Hazte premium Hazte premium

libros

El 10 de Nadia Comaneci

Nadia Comaneci conquistó al mundo entero en los Juegos Olímpicos de Montreal. Lola Lafon reconstruye su historia, de mimada gimnasta en Rumanía a refugiada política en EE. UU.

El 10 de Nadia Comaneci

mercedes monmany

En 1976, en los Juegos Olímpicos de Montreal, sucedió algo inaudito. Una pequeña niña rumana que nunca sonreía, una pequeña gimnasta comunista de rostro impenetrable, hizo saltar por los aires los marcadores electrónicos. Por primera vez en la Historia alguien alcanzaba un diez, puntuación que simplemente «no existía en gimnasia», como protestaron los ingenieros de Longines, responsables del funcionamiento de aquellos aparatos que se habían quedado bloqueados. La atleta en cuestión se llamaba Nadia Comaneci y desde entonces su póster reinaría en las habitaciones de niñas de todo el mundo como una heroína.

Escritora, compositora y cantante, la franco-ruso-polaca Lola Lafon, criada entre Sofía, Bucarest y París y autora de una primera novela, Una fiebre ingobernable (Anagrama), ambientada en el París de los movimientos anarquistas de finales de los 90, hace mucho más que novelar con La pequeña comunista que no sonreía nunca la contradictoria y no pocas veces oscura y casi imposible de desentrañar historia de aquella niña sorprendente. El suyo es un libro mitad novela, mitad biografía e indagación sobre los claroscuros no sólo de un personaje, sino de todo un país que sobrevive día a día al margen y, al mismo tiempo, víctima de una política muy concreta de bloques; un libro que compone al final un poderoso retrato coral. Una obra en la línea de Correr, de Jean Echenoz, sobre la figura del mítico corredor checo Emil Zatopek.

«Un país raro»

Para su viaje a la Rumanía comunista de la época del no alineado Ceaucescu, y para trazar el retrato del «hada de los Cárpatos», convertida en postal publicitaria por un régimen dictatorial megalómano que mantenía atemorizada a la población pero que invertía todos sus esfuerzos, como razón de Estado, en batir y humillar a las grandes potencias en el medallero olímpico, Lola Lafon ha entrevistado a cientos de personas y testigos que vivieron en aquellos años en «un país raro». Una Rumanía que, en muchos casos, parecía ir por libre.

Una mujer que en su infancia había sido programada para ejecutar un solo acto

«Nos cuesta perdonaros a los occidentales vuestro continuo apoyo a Ceaucescu –asegura uno de aquellos sufridos opositores–. Resulta curioso que fuera la derecha quien lo apoyaba con ardor. Le Figaro, por ejemplo. Sin duda porque tanto el empresario periodístico Hersant, como Georges Marchais, secretario general del Partido Comunista francés, eran distinguidos invitados en las lujosas monterías que Ceaucescu organizaba en los Cárpatos.»

Nadia supo que había que participar en «lo colectivo» desde que empezó a ser entrenada a los siete años. Se convirtió en cartel publicitario del régimen. Admirada como gloria nacional, tuvo que batallar para el resto de su vida con dos imágenes fijas. Una la presentaba como aprovechada y colaboracionista, privilegiada por la dictadura de los Ceaucescu; alguien que se había dejado «halagar», y quizá algo más, por el todopoderoso hijo de la pareja más odiada del país, Nicu Ceaucescu, llamado «el reyezuelo», que compartía juergas en Mónaco y Suiza con otro hijo de sátrapa: el hijo de Sadam Hussein.

Algo parecido al rencor

La otra imagen fija la presentaba como un juguete roto del lujo; un símbolo, la heroína de un país sufriente y depauperado, que había huido a Estados Unidos –demasiado tarde, para algunos– poco antes de la caída del Muro. Una mujer que en su infancia había sido programada para ejecutar un solo acto: alcanzar la perfección encima de una barra de ejercicios.

La otra imagen fija la presentaba como un juguete roto del lujo

«Soy producto de ese sistema», declarará más tarde, defendiéndose ante su casi biógrafa. Con ella establece un curioso diálogo capítulo a capítulo. Un tira y afloja incesante en un libro dual, ambiguo, chocante en ocasiones, ante el que continuamente da la impresión de que todo tiene una doble cara.

«Nunca hubiera sido campeona en su país, mis padres no habrían tenido los medios necesarios, para mí todo fue gratuito […] Hoy personas de la edad de mis padres huyen del país para ir a mendigar al suyo, y ya sabemos cómo los acogen, usted misma dijo un día lo que significa en su país ser del Este», señala una madura Nadia con algo parecido al rencor.

Una amarga constatación que de nuevo pondrá de manifiesto al hablar de su vida ante las cámaras al llegar a Estados Unidos: «Después de que los agentes de la Securitate me siguieran durante años sin que jamás llegara a descubrirlos, ver a quienes me seguían resultaba reconfortante».

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación