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LIBROS

Fukuyama quiere ser Dinamarca

¿Cuáles son los peligros a los que se enfrenta hoy la democracia liberal? Francis Fukuyama responde en dos ensayos. Una auténtica disección de la política contemporánea

Francis Fukuyama, autor de «El fin de la Historia y el último hombre» Contacto

JOSEBA LOUZAO VILLAR

Francis Fukuyama seguirá siendo para una inmensa mayoría de lectores el autor de la discutible tesis sobre «el fin de la Historia» y, se suele olvidar, el «último hombre». Nadie ha representado de forma más refinada la falacia del hombre de paja. Y es que sus planteamientos han sido exagerados, malinterpretados y tergiversados hasta la náusea. Pero seríamos injustos si nos quedáramos en la caricatura de quien anunció -como fiel epígono de Hegel- que la democracia liberal era el régimen definitivo de la modernidad, sin adversarios tras la implosión del comunismo soviético, y asentada en la economía de mercado, la libertad y el pluralismo.

Corría el año 1992 y Borís Yeltsin reformaba económicamente Rusia a golpe de decretos. No era injustificado que Fukuyama dibujara un horizonte semejante porque trabajaba para el triunfante Departamento de Estado de su país. Pero esta propuesta sobre el fin de la Historia, contra lo que suele afirmarse, no defendía un optimismo embriagado por el éxito estadounidense. Al contrario, era consciente de que la realidad es mucho más ininteligible y confusa de lo que nos gusta imaginar , tal y como evidencia su última aventura intelectual. De hecho, este trabajo -su «magnum opus»- puede ser entendido como una revisión más prudente de sus antiguas tesis.

Más a la izquierda

«Los orígenes del orden político» y «Orden y decadencia de la política» son dos obras cargadas de referencias y datos, en ocasiones bastante monótonos y en otras fascinantes, que se deben leer pausadamente. Si en el primer volumen se encarga de repasar la Historia política de la humanidad hasta la Revolución Industrial (con unas sorprendentes anotaciones previas sobre biología, primates y sociedad), el segundo es una disección de la política contemporánea hasta el presente. La pregunta que atraviesa ambos libros es, en definitiva, ¿cómo podemos conseguir lograr instituciones políticas sólidas que garanticen su pervivencia y buen funcionamiento?

Tras el canto de cisne neoconservador y como consecuencia de los peligros que azotan a la democracia liberal tras la crisis económica, este politólogo norteamericano ha virado hacia posiciones que están más a la izquierda de su punto de partida inicial. Él mismo lo ha reconocido al descubrir que votó por Obama como rechazo del oscuro legado de Bush , con quien simpatizó al inicio de su andadura presidencial. Eso sí, después de leer estas páginas cuesta creer que ha abandonado el campo del pensamiento liberal-conservador.

La pregunta que atraviesa ambos libros es: ¿cómo podemos conseguir lograr instituciones políticas sólidas que garanticen su pervivencia?

En el centro de sus preocupaciones ya no están los posibles enemigos exteriores de la democracia liberal, sino sus crecientes problemas internos . Fukuyama defiende que, para responder a estos retos, hay que construir un Estado, fuerte y efectivo, que debe estar subordinado al imperio de la ley y al que debe exigírsele responsabilidad ante sus ciudadanos. Para ello, se sube al carro de los admiradores, a izquierda y a derecha, de Dinamarca como ideal institucional donde se ha conjugado prosperidad, seguridad y eficiencia.

¿Pero cómo se puede llegar a ser Dinamarca? En su recorrido histórico, demuestra que estos tres elementos han ido desarrollándose en un proceso coherente, aunque no universalizable. Cada contexto y cada sociedad mantiene ciertas particularidades que no permiten generalizar un modelo, ya que ni tan siquiera la Dinamarca real es la soñada por sus valedores. Exportar la democracia liberal con éxito no es sencillo , como demuestra la experiencia iraquí, pero si echamos la vista a nuestro alrededor no existe una alternativa a la aspiración demoliberal. Al menos, no lo son ni los regímenes islamistas, ni los regímenes iliberales -como la Rusia de Putin o la Hungría de Orban.

Fukuyama sólo logra identificar al socialismo de mercado chino como una opción de futuro preocupante. Considera que no puede existir libertad sin orden, pero sí viceversa . Y eso puede conllevar que los regímenes autoritarios sean, en ocasiones, más competentes que los democráticos. Como recordaba David Runciman , la democracia moderna es intrínsecamente adaptable pero necesita tiempo para ello.

Fukuyama no tiene dudas de que el Estado es uno de los mejores y más complejos inventos humanos. Los Estados nacieron para resolver problemas y, por ello, tienen que seguir respondiendo a las necesidades de los ciudadanos. Si las democracias occidentales no lo consiguen, terminarán por desaparecer. No son imperecederas y están sufriendo una esclerotización institucional que puede ser severa, si no se encuentra un modo de reformarlas. Las elecciones no sirven por sí solas, políticos y ciudadanía deben acceder a otros mecanismos para afianzar la responsabilidad institucional.

Demasiados vetos

Fukuyama utiliza el ejemplo del entramado institucional estadounidense , que caracteriza como una vetocracia, para mostrar cómo se erosiona una democracia hasta disminuir su funcionalidad por las constantes trabas en forma de vetos. La democracia debe, sobre todo, estar capacitada para adaptarse y recuperarse. Se deben gastar más esfuerzos en saber cómo reforzar las instituciones que en cómo controlarlas.

Nuestro orden político sigue atrayendo a millones de personas a lo largo del mundo. Pero aún no somos conscientes de los cambios que esta crisis producirá en nuestra forma de entender la democracia . Quizá la clave de bóveda democrática la encontremos en el último elemento de la tríada planteada: apuntalar la responsabilidad política permitirá equilibrar eficazmente el poder gubernamental y las instituciones que lo deben limitar. Estos dos tomos escritos por Fukuyama bien podrían acompañar la agenda del nuevo período que se ha abierto tras las elecciones del pasado domingo. La política nos seguirá incumbiendo por mucho tiempo.

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