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ARTE

La elocuencia de los pequeños gestos

La retrospectiva de B. Wurtz y la colectiva «El curso natural de las cosas», ambas en La Casa Encendida, reflexionan sobre lo cotidiano y lo humilde como instrumentos válidos para el arte

«Buttercup (Cactus)» (2000), obra de Polly Apfelbaum presente en la colectiva «El curso natural de las cosas»

CARLOS DELGADO MAYORDOMO

La vindicación de lo residual y la transformación de su significado es el firme hilo conductor que modula, desde principios de los años setenta, el trabajo de B. Wurtz (Pasadena, California, 1948). Su fetichismo acumulador le ha llevado a rastrear los desechos procedentes de las prácticas esenciales del ser humano y a eludir las instrucciones de uso regladas por la conveniencia social. De este modo, dormir, comer y mantenerse a resguardo –una suerte de triada vital enunciada por el propio B. Wurtz– son las áreas de prospección donde el artista lleva a cabo su particular método arqueológico basado en el descubrimiento, el inventario y la reubicación de lo sobrante .

Lo que fascina en la empresa de este autor, audaz heredero del «ready made» duchampiano y de la poética del «bricoleur» , no son tanto sus procedimientos técnicos de hibridación sino la rotunda sencillez con la que consigue desviar y desbordar la funcionalidad original del objeto doméstico. En este sentido, el trabajo de B. Wurtz se resuelve a través de construcciones esencialmente precarias que desfiguran las jerarquías preestablecidas , apelan a una lógica operacional fluctuante y, finalmente, generan un espacio pictórico-escultórico de desconcertante carácter polimorfo.

Saltarse las reglas

Algunas de las propuestas que integran la exposición antológica que ahora le dedica La Casa Encendida ya fueron recogidas en la muestra que en el año 2014 llevó a cabo el artista en la galería Maisterravalbuena , así como en el estand que este mismo espacio presentó en el último ARCO. Sin embargo, estos preludios no atemperan la sorpresa de una impecable exposición donde cada trabajo instrumenta, con indudable humor y pericia analítica, las relaciones que los individuos establecemos con nuestros hábitos de consumo. Tales ejercicios de construcción de nuevos significados transmiten el placer de eludir las reglas , incluso cuando estas son las que definen a un simple objeto de deshecho; de este modo, por medio de sutiles y humildes cantos de resistencia, B. Wurtz logra poner en cuestión la producción racionalizada, expansiva y espectacular de la actual sociedad de consumo.

La idea de actuar con fragmentos de lugares dispersos a través de consignas sencillas es también el esquema que sustenta « El curso natural de las cosas », exposición colectiva comisariada por Tania Pardo en las salas de La Casa Encendida. En esta propuesta, el alcance pretendido es establecer conexiones directas entre una práctica de arte basada en la operatividad de los pequeños gestos y la posibilidad de asumir la riqueza de los vestigios naturales como repertorio formal . De ahí que la comisaria tome como punto de partida, no a modo de cita literal pero sí de premisa de articulación conceptual, un texto de Joan Miró quien, en una charla con el crítico de arte Yvon Taillandier , se definió a sí mismo como un hortelano.

B. Wurtz es un audaz heredero del «ready made» duchampiano y de la poética del «bricoleur»

En el recorrido expositivo, estructurado a través del trabajo de quince artistas de diversas nacionalidades y marcos generacionales, no siempre queda del todo resuelta esa vocación de reivindicar un canon basado en lo humilde, lo sencillo y lo primigenio ; también percibimos desajustes en la dialéctica establecida entre algunas propuestas coincidentes en recursos estéticos pero notoriamente distantes en su indagación conceptual, como sucede con los guijarros de Fernando Buenache y los troncos de Adolfo Schlosser .

Sin embargo, el resultado último es una interesante exposición que permite recuperar obras espléndidas en su relación entre la creación artística y los elementos de la naturaleza , como el emocionante vídeo «Cuando la fe mueve montañas», de Francis Alÿs , la exuberante abstracción cerámica de Betty Woodman o el delicado inventario orgánico del holandés herman de vries (cuyo nombre, en una constante minúscula, busca ser expresión de su férrea creencia en la igualdad); pero también la exposición consigue enunciar un necesario trayecto narrativo para la comprensión de un tipo de arte que, frente a la actual digitalización de la mirada, apela a la seducción contemplativa y toma como punto de partida elementos naturales o bien reflexiona acerca de la plasticidad que evoca nuestro ecosistema.

Estructurada a través de tres núcleos temáticos que inciden en la naturaleza como elemento material, la contemplación del paisaje y el estallido cromático , la exposición integra obras sobresalientes en su vocación polisémica (especialmente el «site-specific» de Nicolás Paris , pero también las obras de Daniel Steegman Mangrané, Irene Grau y Federico Guzmán ); creaciones que se nutren del color y la materia para generar serenos palimpsestos ( Fernando García, Polly Apfelbaum y Karin Ruggaber ); y, finalmente, una tercera vía de propensión neobarroca, lúdica e incluso gozosamente bizarra, donde se inscriben las propuestas escultóricas de Elena Aitzkoa, Milena Muzquiz y Matthew Ronay .

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