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LIBROS

«Ser» es más importante que «humano» en «Fuera de quicio»

Extraordinaria, asombrosa, conmovedora. Los adjetivos se acumulan a la hora de hablar de esta novela de Karen Joy Fowler

Karen Joy Fowler

ANTONIO FONTANA

Viki Hayes nació en 1947 y murió en su casa, de una meningitis vírica, no está claro si a los seis años y medio o a los siete. Tras su muerte, sus padres se divorciaron. Un amigo de la familia dijo que Viki había sido lo único que mantenía al matrimonio unido.

Lucy Temerlin, que había nacido en 1964, fue separada de su familia a los doce años y enviada a Gambia, donde sufrió una gran depresión y perdió peso. Los Temerlin la adoptaron pensando que asumían un compromiso de por vida, pero el deseo de normalidad se impuso: hacía años que Maurice y su esposa no dormían en la misma cama porque Lucy no lo permitía; tampoco podían recibir a sus amigos en casa ni irse de vacaciones. La última vez que se vio a Lucy viva fue en 1987.

Viki y Lucy son dos ejemplos, pero hubo más: Maybelle, Salomé, Ally, Washoe, Nim..., chimpancés adoptados durante los años treinta por familias norteamericanas para investigar qué separaba al ser humano del anima l. Aquellos monos vestían como niños y llegaron a dominar un reducido lenguaje de signos -entre 25 y 125-, si bien el vocabulario de alguno de ellos alcanzó las 350 palabras.

Fin del experimento

La más famosa fue Gua, que convivió en el hogar del psicólogo Winthrop N. Kellogg con Donald, el hijo pequeño. En unos meses se hizo evidente que la chimpancé se humanizaba , superando sin esfuerzo al bebé a la hora de dejar de mojar los pañales, beber de una taza y usar el tenedor. Hasta que ocurrió lo que nadie se imaginaba: Donald empezó a adquirir las conductas de Gua. Fin del experimento, al que Kellogg dedicó « El simio y el niño».

Fowler firma una novela que nos pone un nudo en la garganta y, a veces, los pelos de punta

Todo esto y mucho más nos lo cuenta Karen Joy Fowler (Bloomington, Indiana, 1950) en «Fuera de quicio», la extraordinaria novela con la que quedó finalista del Premio Man Booker 2014. Y lo hace apoyándose en mil y un datos que le sirven para crear una ficción protagonizada por Rosemary Cooke, cuya historia, de entrada, suena bastante extraña: «En 1996 habían pasado diez años desde la última vez que vi a mi hermano y diecisiete desde la desaparición de mi hermana».

Hasta la página 75 no sabremos que su gemela, Fern, no ha muerto; que sigue viva; y que es un chimpancé. Así que perdón por revelarles un dato fundamental... sin el que sería imposible hablar de «Fuera de quicio». Y sin el que los Cooke serían una familia más, del montón. Lo único que no son. Aunque la madre les lea a sus hijas Mary Poppins mientras las niñas se van quedando dormidas.

Remordimiento y secretos

La normalidad de los Cooke se cifra en otras cosas. Por ejemplo, en el dolor que sentirán ante la doble ausencia del hijo mayor y de Fern, algo de lo que quizá tenga la culpa Rosemary. Y ya que hablamos de culpa, en eso también se parecen los Cooke a una familia cualquiera: en el remordimiento. Y en los secretos.

Todo lo iremos descubriendo poco a poco, porque Karen Joy Fowler no tiene prisa, y empieza la historia por la mitad o por el final , y juega con nosotros, y nos hurta con habilidad detalles imprescindibles, mientras va dando forma a una novela asombrosa, conmovedora, que nos pone un nudo en la garganta y, a ratos, los pelos de punta. Y que demuestra que, para crear intriga, no hacen falta crímenes truculentos. Basta la vida misma. O un hermano chimpancé que nos enseñe que, en la expresión «ser humano», la palabra «ser» es mucho más importante que la palabra «humano».

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