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LIBROS

«La Historia», el relato y la glosa de Martín Caparrós

Acostumbrado a las desmesuras, Martín Caparrós rescata el universo indígena de los calchaquíes

Martín Caparrós, autor de «La Historia»
Arturo García Ramos

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La literatura argentina es pródiga en antinovelas, museos de la novela o rayuelas cuya ambición abarcadora se propone explorar un género hasta el agotamiento. Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), siempre hiperbólico, se propuso en 1999 rescatar un universo indígena -la civilización de los calchaquíes- y envasarlo en una arquitectura ficcional compleja y laberíntica. Como u n juego un poco cervantino y un poco borgiano , inventa un mundo completo semejante al de Tlön Uqbar, pero no se conforma con el resumen de un artículo de enciclopedia, sino que crea un corpus completo.

Un historiador denominado Mario Corvalán encuentra en 1957 un libro en un castillo del Loira que pertenece a A. des Thoucqueaux, un ilustrado que en la época de los enciclopedistas se habría dado a la tarea de traducir un manuscrito del sacerdote español José Luis Miranda, que visitó los escenarios del relato en el siglo XVII. De modo que leemos un texto que encontró un historiador , pero que había sido traducido por un filósofo francés y que escribió, con todas las implicaciones de versiones y falsificaciones que tal transformación supone, al dictado de un soberano indígena un religioso español del siglo XVII. No pretende «La Historia», tras tantas máscaras, ser historia. Su intento de servir de testimonio de los calchaquíes es tan absurdo como pretender que Alfred Jarry quiso dar cuenta de la historia polaca en «Ubú rey».

Entre mito y verdad

Caparrós finge un tono de manuscrito indígena en cuya redacción ha intervenido la mediación de un occidental. Una suerte de «Popol Vuh» actualizado que evoca el origen de un mundo de felicidad primigenia atemporal, ahistórica, violentamente transformado por la presencia del tiempo y la muerte. Uno y otro serán los temas centrales en esta sociedad gobernada por una estirpe de soberanos empeñados en dominar los sucesos. La historia de la Ciudad y las Tierras, como arquetípicamente es nombrado el territorio de Calchaqui, es la del abandono de los dioses y su intento de reconciliación, igual que en los mitos mayas y aztecas. Es la transformación del tiempo cíclico por el sucesivo y su consecuencia trágica. La revelación última viene a ser la decepción de que el tiempo «nada más su dios en serio lo domina». Caparrós desmembra su libro en infinitas notas en que exégetas y copistas glosan el original. Son lo más sabroso y lo más lúcido. También lo más caprichoso.

La trama del mito se fuga hacia el presente y se acomoda al planteamiento de algunos problemas indelebles en la filosofía Occidental: el poder, la sed de eternidad, la nada . Pocos años antes de que Caparrós publicara «La Historia», Piglia había sugerido en «La ciudad ausente» la ficcionalización de la realidad. El juego continúa aquí dilatado hacia el pasado precolombino e invita a reflexionar sobre la colisión entre mito y verdad, entre la civilización y la barbarie. «La Historia» es una desmesura, una gran broma patafísica de un mundo poblado de cronopios y de famas, con digresiones prolijas como las de Macedonio. Es la escritura de un lector de Borges por un autor libérrimo y maleducado dispuesto a crear un libro de libros .

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