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COLECCIÓN ABC

Foix, el dibujante de la gente humilde de Cataluña

Mariano Foix y Prats quiso ser con su pluma y su lápiz el cronista de unas clases humildes urbanas en la Barcelona de comienzos del siglo XX, a las que no dejó de observar con un celo especial no exento de cierto paternalismo. Él supo evitar otros vicios de sus colegas copiando del natural

«Páginas artísticas. Confidencias», aparecida en «Blanco y Negro» el 8 de julio de 1900

FELIPE HERNÁNDEZ CAVA

Durante el siglo XIX, el costumbrismo se enseñoreó de la ilustración española , fiel al cometido de familiarizar al lector con la gran variedad de particularidades de los muchos pueblos de España. Y Cataluña no fue ajena a esa corriente, espoleada allí por algunas de las inquietudes modernistas en concienciar a sus habitantes de lo que les singularizaba con respecto a las identidades de otros territorios de la nación. Mariano Foix y Prats (Barcelona, 1856-1914), bautizado en los últimos tiempos como Marià, aunque él nunca firmase en vida con su nombre catalanizado, fue uno de los mejores y más interesantes representantes de esa vertiente gráfica que se valió de un realismo naturalista que más tarde cedería paso a otro de corte expresionista (un recorrido que nos llevaría de los Padró, Pellicer, Baixeras o Casas , por ejemplo, hasta Nonell o Roig i Cisa ).

Lo primero destacable de Foix es que, a diferencia de otros compañeros, nunca quiso abandonar la esfera del dibujo , con el que se familiarizó a temprana edad y del que enseguida, durante sus estudios en la Escola Llotja (1872-1874), que sigue siendo uno de nuestros mejores semilleros de ilustradores, demostró ser todo un virtuoso. Una escuela, por cierto, a la que asistiría con posterioridad un joven Nonell que, a la salida de clase, se dedicaría a inmortalizar en su cuaderno a los personajes que hallaba a su paso, reproducidos luego en «La Vanguardia» con el título de «Escenas populares de Barcelona».

Un discreto «mirón»

En aquella ciudad condal que, tras derribar las murallas un poco antes del nacimiento del dibujante, expandía su trazado para acoger a los nuevos habitantes que se incorporaban a ella en aluvión buscando trabajo en sus pujantes industrias, Foix quiso ser con su pluma y su lápiz el cronista de unas clases humildes urbanas a las que no dejó de observar con un celo especial no exento de cierto paternalismo. A ellas y al campesinado tradicional con el que convivía durante sus vacaciones en La Garriga entregó toda su potencia creativa , que se apoyaba en continuos apuntes del natural para evitar uno de los vicios más recurrentes de otros compañeros de profesión: la fabricación de arquetipos. Los personajes de Foix poseen, en efecto, una autenticidad muy singular a la que él parece asomarse como un discreto «mirón» que evitara el que se alteraran al sentirse observados.

Una cualidad de la que, en 1899, se percató el crítico Alfredo Opisso , padre del famoso dibujante de igual apellido, al mencionar su habilidad para sugerir la ilusión de un verosímil movimiento: « Sus figuras, sus grupos, tienen algo de cinematográfico (con perdón sea dicho); se les ve en acción , se comprende lo que están hablando, y así puede decirse que son perfectas impresiones, pero impresiones convertidas luego en materia de arte por su alteración en vista del mejor efecto estético».

Foix nunca vio sus dibujos como un instrumento de denuncia social, ni siquiera cuando retrató las celebraciones del 1º de Mayo

Y, aunque en muchos de sus encargos como ilustrador de libros y en varios de sus trabajos para revistas prestase atención a la burguesía a la que él pertenecía, es a todas esas personas de sencilla existencia, por lo general anónimas, a las que dedicó la mayor parte de su obra .

Sus grandes series, en las que fue más libre, fueron «La nostra gent» y «A muntanya» para «L´Esquella de la Torratxa»; «Croquis barceloneses: Historia de una familia» (acompañada de textos propios) para «La Vanguardia»; «Els que shuan» para «La Campana de Gràcia» y «Gent de casa» para «La Ilustració Llevantina», todas las cuales conforman una de las mejores tipologías de aquel momento a caballo entre dos siglos que, vista desde hoy, facilita una comprensión de aquella sociedad que trasciende con mucho el sabor localista . Es la virtud del buen costumbrista: que su trabajo desborda el presente para seguir vigente en la posteridad.

Hombre moderado

Su misma actitud vital, propia de un hombre de ideología moderada, que para nada interpretaba su tarea como un ejercicio de denuncia social (ni siquiera, por ejemplo, cuando «La Vanguardia» le encargó retratar el ambiente proletario de la celebración del Primero de Mayo de 1890), hizo que colaborase en su corta existencia con publicaciones de las más variadas ideologías, cuando no hasta abiertamente enfrentadas : monárquicas, liberales, republicanas radicales… Y así, amén de las citadas anteriormente, podemos encontrar obras suyas en «La Barcelona cómica», «L'Avenç», «La Ilustración Artística», «La Vanguardia», «Iris», «Pluma y Lápiz», «La Ilustració Catalana» o nuestro «Blanco y Negro», entre otras.

Al contrario que otros dibujantes de la época, nunca cayó en el vicio de fabricar arquetipos

No se prodigó mucho en las páginas de la revista de Prensa Española, muy posiblemente porque se sentía más identificado con el proceso de renovación en que «La Vanguardia» se había embarcado a partir de 1888, bajo la dirección periodística del onubense Modesto Sánchez Ortiz y la artística del acuarelista Josep de Passos , pero no por ello quiso renunciar a la convocatoria de Luca de Tena , que había convertido su publicación en una de las de mayor atracción para los dibujantes. Y las pocas obras que conserva el Museo ABC son además de las mejores de las que salieron de su mano , aunque predomine en varias de ellas un tono bucólico (así en las payesas que avanzan haciéndose confidencias) o místico, que no fueron dos de sus principales señas de identidad, y que empezaron a aparecer con cierta regularidad en su trabajo a raíz de la muerte de su hija Paulina, siendo una niña, en 1893.

Estéticas más audaces

Paulatinamente, Foix se vio desplazado por otras estéticas más audaces y los encargos empezaron a menguar , lo que le llevó a dar clases particulares de dibujo en su casa del número 2 de la Plaza Real de Barcelona para no ver mermada su economía.

Sin embargo, cuando le llegó la muerte, el 24 de marzo de 1914, una cascada de elogios y homenajes volvió a encumbrar por unas horas a aquel hombre amable que nunca hizo un viaje al extranjero, cuando ir a París parecía obligado para cualquiera que se dedicase a su oficio. Uno de estos textos encomiásticos no deja de llamarme la atención; es el que le dedicaron sus compañeros de «L´Esquella de la Torratxa», que ya solo le invitaban a participar en sus almanaques anuales, en el que se refieren a él como «el más catalán y el más catalanista de nuestros dibujantes, pues no se valió nunca de elementos y modelos que no fueran de nuestra casa».

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