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Radiografía de Juan Goytisolo

El próximo jueves, Día del Libro, Goytisolo recogerá el Premio Cervantes. Le viene como anillo al dedo. Más que español, se define como cervantino. Recorremos su biografía y los libros que le convirtieron en escritor. Sus influencias y sus fantasmas

Radiografía de Juan Goytisolo abc

antonio fontana

Sus padres solían decirle que había sido un regalo de los Magos de Oriente, por eso Juan Goytisolo se pasó la infancia creyendo haber nacido el día de Reyes. Pero no: nació la víspera, en una casa del barrio barcelonés de la Bonanova que ya no existe. El año, 1931. La familia estaba acostumbrada al luto: el hijo primogénito, Antonio, había muerto de meningitis en 1927. Bajo esa sombra crecieron los demás hermanos; también bajo la sombra de otra muerte. La de su madre.

«Salió al romper el alba y, aunque conozco las trampas de la memoria y sus reconstrucciones ficticias, conservo el vivo recuerdo de haberme asomado a la ventana de mi cuarto mientras ella, la mujer en adelante desconocida, caminaba con su abrigo, sombrero, bolso, hacia la ausencia definitiva de nosotros y de ella misma: la abolición, el vacío, la nada. Resulta sin duda sospechoso que me hubiera despertado precisamente aquel día y prevenido de la partida de mi madre por sus pasos o el ruido de la puerta, me hubiese levantado de la cama para seguirla con la vista. Sin embargo, la imagen es real y me llenó por algún tiempo de un amargo remordimiento: no haberla llamado a gritos, exigiendo que renunciara al viaje.» Con estas palabras revivió Juan, años después, aquella mañana del 17 de marzo de 1938.

Goytisolo se ha guiado por un único deseo: «No dejar tras de mí sino mis libros»

Julia Gay iba de compras al centro de la ciudad. Cerca del cruce de la Gran Vía con el Paseo de Gracia le sorprendió un bombardeo de la aviación franquista. Quedó tendida en el suelo. Aún se aferraba al bolso en el que guardaba los regalos destinados a sus hijos: una novela rosa para Marta; obras de Doc Savage y La Sombra para José Agustín; un libro de cuentos ilustrados para Juan; muñecos de madera para Luis.

Los niños tardaron dos días en saber la verdad. Cuarenta y ocho horas de tensión, angustia premonitoria e insoportable silencio. «La desconocida que desaparecía de golpe de mi vida, lo hizo de forma discreta, lejos de nosotros, como para amortiguar con delicadeza el efecto que inevitablemente ocasionaría su marcha, pero adensando al mismo tiempo la oscuridad que en lo futuro la envolvería y haría de ella una extraña», escribirá Juan en Coto vedado.

Densa oscuridad

Además de su recuerdo, la extraña deja tras de sí una biblioteca llena de libros: Proust, Gide, Anouilh. Diccionario en mano, Juan Goytisolo los devorará entre los diecinueve y los veinte años. Pero antes, el colegio: en el recreo, se refugiaba en algún rincón acompañado de una novela o un libro ilustrado de geografía. Los esfuerzos por hacerle jugar al fútbol fracasaron siempre de modo lamentable.

Inútil resistirse al embrujo de los personajes de Elena Fortún –Celia, Cuchifritín–, a la magia de Emilio y los detectives, las Aventuras de Guillermo, Julio Verne, Salgari... Libros que le harán casi olvidar el fantasma de su abuelo materno: «Nada en su comportamiento permitía adivinar que aquel viejo apacible acomodado con su periódico a la sombra del castaño era el mismo que la víspera, con cosquillas y risitas, se había introducido en mi cama». Con la excusa de contarle un cuento, el abuelo Ricardo le masturba y le pide que le guarde el secreto. Esa noche y otras noches.

La «atmósfera agobiadora» del franquismo, anestesiada, le asfixia

De lectura en lectura se va abriendo paso la precoz y un tanto petulante decisión quinceañera de llegar a novelista: «Redacté una novela sentimental sobre Juana de Arco e introduje en ella, no sé si a sabiendas, algunos anacronismos que serían saludados hoy por los críticos más conspicuos como muestras de una audaz y libérrima voluntad de renovación –recuerda–: en vez de perecer en la hoguera del obispo Cauchon, moría guillotinada por Robespierre después de una dramática confrontación entre ambos». Son creaciones en las que plasma nuevas hazañas de Kit Carson o las películas que, los jueves y los domingos, se proyectan en los cines de Sarrià. «Las nociones de originalidad y plagio no formaban parte todavía, por fortuna, de mi acervo literario personal», admite.

¿Qué pasan antes, los años o las lecturas? Malraux, Dos Passos, Faulkner, Voltaire, Laclos, Dostoievski, Poe, Conrad, Pirandello; sin que nuestro Renacimiento y nuestro Siglo de Oro asomen aún por el horizonte de Goytisolo . «La fama universal de Cervantes me parecía hipotética: incensado y puesto en las nubes por los libros de texto del colegio, el Quijote no podía ser sino un libro aburrido y cargante», confiesa. Hasta que a los veintiséis años «me resolví a coger el libro y fui descabalgado, como Saulo, camino de Damasco: los detestables manuales escolares tenían razón. Con rabia y ardor entremezclados, me abalancé entonces a la obra de nuestros clásicos».

Cualquier otro país

Viajar, salir fuera de España: la «atmósfera agobiadora» del franquismo, anestesiada y estéril, le asfixia. Por eso se abalanza también sobre la disparatada idea de ser diplomático. «Cualquier país me parecía mejor que aquel en el que había vivido hasta entonces.» Se matricula en dos carreras, Filosofía y Letras y Derecho, y compra libros con ansia. Recurre a la piadosa estratagema de convencer a su padre de que se trata de obras jurídicas de consulta. Una pasión tan bien escondida que cogerá a su progenitor desprevenido: «Desconocía la existencia de la literatura hasta que la publicación de Juego de manos le sacudió como una ducha fría».

Su primera obra, «El mundo de los espejos», nunca vio la luz

El escritor se va formando, y con él, el hombre. Desde la adolescencia, ha comprobado con inquietud y sorpresa que, a diferencia de sus amigos y compañeros, la cercanía o intimidad con las mujeres no le procura la menor emoción. Las muchachas del barrio no le hacen latir el corazón más aprisa ni le inspiran el deseo de frecuentarlas. En cuanto a la escritura, da su primer fruto: El mundo de los espejos, que gana un premio de joven literatura creado por el editor José Janés. «Por fortuna, no fue publicado nunca», sentencia en Coto vedado. Hay recompensa, eso sí: diez mil pesetas que gasta en ostras y champán. Y en viajar a Madrid.

Tiene veintiún años y toda la ciudad por delante. El Madrid de los bares y prostíbulos de Echegaray y San Marcos. Dejemos que sea él quien lo cuente: «Mi inhibición y frialdad con las muchachas y mujeres ‘‘decentes’’ habían cedido poco a poco con las de horario y servicios pagados». Noches que compagina redactando apresuradamente la versión definitiva de Juego de manos.

Cortes de la censura

Presenta la novela al Nadal antes de cumplir uno de sus sueños: viajar a París. No logra el premio: «Desde el comienzo de las votaciones, había corrido el rumor entre el público de que mi obra era ‘‘izquierdista’’ y de ambiente ‘‘prerrevolucionario’’, un dato que por sí solo aclaraba su descalificación». Al final, con cortes, pasa la censura, pero no gracias a los oficios de Dionisio Ridruejo , con quien Goytisolo se entrevista. El níhil óbstat fue cosa del editor de Planeta. José Manuel Lara prometió publicar el libro después de arrancarle la promesa de que le entregaría el manuscrito de Duelo en el paraíso. Y Juego de manos ve la luz en 1955, coincidiendo con otro viaje del autor a París, donde aquel joven español imbuido de marxismo y adepto a las tesis del compromiso de Sartre fija su residencia al cabo de un año. La reseña de José María Castellet respalda la novela.

Decir París, en el caso de Juan Goytisolo, equivale a decir Gallimard . En la editorial trabaja como asesor literario y conoce a la secretaria del servicio de traducción, Monique Lange. Un encuentro que, a la larga, será un terremoto emocional. «Se establecerá una inclinación recíproca, de una índole difícil de precisar –explica Goytisolo en sus memorias–. Monique ha roto de algún modo la barrera cautelosa, erizada de defensas, que se interpone entre las mujeres y yo, con excepción de cierto tipo de prostitutas. Si mi afección no es todavía física, su cuerpo no me deja insensible ni me inspira temor.» No, no es físico todavía el apego que siente por ella, aunque terminará siéndolo: conviven desde 1956 y se casan en 1978. «Monique será, también en el plano sexual, el centro omnívoro de mi vida.»

«Y usted, ¿es maricón?». Perplejo, Juan responde que ha tenido experiencias

Propicia Monique Lange otro encuentro decisivo en la vida de Goytisolo: el encuentro con Jean Genet, cuyo Diario de un ladrón le había producido un efecto moral y literario enorme. Han quedado a cenar y, de buenas a primeras, el escritor francés, cantor del crimen, el robo y la homosexualidad, le pregunta a quemarropa a ese joven español de aspecto belmontiano: «Y usted, ¿es maricón?». Perplejo, Juan responde que ha tenido experiencias homosexuales. Es la primera vez que lo manifiesta públicamente. «¡Experiencias! ¡Todo el mundo ha tenido experiencias! ¡Habla usted como los pederastas anglosajones! –le reprocha Genet–. Yo me refería a sueños, deseos, fantasmas.»

Han empezado con mal pie, o eso parece. Será, sin embargo, una falsa impresión, pues llegan a ser amigos. Genet le llamará l’hidalgo y se sentirá a gusto en su compañía. Este es el retrato que Goytisolo hace de Genet en las páginas de En los reinos de taifa: «Come de modo frugal, bebe apenas, el único lujo que se consiente lo constituyen los cigarros o puros holandeses de cajetilla metálica, que fuma sin parar. Fuera de la satisfacción de sus módicas necesidades personales, el dinero le quema las manos: lo guarda siempre en pequeños fajos en el pantalón, presto a distribuirlo entre sus protegidos, alguien con quien simplemente simpatiza o el muchacho o macarra con el que acaba de ligar». «Conocer a Genet –apostilla– es una aventura de la que nadie puede salir indemne.»

Papá Hemingway

Conocerá también a Marguerite Duras, de la que destaca su indomable predisposición egocéntrica y narcisista; a Elio Vittorini, una combinación extraordinaria de fuerza e inteligencia, apariencia montaraz y domesticidad suave; incluso a Hemingway: «El novelista y autor de cuentos que admirabas en tu juventud se ha convertido en una estatua animada de sí mismo: ese Papá Hemingway con quien cualquier vivales puede tratarse de tú y cuyo rigor literario y vigilancia moral ha naufragado en un mar de publicidad e interesada lisonja».

El matrimonio con Monique Lange prosigue –ella morirá en 1996–. Y durante un tiempo Goytisolo mira su homosexualismo latente –así lo denomina en sus memorias– como algo pasado y remoto. «El mundo amoroso se reducía a Monique y la minúscula burbuja que os encapsulaba», afirma, a pesar de que la relación es a veces turbulenta. Porque hay viajes y ausencias de él, infidelidades recíprocas, atracciones fugaces: «Delgado, nervudo, de mediana altura, ojos oscuros, gran bigote negro, su rostro transmitía una viva impresión de fuerza y cordialidad. Me pidió lumbre y, al advertir que mis manos temblaban al alargarle una cerilla, las inmovilizó suavemente con las suyas. Merci, juya, dijo mezclando su lengua con el francés». Mohamed, se llamaba. Por ejemplo.

Hoy Goytisolo reside en Marrakech junto a su «tribu». Su nueva familia

Al volver la vista atrás, concluye Juan Goytisolo: «En un solo punto me mantuve inflexible: la firme decisión de no tener hijos, de no extender en ningún caso el árbol genealógico familiar. El origen de esta obsesión es oscuro y arraiga profundamente en mi infancia: un deseo de no dejar tras de mí sino mis libros, de no someterme al fatalismo azaroso de la paternidad».

Esos libros –sus libros– irían llegando y reescribiendo la tradición literaria de la que surgen: Señas de identidad (1966), nacido bajo la advocación del último Cernuda, el del exilio; Reivindicación del conde don Julián (1970), que no es sino Góngora; Juan sin tierra (1975), donde mezcla a Sade, el conde de Lautréamont y la lengua popular cubana; Makbara (1980), que se funde con el Arcipreste de Hita; Las virtudes del pájaro solitario (1988), puro San Juan de la Cruz; Telón de boca (2003), una meditación sobre la muerte a la sombra de La Celestina... Llegaría también la entrada del mundo marroquí en su vida, hasta el punto de que hoy reside en Marrakech junto a su «tribu». Su nueva familia.

Dice sentirse «castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Norteamérica, nesrani en Marruecos y moro en todas partes». Y, desde el próximo jueves, cuando en Alcalá de Henares recoja el galardón, Premio Cervantes.

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