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Libros

Cada vez que se mueve un papel surge una historia

La investigación aporta a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando la capacidad de redibujar luces y sombras del pasado

En el Laboratorio de Humanidades Digitales trabajan en reconstrucción 3D Ignacio Gil
Jesús García Calero

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«No hay reglas en la Pintura. La obligación servil de hacer estudiar o seguir a todos por un mismo camino es grande impedimento a los jóvenes que profesan arte tan difícil». Estas palabras de Goya a un responsable de la Academia en 1792 resumen bien la tensión inherente a las artes -y a las vidas- entre la tradición y el cambio. La disposición a escucharlas en época tan temprana explica el éxito de esta institución de cultura y enseñanza, una buena idea que pronto cumplirá trescientos años. Aparte de la maravillosa colección que dejaron a lo largo del tiempo los alumnos -que luego fueron maestros-, hay grandezas y flaquezas memorables que han quedado documentadas en la meticulosidad de las actas y los inventarios. Cada vez que un poco de brisa, de curiosidad o de casualidad ha levantado una hoja de papel en la Academia surge ante nuestros ojos una historia que merece ser contada.

Amor al arte

En ABC llevamos muchos años narrándolas y no nos cansamos. Desde la reunión de la impresionante colección de obras de arte que los nobles ingleses traían del «Grand Tour» en un barco capturado en 1799, el «Westmorland», cuyo rastro estaba perdido, a las sombras y corruptelas que la Desamortización permitió en el siglo XIX y que los académicos dejaron nítidamente retratadas en su discreta documentación.

Ahora, cerca de los valiosos papeles vuelan los drones que captan la fotogrametría de puentes e iglesias y hay nuevas cámaras y herramientas informáticas punteras que permiten navegar en ese océano sin límites del amor al arte.

Los estilos cambiaron en trescientos años y ya no rige el modelo clásico de discóbolo y vitruvio. La Academia está aplicando un oído atento al mundo que le rodea , la sociedad a la que sirve. No puede ser una casa introvertida ni lugar para sorderas, como dijo ese Goya doliente que tuvo que abandonar la enseñanza: «perdí la esperanza por ahora de poder servir; por no oír nada de lo que me decían, y ser causa de la diversión de los muchachos».

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