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LIBROS

Coetzee, el escritor como lector

El Nobel sudafricano Coetzee repasa en los dos tomos de ensayos «Las manos de los maestros» una larga lista de autores fundamentales así como la Historia reciente de su país

Cartel en una playa sudafricana en los años del «apartheid» Getty Images

J. Á GONZÁLEZ SAINZ

Suele ocurrir a menudo que, a rebufo de las obras de ficción de un escritor que ha labrado con ellas su prestigio, se recojan también algunos de sus artículos dispersos o intervenciones públicas en compilaciones más o menos atinadas de varia lección y desigual valor. No vienen mal, nunca se va uno de vacío tras su lectura, aunque tampoco pase a veces de suponer algo así como un complemento o adorno de su obra principal. Contribuyen a la comprensión del autor, al esclarecimiento de sus fuentes o a facultar una especie de tapeo de sus opiniones que, en una época como la nuestra de sustituciones y usurpaciones, bien puede incluso valerles a algunos como sustituto de la lectura de su obra más relevante. Pero hay autores, por el contrario, en que la calidad de los escritos así recopilados es tan alta que no sólo no le va a la zaga a la de sus libros de ficción sino que hasta cabría considerar si no la supera. Sin salir de nuestra lengua, piénsese, por poner sólo dos ejemplos actuales, en las obras de Félix de Azúa o Juan Villoro .

Guía de lecturas

Caso emblemático en este sentido es el del premio Nobel sudafricano J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), cuya obra ensayística no sólo no desmerece del unánime reconocimiento que ha obtenido como narrador sino que lo realza y prolonga y hasta podría quizá justificarlo por sí sola. De entrada, no se trata para el escritor sudafricano de una labor ancilar. Un concienzudo trabajo previo de lectura, de erudición y penetrante interpretación, unido a la destreza expositiva del avezado narrador , convierten a las dos docenas largas de ensayos sobre obras y autores literarios recogidos en los dos volúmenes de «Las manos de los maestros» (algunos ya incluidos en anteriores compilaciones y otros nuevos para el lector en español) en una auténtica guía de lecturas, en una cabal sugerencia de recorrido crítico a través de algunos de los hitos más descollantes de nuestra cultura , vistos, y de ahí otro de sus alicientes, desde una mirada interna a ella y a la vez ladeada: la mirada africana.

Coetzee ve y lee desde dentro de la cultura occidental, pero al mismo tiempo desde afuera, desde la cultura y la lejanía de su Sudáfrica natal . Esa doble perspectiva proporciona a su mirada una complejidad enriquecedora, planteadora de cuestiones y nunca baladí ni sectaria. Cuando parece que podría llegar a ser víctima de modas universitarias o sectarismos políticos, animalistas o antropológicos en boga, siempre se mantiene a una distancia iluminadora. Ensayos como el relativo al estudio del tópico de «La ociosidad en Sudáfrica» en los libros de viajes occidentales, o bien «El diario de Hendrik Witbooi», acerca del espeluznante genocidio llevado a cabo por holandeses y alemanes , o el estudio sobre las categorías de lo pintoresco y lo sublime en el paisaje sudafricano, nos plantean cuestiones cruciales de un mundo que desconocemos a la par que nos cuestionan el que creemos conocer y, en ambos movimientos, conteniendo con inteligencia e ironía las pasiones más tristes y las ideologizaciones más fáciles, nos ofrecen concienzudamente un mundo de fondo: el de las dificultades de ser hombre entre los hombres y sus fascinantes o repulsivas acciones.

Malabarismos

Los comentarios críticos o meditaciones sobre libros o autores realizados por escritores pueden tener la ventaja, aparte de su mayor o menor perspicacia, de una escritura más suelta o dramatizada, sin las pesadeces que a veces acartonan a los críticos o académicos de profesión. Pueden, pero también puede que todo quede en puro malabarismo de escritura. Cosa que nunca ocurre en los ensayos de Coetzee. Antes de ponerse, Coetzee toma en consideración buena parte de la obra del autor del que trata , en nuestro caso desde Hölderlin y Goethe hasta Beckett o Faulkner, pasando por nuestros Juan Ramón Jiménez o García Márquez , además de los principales escritores y temas sudafricanos, y se empapa, en muchos casos, de sus biografías o correspondencias. Cada ensayo le sirve luego para afrontar una serie de cuestiones tanto estéticas como éticas o existenciales.

Sus ensayos se leen con placer y nos enseñan a elegir maestros y a descubrir sus manos

Cómo es posible, se pregunta por ejemplo al hablar de Doris Lessing , que ella y tantas otras personas inteligentes, con evidentes preocupaciones sociales, amantes en principio de la paz y de su prójimo, se prestaran a servir de instrumentos de las políticas de la Unión Soviética; qué fuerza irracional les impulsó, qué «sicosis social o autohipnosis masiva» les llevó en las décadas de mediados del pasado siglo a no ver que, tras las apelaciones a los impulsos más nobles, había un cenagal de mentiras y distorsión y engaño criminal. Siempre la lectura es un espejo, nos refleja en otras personas, en otros espacios y tiempos. «Las mentiras repetidas por los seductores generación tras generación han creado una verdad propia», dice en otro ensayo, esta vez acera de Márai, sobre el mismo tema de la seducción, en este caso aparentemente amorosa. Coetzee va a la cuestión de la que el escritor escribe y a la cuestión del escribir; va al hombre del que el escritor escribe y al hombre que es el escritor y, con ellos y a través de ellos, va al hombre que somos todos con verdadera maestría de discernimiento.

«Estupidización»

Acostumbra a decirse como elogio de algunos ensayos que se leen como una novela. Es de suponer que se quiere subrayar con ello el hecho de que no son unos peñazos escritos para hacer currículos o satisfacer ínfulas, pero en realidad se trata de una apreciación doblemente injusta: con el ensayo y con la novela. Con la novela porque presupone que las narraciones son una especie de aguachirle engatusadora, y con los ensayos porque parece que por definición tengan que ser un tostón. Cada género tiene su fuste y su aprovechamiento como cada día su afán.

Con esos pretendidos elogios a los ensayos lo que se quiere decir es que se leen con placer, que deleitan además de enseñar como ocurre con los de Coetzee, los cuales, además, enseñan a elegir maestros y a descubrir sus manos. Uno de ellos, cuyo ensayo quizá hubiera debido figurar como antesala, es Erasmo y su «Elogio de la estupidez». A través de Foucault y de Girard, Coetzee plantea con toda actualidad su intento de definir una posición que se sitúe más allá de las dinámicas de rivalidad que caracterizan a las culturas y las políticas. Su debate sobre la posibilidad y las consecuencias de sustraerse a las locuras del antagonismo puede ser, al igual que lo fue en la Europa enloquecida de los años treinta , de relevancia para nuestros quién sabe si imparables procesos actuales de enloquecimiento o «estupidización».

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