Hazte premium Hazte premium

libros

Julio Ramón Ribeyro, un geniecillo bohemio

A los veinte años de su muerte, la figura de Julio Ramón Ribeyro emerge como una de las más originales del panorama literario. El periodista Jorge Coaguila prepara la biografía del autor peruano y aquí nos cuenta sus años universitarios

Julio Ramón Ribeyro, un geniecillo bohemio

jorge coaguila

La muerte de su padre, el 12 de marzo de 1946, dejó a Julio Ramón Ribeyro en una situación económicamente difícil, pues aquel era el único sustento de la familia, que quedó con la viuda y cuatro hijos. Ello obligó a que parte de la casa fuera alquilada.

¿Por qué Ribeyro estudió en la Universidad Católica? ¿Por qué no eligió la Universidad de San Marcos, en la que su bisabuelo y su tatarabuelo fueron rectores? «Porque en la Católica el ambiente era más tranquilo, sin huelgas, con poca política», diría Ribeyro.

Los dos antepasados ilustres fueron, además, abogados y presidentes de la Corte Suprema de Justicia. Su padre, pese a que no ejerció, porque se dedicó al comercio, también estudió Derecho. Así, Ribeyro sintió que debía continuar con la costumbre, solo en ese aspecto.

«Estudié Derecho porque me lo aconsejó mi padre. Llegué incluso a trabajar en un estudio de abogados, hasta que me di cuenta de que para destacar había que servir a los ricos. Entonces dejé la profesión», declararía Ribeyro.

Llega el desánimo

Después de iniciar los estudios con estupendas calificaciones y de trabajar durante tres años en la sección legal de la Casa Ferreyros, propiedad de un tío suyo, llega el desánimo. En su diario personal anota el 11 de abril de 1950: «Se ha reabierto el año universitario y nunca me he hallado más desanimado y más escéptico respecto a mi carrera. Tengo unas ganas enormes de abandonarlo todo, de perderlo todo. Ser abogado, ¿para qué? No tengo dotes de jurista, soy falto de iniciativa, no sé discutir y sufro de una ausencia absoluta de verbe».

«Me he codeado con la hez de la vida nocturna», escribe Ribeyro

Sin embargo, la necesidad económica se agrava y por breve tiempo, más tarde, trabajó para un abogado. Ahí se dedicó a cobrar a los morosos. Su labor como buscador de deudores lo recuerda en su cuento «Dirección equivocada», publicado inicialmente como «La ventana de guillotina» (suplemento «Dominical» de El Comercio, 19 de octubre de 1958), en el que un joven intenta encontrar a un hombre que debe dinero a cierta empresa, pero deja el asunto porque conoce a su esposa, de rostro bonito.

Fundada por el padre Jorge Dintilhac en 1917, la Universidad Católica es la universidad privada más antigua del país. La Facultad de Letras, donde estudió en 1946 y 1947, se ubicaba cuando Ribeyro pasó por sus aulas en la plaza Francia, en el centro de Lima. La Facultad de Derecho, donde siguió cursos de 1948 a 1952, se hallaba a unas seis cuadras, en el actual jirón [vía] Camaná 459, antes llamado calle Lártiga.

El libro que mejor retrata sus experiencias de entonces es su segunda novela, publicada en 1965. En Los geniecillos dominicales, el narrador señala al referirse a este último local, un caserón colonial donde habitó José Riva-Agüero, quien legó por testamento a la Universidad Católica sus bienes: «Esa casa había sido legada a la Universidad por un católico que murió en olor de santidad, de prostatitis, y el olor perduraba, en medio de códigos e hijos de banqueros. En todo caso, si no era un olor santo, era un olor de ceremonia, de misa pagana todos los días repetida, donde una liga de acólitos de cuello duro oficiaba algún misterio: el de ganarse sin mucha pena la indulgencia plenaria de un diploma que les permitiera encontrar una justificación académica al ejercicio del poder».

Trago corto

En esa época vivió la bohemia con gran intensidad, frecuentaba los bares del centro de Lima (el Palermo) y de Surquillo (El Triunfo). En el primer volumen de su diario, La tentación del fracaso (1992), el 21 de noviembre de 1950 anota: «Ayer di examen final de Contratos, obteniendo el buen calificativo de 19. Pero esto es lo de menos. Lo más importante es el festejo que hicimos Alberto Escobar, Fico Luna y yo con motivo de haber aprobado el primer curso. En el bar Continental estuvimos bebiendo trago corto y jugando al cacho [juego de naipes] hasta la una y media del día».

Meses después, el 11 de marzo de 1951, dice: «Estoy asqueado de la bohemia. Ayer me he codeado con la hez de la vida nocturna, he conocido de cerca el hampa de la ciudad».

El personaje de Ribeyro es un sujeto de clase media, temeroso y mediocre

En 1991, Ribeyro me comentó: «Si yo frecuentaba la Casona [la antigua sede de la Universidad de San Marcos] era para hacer amigos y conversar luego con ellos en los bares. De ese grupo éramos Wáshington Delgado, Eleodoro Vargas Vicuña, Alberto Escobar, Carlos Eduardo Zavaleta, Alejandro Romualdo, Pablo Guevara, Francisco Bendezú, Pablo Macera y Carlos Germán Belli, a quien no le gustaba mucho el trago. En cambio, la Universidad Católica era muy seria para mí». Todos ellos brillarían como poetas, narradores, intelectuales. Se les conoce como miembros de la Generación del 50.

Por aquella época se consumía, además de cerveza, chilcano, ‘capitán’ (trago que consiste en vermú Cinzano y pisco), pisco. Escuchaban bolero, mambo, guaracha, polca, vals por una radiola o un jukebox (rocola).

Ribeyro publicó su primer cuento en noviembre de 1949: «La vida gris», en dos páginas de la revista Correo Bolivariano, que solo alcanzó un número. El relato era de corte fantástico. El protagonista, Roberto, lleva una vida absolutamente mediocre: nunca destacó en el colegio, tampoco como profesional. Jamás se casó. No fue rico ni pobre. «Hasta su muerte fue vulgar, pueril y antipoética», dice. Falleció producto de un resfrío que se complicó. Fue olvidado por completo. Este relato fue calificado por su autor como el padre de todos sus cuentos. ¿Por qué? Porque el personaje principal nunca resaltó por algo, todo en él era «neutro, limitado y barato». El protagonista de las narraciones más típicas de Ribeyro es un sujeto de clase media, temeroso y mediocre.

Un «reaccionario»

Dos años después de ingresar en la universidad, en 1948, se produjo el golpe de Estado de Manuel A. Odría. Ribeyro no participó nunca en protestas contra la dictadura militar. Años más tarde, en 1971, el autor consideró que en esa época fue ‘reaccionario’: «Hasta 1952, en mis discusiones y conversaciones universitarias yo adoptaba una actitud retrógrada. Incluso pensaba, por ejemplo, que el indígena peruano era un ser completamente degenerado, que los gamonales [caciques] tenían la razón, que las comunidades eran improductivas y atrasadas, en fin».

En casa, Ribeyro, con su hermano Juan Antonio y sus excompañeros del colegio Pedro Perucho Buckingham y Reynaldo del Solar, entablaba extraordinarias partidas de ajedrez. En esos años empezó a fumar, vicio que no dejaría hasta el fin, excepto por una pausa de cuatro años. En su cuento «Solo para fumadores», Ribeyro escribe: «Cuando ingresé en la universidad, me era indispensable entrar al Patio de Letras con un cigarrillo encendido. Metros antes de cruzar el viejo zaguán ya había chasqueado la cerilla y alumbrado el pitillo. Eran entonces los Chesterfield, cuyo aroma dulzón guardo hasta ahora en mi memoria».

El 20 de octubre de 1952 parte a Barcelona en el «Americo Vespucci»

En esa época universitaria, Ribeyro conoce en un prostíbulo del distrito de La Victoria a Estrella, joven mencionada con su nombre, pero no con su apellido, en las novelas Los geniecillos dominicales y Cambio de guardia, y en el cuento «El primer paso» (1955). ¿Cómo era ella? De poco busto y, según su patrona, sin clase. Trabajaba en el jirón Huatica, «la calle de los burdeles».

Volvamos al diario de Ribeyro. 4 de julio de 1952: «Estoy en un estado de sobreexcitación espantosa que podría conducirme a cualquier locura. Será la proximidad de mi viaje a España con una beca para periodismo [...] o el estómago que me fastidia, no lo sé. [...] Muchos esperan de mí más de lo que yo mismo me puedo exigir».

El 20 de octubre de 1952 parte a Barcelona en el Americo Vespucci. Desde altamar cuatro días después escribió a su madre que estuvo tumbado en la cama resfriado cuando atravesó la línea ecuatorial: «Te escribo desde la cantina, envuelto en chompas [jerséis] y chalinas, mientras los demás están en shorts y beben cerveza helada [...]. El viaje en barco es aburridísimo y embrutecedor [...]. Cuéntale a Reynaldo que me entretengo jugando ajedrez y que he ganado las seis partidas que he jugado». Europa le esperaba. A Lima volvería seis años después.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación