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MÚSICA

Bach para supervivientes

La pianista china Zhu Xiao-Mei, víctima en su juventud de la represión cultural ordenada por Mao, dejó huella en el Palau de Barcelona con las «Variaciones Goldberg»

Zhu Xiao-Mei
Stefano Russomanno

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Chushen Buhaho es, en sentido literal, «la gente de mala procedencia». En la China de Mao el término designaba despectivamente a los burgueses. Zhu Xiao-Mei pertenecía a los Chushen Buhaho . Su padre era médico, su madre había estudiado bellas artes; no era una familia próspera pero sí amante de la cultura, sobre todo la occidental. Con once años, Zhu Xiao-Mei es admitida al Conservatorio de Pekín en la clase de piano. Poco más tarde, en 1963, el maoísmo da comienzo a la mayor de sus pesadillas: la Revolución Cultural.

El aire en el Conservatorio se hace irrespirable. Los antiguos profesores y muchos alumnos son expulsados, vejados y sometidos a público escarnio. Algunos no aguantan y se suicidan. La familia de Zhu Xiao-Mei tapa el piano de su casa con un mantel para que parezca un simple mueble. Ya nadie se atreve a tocarlo; algún vecino podría delatarlos y avisar a la Guardia Roja. Tener un piano está penado con la cárcel, o incluso peor, igual que poseer un gramófono, discos o partituras. La música occidental está prohibida.

Reeducación forzosa

A los quince años, Zhu Xiao-Mei es enviada a un campo de trabajo , en la China profunda, para su «reeducación». Ahí desempeñará durante un lustro tareas durísimas en condiciones climáticas, higiénicas y anímicas que rozan lo inhumano. Es un descenso a los abismos de la condición humana parecido al que Dostoyevski describe en sus Memorias de la casa muerta. Xiao-Mei no puede hablar con sus compañeros ni de música ni de literatura porque los oídos del régimen están en todas partes. Al final del día, cada uno tiene que exponer en público -como si estuviera ante un tribunal popular- sus faltas y sus errores, y reafirmar en voz alta sus propósitos de enmienda. Con todo, ni el lavado de cerebro ni las mortificaciones ni el miedo consiguen apagar su llama interior. El hallazgo casual de un acordeón vuelve a encender en Xiao-Mei el deseo de hacer música.

La muerte de Mao en 1976 supone un alivio. Xiao-Mei regresa a la ciudad. Tiene ahora diecinueve años y quiere reanudar sus estudios de piano. La Revolución Cultural no sólo le ha robado la mejor parte de su juventud, también le ha arrebatado su futuro. Una generación entera de músicos ha sido borrada del mapa: no hay alumnos, no hay profesores, no hay escuelas, y las pocas que quedan son auténticos cementerios.

Descubrir el Tao

Zhu Xiao-Mei pide un visado para estudiar el piano en el extranjero. Consigue dar el salto a Estados Unidos , donde tendrá como principales obstáculos la falta de recursos económicos y su escaso manejo del inglés. Pese a todo, se gradúa en el Conservatorio de Boston y salva otro obstáculo burocrático: su permiso de residencia está a punto de caducar, lo que la obligaría a volver a China. La solución viene de un amigo estadounidense, quien se presta a un matrimonio pactado para que ella pueda quedarse.

«Las líneas entremezcladas del contrapunto de Bach me remiten al arte de la caligrafía, un arte típicamente chino»

En Occidente, la pianista descubre por primera vez la antigua sabiduría china, prohibida por el régimen de Mao, y en especial el taoísmo. Lao-Tse se convierte en su maestro espiritual, el otro es Bach: «Las líneas entremezcladas del contrapunto de Bach me remiten al arte de la caligrafía , un arte típicamente chino que es ante todo un arte de la respiración y de la meditación». Las Variaciones Goldberg constituyen para ella el hito supremo, un concentrado de todas las emociones humanas. En el regreso del Aria al final de la obra, después de las variaciones, Xiao-Mei ve una similitud con las enseñanzas de Lao-Tse: «El regreso es el movimiento del Tao».

Precisamente su grabación de las Goldberg , en 1999, es recibida con una mezcla de admiración y estupor. En su primer disco, una desconocida pianista china de cincuenta (¡!) años firmaba una versión capaz de codearse con las mejores. Este registro marca un punto de inflexión en la carrera de Xiao-Mei (que para entonces ya residía en París) y le permite recoger los frutos tardíos de una vocación mantenida contra viento y marea. Sus conciertos y sus posteriores discos, muy bien acogidos por la crítica , dan fe de un repertorio restringido pero meticulosamente servido. Bach destaca por encima del resto, pero no menos interesantes resultan sus acercamientos a Schumann, Beethoven, Mozart, Haydn y Scarlatti.

Severo pero fluido

El caso de Zhu Xiao-Mei tiene un cierto parecido con el de James Rhodes. Ambos pianistas tienen a sus espaldas una tragedia que ha marcado sus vidas y que han querido relatar por escrito. A partir de ahí, las similitudes se esfuman. Rhodes es un pianista del montón y de escasos recursos musicales, más allá de la empatía que pueden generar su historial de abusos y su voluntad de superación. En cambio, Zhu Xiao-Mei escribe su autobiografía ( La rivière et son secret , 2007) cuando es una solista consolidada. Su estatura de intérprete tiene un peso específico que está por encima de sus tribulaciones personales.

Es Zhu Xiao-Mei una pianista de corte severo pero fluido , capaz de transmitir con profundidad y emoción los valores de belleza y armonía encerrados en las partituras. Sus versiones no dudan en hacer propios los valores del taoísmo: «Desaparecer detrás de la música, como si mi lectura de Lao-Tse y Chuang-Tse me hubiese convencido de que los mejores pianistas son aquellos que no existen... Desaparecer detrás del compositor. Tengo así la impresión de no interponer una voluntad entre el compositor y la música». Ayer ofreció un concierto en el Palau de Barcelona.

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