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arte

El nuevo Whitney, a golpe de mecenazgo

Tras su fiesta inaugural, el nuevo Museo Whitney de Nueva York abrió este fin de semana sus puertas al público. Un espacio y una colección imponentes que se levantan bajo los modelos de un mecenazgo en el que participa también la moda

El nuevo Whitney, a golpe de mecenazgo reuters

laura revuelta

En la tienda del flamante Museo Whitney de Nueva York se venden unos llaveros y cojines de Yayoi Kusama con forma de calabaza y de pepino cuajaditos de lunares de un tamaño accesible a un precio relativamente asequible, cerca de los cuatrocientos dólares. Yayoi Kusama también ha trabajado para una firma de lujo francesa, cuya tienda parisina decoró como si hubiera pasado una epidema de sarampión además de pergeñarles un bolso cuajadito de lunares. Kusama, la artista japonesa casi «milenaria», que levanta pasiones de unos años a esta parte entre el high y el low standing , forma parte de la colección y de la muestra inaugural del nuevo Whitney ( American is Hard to See ) con una pieza (escultura-sillón) a la que aún no le había brotado ese sarpullido que luego hizo tan famosa a la artista y que, huelga comentarlo, no está valorada en cuatrocientos dólares. Como ejemplo de este mundo de v asos comunicantes entre el arte y el lujo y sus rúbricas, tomemos este botón o lunar, rojo como los que delatan en las ferias que esa obra está bien vendida.

Nueva York es una urbe vieja de la que siempre emergen cosas nuevas. Se caen sus edificios de pura corrosión y herrumbre, y nacen otros de destellos grisáceos. No para. Es un work in progress para delicia de los culos inquietos porque se trata de una ciudad inquieta de asfalto baqueteado. El último alegato de su reivindicación ante el mundo, sus culturas y subculturas, se encarna en el nuevo Museo Whitney diseñado por Renzo Piano, que ayer abrió sus puertas al público y que una semana antes montó una fiesta inaugural por la que se paseaba lo variopinto de la variopinta sociedad neoyorquina, entre lo vagabundo y lo moderno de cuño esnob o couché . De la hermana de Beyoncé al veterano fotógrafo de modas, modos, paisajes y paisanajes de la gran manzana, Bill Cunningham . Su figura encorvada, tan parecida a una escultura de Giacometti, con las cámaras al cuello, que no para ni un segundo y que se mueve en bicicleta, metáfora de la ciudad bohemia, cosmopolita, donde los ricos pueden parecer pobres y los pobres no se disfrazan de ricos.

Donna de Salvo: «Somos el único museo en Nueva York levantado por una artista»

El Museo Whitney lanza el último alegato a quien quiera escucharle (claro) sobre cómo se hacen las cosas desde la iniciativa privada, y de cómo se incorporan los nuevos mecenazgos relacionados con la industria del lujo. El director de la institución, Adam D. Weinberg , lo declara sin tapujos y sin estúpidos prejuicios: «Muchos diseñadores, a menudo, se inspiran en el arte, creen en el arte y respetan el arte. No todos, pero muchos. Es una buena conexión porque respetan quiénes somos y nosotros respetamos quiénes son. Somos respetuosos y nos apreciamos mutuamente. Se dan cuenta de que les podemos resultar útiles y nos damos cuenta de que nos pueden resultar útiles. Es una buena combinación». Asunto zanjado a las primeras de cambio.

Independencia total

«Hemos recibido capital privado para construir un nuevo edificio –prosigue en su explicación de cómo se levanta este proyecto, cuyo coste total suma los 760 millones de dólares–. Aquí, recibimos muy poco dinero público para dirigir los museos privados. Menos del 1 por 100 de nuestro presupuesto anual viene del Gobierno, ya sea local, estatal o federal. Por eso tenemos que recaudar todo el tiempo. La mayoría procede de personas y no de empresas. Diría que como máximo el 20 por 100 de nuestros fondos procede de empresas. Si el Gobierno dijese que me va a financiar totalmente, le contestaría que no. No querría que el Gobierno me apuntase lo que tengo que hacer. Me gusta la idea de que parte del dinero proceda del Estado y también de la recaudación de fondos. Ingresos propios y de los fondos de inversión en los que colocamos dinero. Creo que es un buen modelo. Equilibrado. Es como invertir en cualquier otra cosa. No quieres depender de nada, ni financiera, ni políticamente. Ustedes reciben demasiado dinero del gobierno y nosotros, demasiado poco. Siempre digo que es mejor el equilibrio, de forma que si el Gobierno deja de financiarte puedas seguir adelante, o que si la economía va mal, también. Quieres independencia para hacer lo que tienes que hacer. Independencia artística, financiera. Independencia es la palabra precisa.» No le hurto ni una palabra a su declaración porque la carta de principios resulta elocuente, y por si llega a buenos oídos.

La primera monográfica sobre el hoy tan cacareado Hopper se celebró aquí

Para mayor inri, sumemos las de Donna de Salvo , conservadora jefe del Whitney, italiana de nacimiento, y que antes ha pasado, entre otras instituciones, por la Tate de Londres. «Experta» en las dos vías de gestión cultural, la del viejo continente y la norteamericana, apunta: «La principal diferencia radica en la manera en que trabajan los conservadores en EE.UU. y en Europa. En primer lugar, la mayoría de los museos europeos, y sin duda la Tate, están subvencionados por el Estado. En EE.UU., la mayoría de la financiación es privada. Como consecuencia, tenemos que pensar de forma distinta para crear comunidad. Tenemos que devolver el servicio. En la financiación, hay que encontrar al socio adecuado, porque tienes que mantener tu integridad. Tiene que ser gente con la misma idea que tú, la misma idea de la excelencia y la misma forma de mirar».

Dólar a dólar

Las obras del Whitney han tenido retrasos en el calendario previsto. No excesivamente preocupantes. Afina Weinberg: «Me he pasado siete años recaudando fondos y trabajando en la construcción. Ahora recaudaré fondos para el programa». Se tarda en hacer hucha llamando de puerta en puerta , moneda a moneda, pero la comunidad o la sociedad ha recibido «a cuenta» un edificio firmado por Renzo Piano, donde, como apostilla De Salvo, se conjugan muchos detalles y muchas culturas y estilos: «Personalmente, quizás porque mis abuelos nacieron en Italia, me siento un poco europea. Mi forma de pensar artística coincide a veces mucho más con la perspectiva de allí. Me interesa lo contemporáneo, pero también el diálogo con lo histórico y también lo histórico en diálogo con lo contemporáneo. Es lo que realmente me agrada de este Whitney, porque nos comprometemos a trabajar con artistas vivos, y tenemos una colección de más de cien años de antigüedad».

Whitney Studio

se funda en 1914. Presenta obra de colegas que no tenían cabida

Aquí los nombres propios van cosidos en cada esquina: plaquitas con el name y surname del donante, como ocurre en todas las instituciones de este país que se alza bajo la ley del buscarte la vida, empezando por el de la fundadora: Gertrude Vanderbilt Whitney. «Lo increíble es que hay muchos museos creados por mujeres, pero somos el único en Nueva York levantado por una artista. Y el hecho de que aparezca ahí, en un cuadro, con pantalones, demuestra que le gustaba correr riesgos y que era atrevida en aquella época. Y su hija y su nieta están en la junta directiva», señala Donna de Salvo.

En el cuadro al que se refiere, pintado en 1916 por Robert Henri y expuesto en esta muestra inaugural, Gertrude aparece recostada en un sofá y, efectivamente, viste unos pantalones y una elegante chaqueta. Toda conjuntada en tonos azules . Femenina, cosmopolita y seductora, como mandaban los cánones de la época. También la podemos visualizar en algunas fotografías en blanco y negro subida a una escalera, con bata y cincel en mano, esculpiendo alguna de sus piezas de corte clásico; nada que ver con los Calder, los Richard Serra y otros grandes maestros que han ido entrando en la colección.

Como artista, Gertrude Vanderbilt Whitney habita en una línea intermedia de la Historia del Arte norteamericano. Como mecenas, escribe párrafos gloriosos que se prolongan hasta nuestros días. El punto de partida se localiza en la galería de arte que funda en 1914 ( Whitney Studio ) para presentar la obra de colegas que no tenían cabida en ningún otro espacio de la ciudad. En 1918 pasa a llamarse Whitney Studio Club : un centro de reuniones no exclusivo en torno al arte, donde los miembros pagaban cinco dólares por ser socios y reunirse en su librería, salones y salas. La primera muestra monográfica sobre el hoy tan cacareado Edward Hopper se celebró aquí. Eso hace que la colección del Whitney sobre el artista sea única y su director, Weinberg, un experto en su pintura. El museo en sí mismo se funda en 1930 y Gertrude fallece doce años más tarde. Pero la novela no ha llegado a su capítulo final.

Focos cegadores

Los ladrillos de las cuatro sedes que ha tenido el Whitney se han pagado donativo a donativo. Dólar a dólar. Weinberg repasa esta historia: «La idea fue siempre construir edificios que resultasen útiles para exponer. El primero estaba en Greenwich Village, y básicamente era una casa reconvertida donde se podían exhibir cuadros pequeños. El edificio sigue existiendo. Luego lo trasladaron a la calle 53 , debajo del Museo de Arte Moderno. Era un espacio más amplio para poder albergar las grandes obras de la década de 1950. Más tarde se trasladó a la calle 55 con espacios abiertos. Era un edificio más independiente.

El primer espacio estaba en medio de una manzana; el segundo era un poco más abierto, se encontraba en una esquina; y este cubre trescientos sesenta grados. Resulta interesante porque se trata de un proceso, una evolución, hasta que te conviertes en un museo completo». En este recorrido arquitectónico se cruzan los nombres de Marcel Breuer, que firma la penúltima de las sedes, y Renzo Piano , la última. En los curiosos recovecos y cruces de destinos al estilo Paul Auster –al cabo, estamos en Nueva York, donde cada día se escribe una novela o historia distinta e increíble, tenemos que el museo diseñado por Marcel Breuer, cuyo nacimiento se debe al rechazo del Metropolitan de los fondos del Whitney, en el futuro se convertirá en espacio alternativo del Metropolitan. Lo que separa el arte, que el arte lo vuelva a unir. Máxima de la cultura del pragmatismo.

La muestra mezcla lo americano con lo que no es tan de pura raza yanqui

Si la construción de Breuer es oscura y monolítica, como su Hungría natal, la del italiano Renzo Piano queda bañada por la luminosidad de un Mediterráneo traído a orillas del Hudson. No crean que se trata de una descripción demasiado cursi. Las terrazas escalonadas del diseño, donde se exponen esculturas, abren la línea del horizonte a todo el High Line . «Piano es un urbanista y entiende lo que es construir en grandes ciudades –explica Weinberg–. Muchos arquitectos no han trabajado en urbes de este tamaño, lo que es muy difícil y complicado por la ordenación urbana, la estructura y otras razones. Piano ha trabajado en muchas ciudades complicadas. Se le da muy bien la ordenación urbana y entiende cómo funcionan los espacios. Si observas el museo, cómo lo ha levantado, ves que ha creado una gran plaza interior y exterior. De repente, el espacio público se convierte en un espacio privado, lo que es fantástico para un museo porque deseas que sea un lugar cívico, para la gente.» La comunidad está servida. Por y para el pueblo de Nueva York, y sus visitantes, claro, para recaudar fondos del turismo.

Una exposición de Jeff Koons (la primera retrospectiva que le dedica una institución de qualité ) cerró las puertas de la sede del Whitney en el 945 de Madison Avenue. La de Breuer. Los focos de despedida se encendieron a todo voltaje porque el acontecimiento lo merecía. Los de bienvenida aún parecen más cegadores, porque la muestra inaugural, que toma el título de un poema de Robert Frost ( America is Hard to See ), saca seiscientas obras de cuatrocientos artistas donde ya se mezcla lo estrictamente norteamericano con lo que no es tan de pura raza yanqui.

El laboratorio

¿Cómo se pone orden a todo esto so hard ? De Salvo tiene la respuesta: «Tardamos unos tres años en encontrar el punto. Analizábamos la colección, solo la mirábamos para tratar de reflexionar sobre lo que estaba ahí guardado. Contemplábamos las obras conocidas de Georgia O’Keeffe , de Warhol... Luego esas piezas nos hicieron mirar obras que no conocíamos, que no habíamos visto. En ciertos momentos, no sabíamos lo que estábamos haciendo. Esta es la única manera de abrir la mente. Luego empezamos a descubrir asuntos que se repetían una y otra vez, diferentes respuestas a la cultura en aquella época, o diferentes investigaciones formales de la idea de ese momento, como el expresionismo abstracto o el minimalismo. Esa es la razón por la que no encontramos el título hasta el final. Es una manera de explicar que resulta difícil ver el arte en EE.UU. Hay obras, como los grabados de linchamientos, que son duras y difíciles de contemplar. En la nueva andadura, hay mucho más por hacer. Nunca puedes hacer una exposición que lo ha dicho todo, porque sería una mentira».

Herrera se bebe un whisky a las once de la mañana. Es el secreto

La verdad del arte norteamericano queda detallada en las ocho plantas del edificio, o lo que es lo mismo, en sus 4.600 metros cuadrados. Lo histórico y lo contemporáneo se suceden en un orden cronológico salpicado con artistas del otro lado del charco, del sur del continente y del Lejano Oriente. De los cuatro puntos cardinales, porque el Whitney tiene un observatorio de lujo en la Bienal que lleva el mismo nombre que la institución. «Cuando se celebra, todos los conservadores observamos las obras que queremos comprar para el museo –apunta Donna de Salvo–. Por tanto, es como un laboratorio. En la colección hay muchas piezas de las décadas de 1940 y 1950 que fueron adquiridas en bienales. Artistas como Richard Prince, Cindy Sherman o Mike Kelley salieron de allí. Hablo de bienales recientes, pero no puedo hablar de las de las década de 1930 o 1940. Algunos nombres importantes expusieron por primera vez aquí. Eran muy jóvenes. La próxima se celebrará en 2017 y en el programa hay creadores jóvenes y mayores y medios muy diferentes.»

Sin prejuicios y con el High Line bien definido. «También preparamos una exposición de una artista que va a cumplir 100 años, Carmen Herrera –avanza De Salvo–. Nació en La Habana, pero vive en EE.UU. desde la década de 1950. Desde Castro. Acabamos de comprar un cuadro tras este proyecto de abrir esta exposición a la investigación, lo que constituye el arte estadounidense, porque lleva viviendo aquí toda su vida. ¿Es estadounidense? No lo sé, pero ha vivido aquí todo este tiempo. Va a exponer junto con Ellsworth Kelly. Esa es la conexión. Esperamos que llegue a los 101 años. En mayo va a cumplir 100. Se bebe un whisky a las 11 de la mañana, y creo que ese es probablemente el secreto.»

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