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«Mientras llega la felicidad»: los secretos de Juan Marsé en su biografía

La pobreza de su infancia, su trayectoria literaria, su memoria privada. Todo Marsé está en «Mientras llega la felicidad». Una magnífica biografía que no rehúye las sombras del autor

«Mientras llega la felicidad»: los secretos de Juan Marsé en su biografía familia marsé hoyas / álbum archivo fotográfico

anna caballé

En unas declaraciones recientes, a raíz de la publicación de Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé, el novelista afirmaba que cuando lee un libro no le gusta pensar en su autor, solo en la escritura, como si esta hubiera sido guiada por una mano invisible. Admito que a mí me sucede todo lo contrario y no consigo dejar de especular sobre la poderosa mano que sabe guiarnos por una buena historia. Pero, en todo caso, su opinión encaja perfectamente con su trayectoria.

Marsé siempre ha sido poco amigo de la vida pública, de dar explicaciones y todavía más reacio a la autopromoción a la que ahora se ven desdichadamente conducidos tantos escritores. De modo que la biografía de Josep Maria Cuenca –un biógrafo profesional independiente– es una aportación que, en primer lugar, ha conseguido superar los muchos escrúpulos del novelista obteniendo lo más difícil, que este confiara en él y le permitiera consultar su documentación personal. Mi enhorabuena pues a Cuenca por el acierto de su decisión, por haber sido capaz de extender una mano hacia el escritor e invitarlo a escribir una obra más, esta vez en colaboración. Y por supuesto a Juan Marsé porque ha permitido que aquel hiciera su trabajo, si bien es de suponer algunos pactos entre ellos (¿sobre la vida sentimental del escritor, de la que apenas se habla una vez ha contraído matrimonio con Joaquina Hoyas, por ejemplo?).

La biografía muestra las polémicas de Marsé, su rostro menos atractivo

En todo caso, el fruto de ambas actitudes converge en una biografía magnífica y esclarecedora. Porque Cuenca no se ha tumbado cómodamente a la sombra del árbol que le abría sus secretos, sino que ha completado y contrastado la información facilitada, aportando su propia investigación sobre circunstancias que han sido objeto de múltiples versiones. Por ejemplo, los orígenes de Marsé. Si bien él nunca negó su condición de hijo adoptivo, las circunstancias no estaban del todo claras, al parecer tampoco para el propio novelista, y las leyendas urbanas circulaban.

Dos tarambanas

Cuenca establece en los primeros capítulos, también los de lectura más árida, lo que realmente ocurrió, cómo fue aquella adopción, fruto del acuerdo de dos hombres –Joan Faneca Roca y Pep Marsé Palau–, militantes en Estat Català y ambos bastante tarambanas, así como la pobreza en que vivió la familia Marsé Carbó durante años, marcando los futuros espacios literarios de su obra, que, como la de Umbral, vuelve una y otra vez a sus novelas.

Asuntos de menos trascendencia biográfica, pero relevantes por muchas razones, como la polémica vinculada al premio Biblioteca Breve de 1960, cuando Encerrados con un solo juguete quedó finalista pero no hubo galardón; la posible influencia ejercida por Jaime Gil de Biedma en la escritura de Últimas tardes con Teresa o el affaire cinematográfico relacionado con la adaptación de El embrujo de Shanghai quedan resueltos diría que definitivamente. Y también se reconstruyen las polémicas del escritor –con Baltasar Porcel, Francisco Umbral, Juan Goytisolo, Andrés Vicente Gómez– mostrando tal vez el rostro menos atractivo de Marsé, el de un hombre seco y más bien malhumorado, de pocas palabras y muy poco matizadas, cortante con todos aquellos que no le caen bien.

¿Juan Marsé es un escritor catalánal escribir toda su obra en castellano?

Pero la aportación fundamental de Mientras llega la felicidad es la reconstrucción de la trayectoria literaria del escritor, de la que muy poco sabíamos dado el desinterés (que quizás oculta otros sentimientos) mostrado por Marsé acerca de su memoria privada. Cómo se gestaron sus novelas –hasta Caligrafía de los sueños–, la poderosa presencia de Carmen Balcells –quien llega, en su preocupación por los escritores a los que representa y a los que sabe transformar en amigos, a comprar una casa para Marsé en una urbanización de Calafell al saber que era la casa de su vida–, los comentarios del propio novelista sobre su obra son, en fin, pasajes de lectura imprescindible para los interesados en la figura del autor, uno de los ejes de la narrativa contemporánea.

A pesar del escaso talento de Cuenca para el retrato, tres personajes se alzan con interés propio: la madre adoptiva del escritor, la abnegada y prudente Berta Carbó, gracias a la cual la familia consigue salir adelante; la gran Paulina Crusat –¿quién no se enamora de la humanidad, del coraje y la generosidad que desprenden sus cartas al joven Marsé, guiándole en sus primeras tentativas literarias?– y Víctor Erice, un artista que merecía un trato mejor del que le dio el productor Andrés Vicente Gómez al encargarle y después retirarle la dirección de El embrujo de Shanghai. Una mala experiencia a cierta edad puede causar destrozos y al parecer Erice nunca se ha recuperado del todo de aquel mal paso del que todos salieron salpicados.

Ciudad tejida en dos lenguas

Mención aparte merecen las acertadas consideraciones del biógrafo en torno a un hecho que de forma absurda y malintencionada se ha convertido en un problema: ¿Juan Marsé es un escritor catalán al escribir toda su obra en castellano? Nunca debería ser un problema la convivencia de lenguas, pero el hecho evidente es que el nacionalismo catalán ha generado, en plena democracia, una situación ficticia, impregnada de hipocresía, en la cual la cultura catalana solo es posible en catalán, desdeñando a los escritores, y son muchos y muy buenos, que, por las razones que fueren, han optado por el castellano en su obra.

Cuenca aporta su propia investigación sobre los orígenes del escritor

La carta que ingenuamente escribe Montserrat Roig a Marsé en 1971 preguntándole «a qué cultura pertenece» expresa muy bien la ideología nacionalista según la cual la cultura catalana solo puede expresarse en catalán. Inmenso error que ha forzado al nacionalismo a prescindir intelectual y moralmente de magníficos escritores que, como Marsé, apenas salieron de un barrio y de una ciudad tejida en dos lenguas. Se comprende su actitud malhumorada, sus a veces intempestivas declaraciones: él siempre quiso invertir el resultado de una guerra perdida. Y se comprende también su persistente refugio en la ficción, una forma de esconderse del mundo.

Por último, me sorprende que Cuenca califique, en su prólogo, de insensata la pregunta «¿Quién es Juan Marsé?» Dice que prefiere responder a la menos insensata de «¿Qué ha hecho Juan Marsé?» La alergia de la cultura española a cualquier forma de filosofía es inmensa y devastadora, lo sabemos, pero ni siquiera creo que sean dos preguntas incompatibles: el vivir es la forma del ser, y saber vivir equivale a saber ser. De modo que respondiendo a la segunda –¿cómo ha vivido alguien?, es decir, ¿qué ha hecho?– obtenemos conocimiento de la primera –¿quién es?–. Cuenca responde a ambas.

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