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TELEVISIÓN

El gato de Kennedy

Dos creadores tan prolíficos como J. J. Abrams y Stephen King unen sus talentos para abrirle a James Franco una puerta del tiempo. El objetivo es evitar el magnicidio de Dallas. La miniserie «22.11.63» se ha estrenado esta semana en España

FEDERICO MARÍN BELLÓN

Quién sabe si el mundo sería mejor si Kennedy no hubiera sido asesinado. En un universo paralelo quizá exista un planeta Tierra en el que JFK apuró su mandato y todo se deterioró más despacio . O puede que con el presidente vivo las cosas hubieran ido aún peor. Sin necesidad de ponerse cuántico ni de citar a Schrödinger, Stephen King exploró el recurso de los viajes en el tiempo con idea de, como mínimo, luchar por una realidad mejor. Rodrigo Fresán celebró en estas mismas páginas la publicación de «22/11/63» (fecha del magnicidio) como la vuelta del Rey King a sus inicios, «a lo más alto, a dar –nunca mejor dicho– en el blanco».

Al escritor le costó casi 900 páginas contar su historia, que J. J. Abrams logra encajar sin deteriorarla en los ocho capítulos de « 22.11.63 ». En España, Fox estrenó el pasado miércoles esta cuidada miniserie producida por Hulu, una de las alternativas americanas a Netflix. James Franco es el atónito viajero, solitario patrullero a quien encomiendan la misión no de preservar la historia, sino de alterarla para siempre . «Si alguna vez quisiste cambiar el mundo, esta es tu oportunidad. Salva a Kennedy, salva a su hermano. Salva a Martin Luther King . Evita los choques raciales. Tal vez pon fin a Vietnam. Podrías salvar las vidas de millones...». Estas apasionadas palabras no las pronuncia ningún ministro del Tiempo, sino el personaje de Al Templeton, que interpreta en pantalla el espléndido Chris Cooper . Él descubre en su humilde restaurante un portal –vuelvo a saquear la sabiduría de Fresán– situado «más cerca de la magia de Lewis Carroll que de la ciencia de H. G. Wells ».

Tres normas

El actor, a quien muchos recordarán por « American Beauty » y por las películas de John Sayles , esconde en la despensa de su local el extraño pasadizo hacia el pasado. Sin los mandos del DeLorean de Zemeckis ni puertas alternativas, sus entradas y salidas del armario son menos configurables, pero no por ello menos peculiares. Estas son sus normas de uso básicas :

1. El viajero aparecerá siempre en el mismo sitio, a la misma hora del 21 de octubre de 1960 (septiembre de 1958 en la novela), con margen suficiente para evitar la tragedia. A King le gusta escribir y tantos años de ventaja le permiten describir la época con magisterio , mientras su protagonista descubre que en los cincuenta la comida sabía mejor, sabía a algo.

2. James Franco puede permanecer en el pasado –deberá hacerlo, de hecho– todo el tiempo que desee, pero cuando vuelva, en su época solo habrán transcurrido dos minutos . No importa si la escapada duró un instante o varios años. Los personajes atrapados en el presente apenas repararán en su ausencia.

3. Cada vez que el protagonista viaja a 1960, reinicia el proceso . Todo lo que hizo en escapadas anteriores habrá dejado de tener efecto. A él, cada excursión le servirá de entrenamiento, como a Bill Murray en «Atrapado en el tiempo».

Todas estas premisas pueden parecer complicadas o caprichosas, pero el libro y la miniserie tienen la virtud común de explicarlas sin esfuerzo y de saber endulzar el trago a los escépticos . Salvo que el espectador sea de los incapaces de llegar a pactos y disfrutar, lo digerirá sin problemas.

La versión televisiva cuenta con el aval añadido que supone la participación y el apoyo del propio Stephen King, convertido en productor ejecutivo . Podría pensarse que el cargo, como ocurre tantas veces, solo le autorizaba a figurar en los créditos y cobrar el correspondiente cheque, pero parece que no fue así. Antes incluso de publicar su novela, cedió los derechos para que Jonathan Demme la llevara al cine. El director de «El silencio de los corderos» tuvo que renunciar al proyecto, sin embargo, porque no supo ponerse de acuerdo con el escritor sobre qué partes debía salvar el guión. En defensa de ambos hay que decir que si la serie ya incurre en necesarias simplificaciones, resumir 850 páginas en poco más de dos horas de película era una misión casi suicida.

Para J.J. Abrams, tan hiperactivo o más que Stephen King, «22.11.63» supone también el regreso a una serie con una historia lineal, sin capítulos autoconclusivos , que a menudo han lastrado sus producciones con el pegajoso mal de la rutina.

Profesor en apuros

Y hemos llegado hasta aquí sin hablar del protagonista de esta adaptación, tal es la fuerza de la historia de fondo . James Franco, que no entusiasma pero se desenvuelve con corrección, es un simple profesor de literatura recién divorciado, abrumado por la petición de su amigo Al, enfermo y sin fuerzas para completar la misión. Él acepta, entre incrédulo e hipotecado por la amistad, antes de descubrir positivos efectos secundarios. Ya que tiene tarifa plana para ir y volver a 1960, decide cambiar algún otro detalle feo ocurrido en aquellos años .

El pasado, por supuesto, no se dejará manipular tan fácilmente , pero eso, como tantas otras cosas, es mejor que lo descubra el espectador.

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