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ARTE

Cuando Berruguete se tornó un clásico

Erraríamos al pensar que Alonso Berruguete tan sólo trasladó los cánones clásicos a su época. Los absorbió para cuestionarlos. De ello da fe una muestra en el Museo de Escultura de Valladolid

Detalle del Sarcófago de Husillos

JOSÉ MARÍA HERRERA

El 14 de enero de 1506, muy poco antes de que Miguel Ángel pintara la Capilla Sixtina y Rafael la sala de baño del cardenal Bibbiena (primera vez que un interior se decoró al viejo estilo imperial romano), apareció en una viña de Roma situada en los terrenos donde estuvo el palacio de Tito el grupo escultórico conocido como Laocoonte y sus hijos . Contadas veces en la larga historia de la arqueología se ha producido un hallazgo tan formidable. Aunque la obra no estaba en buen estado, su elocuencia patética impactó a todo el mundo, particularmente a los artistas. Los autores de aquella maravilla habían conseguido plasmar en mármol el instante justo en que la muerte se cierne sobre un padre y sus hijos.

Laocoonte es un personaje de la guerra de Troya que conocemos por la Eneida de Virgilio. Este le atribuye un papel clave en los últimos momentos de la ciudad. Sospechando del caballo de madera que habían dejado los griegos antes de partir, intentó convencer a sus compatriotas de que se trataba de un engaño y, para demostrarlo, lo golpeó fuertemente con una lanza. Lo que se escuchó no bastó para que le hicieran caso, así que volvió enojado a sus tareas de sacerdote. Luego, mientras preparaba una ofrenda a Poseidón en la playa, salieron dos serpientes del mar y lo estrangularon junto a sus hijos . El pueblo de Troya entendió que Laocoonte había disgustado a los dioses por rechazar el obsequio griego y metieron el caballo en la fortaleza, con las luctuosas consecuencias de todos conocidas.

Contagiado de pasión

Meses después del descubrimiento de la estatua, en la primavera de 1506, llegó a Roma un artista de 17 años, Alonso Berruguete , hijo de Pedro, célebre pintor castellano. Allí permaneció doce años, tiempo suficiente para contagiarse de la pasión por la Antigüedad que se respiraba en toda Italia. Naturalmente, el Laocoonte le impresionó. La prueba es que participó en un concurso organizado por Bramante , arquitecto del papa Julio, en el que se trataba de reproducir la gran escultura helenística en cera y a tamaño real (el juez del concurso fue Rafael y el vencedor, Sansovino). Desde luego, nunca la olvidó. Aquí y allá, entre sus obras, encontramos vestigios de ello. Quienes acudan a la exposición del Museo Nacional de Escultura de Valladolid podrán confirmarlo fijándose, por ejemplo, en el San José de la Natividad del Retablo de la Epifaní a (1538), una figura que recuerda por sus facciones y gestos la pose dramática del sacerdote troyano. Y, por supuesto, no se trata sólo de detalles, sino de algo más profundo: un aire, una vena patética, expresionista, característica de su estilo.

Fiel a la tradición

Berruguete volvió a España con 30 años. Su experiencia romana lo había transformado . El trato con personalidades de la talla de Miguel Ángel o Rafael le hicieron abandonar la visión del arte como trabajo artesanal que aún se tenía en los talleres castellanos. Como sus reyes (Carlos I era de Gante y su padre, Felipe el Hermoso, de Brujas), el gusto español seguía bajo la órbita del espíritu flamenco, en apariencia más fiel a la tradición cristiana. Los modelos paganos defendidos por los humanistas se miraban con suspicacia. A fin de cuentas, la Iglesia los había combatido a lo largo de los siglos. Berruguete fue el encargado de hacer posible la transición hacia otro estilo demostrando con su obra que se podían emplear las formas paganas para representar escenas sacras . Relieves, esculturas y retablos, o sea, el grueso de su producción, contienen multitud de detalles que ponen de manifiesto la profunda huella que dejó en su memoria la estatuaria clásica.

Igual que Prometeo trajo el fuego, Berruguete iluminó España con la luz de Italia

Otra cosa es lo que pudo llevar a cabo como artista. Que la mayor parte de su obra la realizara en madera, material que no le ha ayudado a alcanzar la consideración que merece, o que sus temas fueran a menudo religiosos, es algo que tiene que ver menos con él que con su clientela. Lo que no se puede discutir es que jugó un papel decisivo en la evolución del arte español , tanto como para que un escritor del XVIII lo comparara con Prometeo: igual que este trajo el fuego del Cielo a la Tierra, Berruguete iluminó nuestro país con la luz de Italia.

Erraríamos, no obstante, si creyéramos que su tarea consistió simplemente en trasplantar un canon y repetirlo luego como un autómata. Berruguete absorbió lo clásico y esto hizo posible que pudiera también cuestionarlo. Su forma de supeditar la anatomía a los sentimientos de los protagonistas , su tendencia a la gesticulación y la expresión apasionada, fueron ciertamente más allá del clasicismo. Ligarlo a otros artistas de la época igual de transgresores, Rosso Fiorentino o Pontormo, no tiene, pues, nada de particular, como tampoco considerarlo precursor de El Greco, quien sin duda conoció su obra.

Parecidos y semejanzas

El propósito de la exposición de Valladolid es mostrar todo esto. La pedagógica estrategia de los organizadores ha sido colocar junto a las obras de Berruguete otras clásicas con las que guardan semejanzas estilísticas importantes: piezas romanas como el Sarcófago de Husillos , que conoció y estimó el artista palentino; copias en diversos materiales del Laocoonte , recreaciones de la Domus Aurea de Nerón, donde estuvo originariamente la obra y que sirvió de inspiración a la Venera del Retablo de San Benito ... El resultado hará a buen seguro las delicias de todos los aficionados al arte y a la arqueología.

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