque estaba harta de oír chistes de violas?

–No. Los chistes de violas están en todas partes, y yo también me río mucho con ellos.

–¿Por qué se meten tanto con los violas?

–Hasta principios del siglo XX, la viola ha tenido un papel subalterno, menos visible y menos exigente que el de violín y chelo. Por eso, quienes flojeaban en violín se pasaban, a veces, a la viola para camuflarse mejor dentro de la orquesta.

–A Bach le gustaba tocar la parte de la viola precisamente porque se sentía en medio de los sonidos.

–La viola es la voz que está exactamente en el centro. Es la mediadora natural, proporciona el equilibrio entre los extremos.

–¿Por qué a la viola le cuesta recuperar esta centralidad ante el oyente?

–El problema es que a lo largo de la Historia la viola no se ha desarrollado como el violín o el violonchelo. No es sólo una cuestión de repertorio o de intérpretes, sino de la propia construcción del instrumento. El chelo y el violín tienen unas medidas estándar. La viola, en cambio, no posee una medida única y esto obliga a modificar la forma de tocar de acuerdo al instrumento. No puedes hacer lo mismo en una viola que en otra: hay demasiados matices diferentes. Ninguna viola es comparable con otra.

–Ocurre lo mismo con las personas.

–Sí. La viola es un instrumento imperfecto, pero esta imperfección la hace humana. Cada viola tiene su talento y es fundamental identificarse con el instrumento que uno toca.

–¿Cuál es el suyo?

La viola, a nivel de expresión, es más filosófica. Quizás porque su tesitura es la que más se acerca a la voz humana

–Tengo una Enrico Catenar : una viola muy antigua (1670), más antigua que Bach. La encontré en Londres. Yo tocaba entonces con un instrumento muy bueno, una Amati, pero en cuanto la probé, pensé: «Esa es mi voz». El sonido, para los violas, es nuestra seña de identidad. Yo quería encontrar un sonido de oro. Lo tengo en la mente: un sonido profundo, humano, claro.

–¿Cree que lo ha encontrado?

–Sí, aunque es una búsqueda que nunca termina, porque todo cambia a lo largo de la vida. Cambian los instrumentos, cambian nuestras emociones. Cambian no en el sentido de ir a mejor o a peor, sino que se van desarrollando.

–En Madrid, estrena una obra de Mauricio Sotelo, «Blanca luz de azahar».

–Son diferentes piezas pequeñas que tienen una unidad, y cada una está dedicada a un palo del flamenco: bulería, soleá, tangos... Me encanta la manera que tiene Mauricio de mezclar elementos del flamenco con otros contemporáneos de la música clásica.

–¿Qué le gusta del flamenco?

–Es un arte muy puro, que llega directamente a las raíces de lo que son las emociones humanas. Además, su riqueza rítmica es extraordinaria.

–Es una gran defensora de la creación contemporánea. ¿Tiene preferencias?

–No me reconozco en una estética concreta. Depende mucho del compositor y de la obra. Me encanta Kurtág , por ejemplo. Recientemente he grabado para Sony un concierto de José Zárate; el disco saldrá el próximo año. También he tenido la suerte de trabajar con Sofía Gubaidúlina. Con motivo de una gala por su 80 aniversario, interpreté su concierto « Two Paths » junto a la Filarmónica de San Petersburgo. El acercamiento tan intenso a su música y a ella como persona ha sido una experiencia que me ha marcado.

–Para experiencias que marcan, la de su concierto en Irán.

–Fue en 2013. Era la primera vez que un solista de viola internacional tocaba ahí un concierto.

–Y, encima, mujer.

La viola es la voz que está exactamente en el centro. Es la mediadora natural, proporciona el equilibrio entre los extremos

–Al principio hubo cierta controversia. El primer concierto se anuló porque no contaba con el permiso de las autoridades político-religiosas. Pero al final el problema se solucionó y en los dos conciertos que ofrecimos la sala estuvo llena. La gente ahí tiene una gran curiosidad y mucha hambre de música. Las personas de la cultura están muy unidas; vi reuniones de artistas de diferentes disciplinas intercambiando ideas. Echo de menos aquí este tipo de unión. Al final, lo que marca la evolución de un país no es obra de una persona, sino de un conjunto.

–En el Festival de Arte Sacro de Madrid del próximo año interpretará en solitario un programa con piezas de Kurtág y Bach. ¿Qué aporta la viola a la música de Bach con respecto al violín?

–Yo diría que la viola, a nivel de expresión, es más filosófica. Quizá porque su tesitura es la que más se acerca a la voz humana.

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