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COLECCIÓN ABC

El ardor pictórico de Bardasano

Durante la Guerra Civil, ABC también se partió en dos. En el bando republicano quedó el diario editado en Madrid, en el que despuntó con sus carteles propagandísticos José Bardasano

«Gráfico de la actualidad española», de José Bardasano, publicado en ABC el 13 de diciembre de 1936 Museo ABC

FELIPE HERNÁNDEZ CAVA

A los tres días de haberse producido el alzamiento militar contra la República Española, en julio de 1936, el madrileño diario ABC era incautado por Unión Republicana , el partido más moderado del Frente Popular, y el anciano periodista Augusto Vivero se convertía en su director. Mientras, en Sevilla, donde sí triunfó el golpe, comenzaba a editarse otro ABC proclive al autodenominado bando nacional. Así las cosas, y como bien conocen nuestros lectores, se produjo la circunstancia de que en aquella España desgarrada por la Guerra Civil hubo dos versiones ideológicamente antagónicas con la misma cabecera .

El ABC «rojo» empezó dando muestras de excesivo extremismo , hasta el punto de tener que ser secuestrado por las autoridades policiales el 1 de agosto de 1936, lo que empujó al partido que lo controlaba a buscar un hombre más moderado, Elfidio Alonso , diputado canario, para su dirección. De ahí que hoy no nos sorprenda encontrar en aquellas páginas algunos artículos realmente juiciosos, como los del joven filósofo Julián Marías , simpatizante del socialismo moderado que representó Julián Besteiro .

De ese pobre diario –pobre de calidad de papel, de páginas y contenidos– la Colección ABC posee algunos dibujos que acogió, muy determinados por el espíritu de propaganda , entre los que destacan varias ilustraciones cartelísticas de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), que habían abrazado las tesis comunistas, firmados por José Bardasano (1910-1979).

Entregado a la causa

A Bardasano le descubrió el pintor Marceliano Santa María pintando en la plaza de Cuatro Caminos , barrio en el que naciera, cuando solo tenía once años, y fue este artista el que le animó a entrar en la Escuela de Artes y Oficios. Muy dotado para la plástica (como nos demuestra el excelente retrato de su amigo el escultor Francisco Huguet , de 1928), y pese a ser rechazado en el examen de ingreso a Bellas Artes, empezó a descollar en algunas exposiciones, mientras se ganaba la vida en la agencia de publicidad Rex o en la reputada casa de vidrería Maumejean , a la vez que se iba reafirmando en dos convicciones que le acompañaron toda su vida: la entrega incondicional a la causa socialista (sus primeras ilustraciones para el periódico del PSOE son de 1929) y la consideración de que la pintura debía ser siempre comprendida por las masas , so pena de ser contrarrevolucionaria o insincera, que era de lo que él acusó a Picasso o Dalí .

Esa reivindicación del tradicionalismo frente a las vanguardias , que se tradujo en estar más atento a Velázquez, Tiziano o Van Dyck , por ejemplo, que a los derroteros que seguían sus coetáneos, le colocó en una posición un tanto a contracorriente, pese a su segunda medalla en la Exposición Nacional de 1934 o a la beca, un año después, del legado del Conde de Cartagena, que le permitió viajar por Inglaterra, Francia, Holanda o Bélgica, periplo en el que descuellan, a mi juicio, algunas pinturas de corte impresionista y sus abigarrados aguafuertes, vagamente emparentados con Durero o Holbein .

En México continuó su trayectoria como artista, cada vez más enfrentado con la hegemonía de la abstracción

El estallido de la guerra le sorprendió en Madrid, y Bardasano y su mujer, la también pintora Juana Francisco Rubio , con la que había contraído matrimonio dos años antes, se entregaron en cuerpo y alma a la causa republicana , fundando inmediatamente el taller La Gallofa, nombre que designa a la gente vaga y ociosa, desde el que producir toda clase de propaganda gráfica para las JSU y para algunas otras organizaciones, como las Brigadas Internacionales. «Nuestra Guerra civil –diría más adelante– fue una época de indignación y de injusticia en la que no se podía hacer cuadros . Lo que había que hacer no era un cartel, sino cientos».

La Gallofa, alma también de la revista ácidamente satírica « No Veas », fue un colectivo que gozó de una gran reputación, y Bardasano se convirtió en el cartelista republicano más popular merced a su empleo de un lenguaje emparentado con el realismo socialista de tintes más heroicos en el que, a diferencia de otros compañeros, como Renau o Fontseré , rara vez acudía a aportaciones que le parecieran demasiado experimentales.

Amigo de sus amigos, pese a las diferencias ideológicas, rescató de una cheka al dibujante Antonio Orbegozo , de simpatías claramente fascistas, para llevarlo a su taller y protegerlo hasta el final de la guerra .

Camino del exilio

La Gallofa, que al principio estuvo en la sede incautada de la agencia de publicidad en la que él había trabajado y luego en el palacete de Juan March en Madrid, se trasladó pronto a Valencia, instalándose en Paterna hasta el momento en que, ante la inminencia de la victoria de Franco, Bardasano cruzó a pie los Pirineos con su mujer, buena cartelista dentro de la misma escuela estética , y su pequeñísima hija Maruja. Internado él en el campo de Argelès y ellas en el de Arràs, consiguieron, gracias a sus influencias, salir de ambos y partir hacia el exilio mexicano en el mítico barco Sinaia , a bordo del cual nuestro pintor hizo algunas ilustraciones para el periódico que se realizó durante la travesía.

En México, donde gozó de muy buenas relaciones con los políticos gubernamentales, continuó su trayectoria como artista, fiel a sus dos convicciones, y en un cada vez más abierto enfrentamiento contra la hegemonía de la abstracción , en la que veía la decadencia de todo un sistema y, sobre todo, el olvido de la forma. Y, tres años después de asistir en Moscú a un congreso de pintores y escritores de la URSS, en 1960 regresó a Madrid .

Bardasano tuvo dos convicciones: la entrega a la causa socialista y que la pintura debía ser comprendida por las masas

Ayudado por Orbegozo, bien colocado en el diario «Ya», la revista «Dígame», y Radio Nacional, entre otros medios, que le devolvía así el haberle salvado la vida, Bardasano siguió perseverando en su principal pasión, la pintura (en 1961 fue Primera Medalla en el Salón de Otoño), sin que le preocuparan las acusaciones de ser un artista literario, para unos, o «pompier», para otros , o con resabios tan pronto de Sotomayor como de Sorolla , que nunca le faltaron los críticos severos, e incluso –lo que le dolía especialmente– de ser el cultivador de una pintura burguesa a fuer de resultar trasnochada.

Murió en un Madrid en el que seguía buscando, para pintarlos, los viejos rincones y tipos de otro tiempo , un día de 1979, víctima de un infarto. Una calle en su ciudad natal y otra en Cercedilla, donde tuvo casa y estudio desde 1963, lo recuerdan.

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