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A la caza de Rudolf Höss

La caza y captura de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, campo de exterminio de cuya liberación se cumplen 70 años, fue posible gracias al empeño de un judío alemán combatiente en el Ejército británico. Su nombre, Hanns Alexander. Su sobrino nieto reconstruye su historia en «Hanns y Rudolf»

A la caza de Rudolf Höss abc

eduardo gonzález calleja

Este best seller internacional narra la caza y captura del comandante de Auschwitz (el primer nazi que reconoció en los Juicios de Núremberg haber ayudado a planificar y ejecutar la Solución Final) por Hanns Alexander, judío alemán combatiente en el Ejército británico y tío abuelo del autor. Harding utiliza el artificio literario de las vidas paralelas para destacar las enormes divergencias biográficas, pero también para mostrar las inquietantes zonas grises que revelan las peripecias de ambos personajes –captor y capturado– durante y tras la Segunda Guerra Mundial.

La infancia y la juventud de Rudolf Höss tienen sorprendentes semejanzas con la de Hitler: un padre autoritario –militar en este caso– y una madre frágil, pero más fría y distante que la del Führer; una niñez solitaria en una comunidad rural; una fe religiosa tempranamente perdida y una profunda metamorfosis personal en el crisol de la Gran Guerra.

Condena de prisión

El conflicto le transformó en el característico «combatiente patriótico» que tras luchar con honores en Oriente Próximo no reconoció la derrota y buscó salidas vitales violentamente militantes, como el enrolamiento en el Freikorps de Gerhard Rossbach, que luchó en los confines letones en 1919, y la temprana afiliación al partido nazi en 1922, poco antes de perpetrar, con la complicidad de Martin Bormann, el asesinato de un presunto traidor que le condujo a una condena de prisión entre 1924 y 1928. Después ensayó en vano una vía escapista integrándose en la utopía agraria de la Sociedad Artamanen en Pomerania (donde contrajo matrimonio en 1929) hasta que un encuentro con Himmler le cambió la vida en 1930.

Höss fue, antes que nada, un probo y ambicioso administrador de la muerte

Hanns Alexander , en cambio, llevaba una existencia desahogada en el seno de una familia cosmopolita y acomodada, que recibía en casa a Albert Einstein, Richard Strauss o Marlene Dietrich, pero cuya prosperidad se truncó con el ascenso del nazismo al poder.

Precisamente en 1933 divisamos un primer cruce vital: el del joven judío que contempla el hundimiento de su mundo burgués antes de tomar, airado, el camino del exilio londinense en 1936, y el del ex presidiario desclasado que aprovecha su oportunidad, ingresando y promocionándose en el seno de las SS hasta convertirse en un técnico cualificado del inicial sistema concentracionario nazi: de Dachau a Sachsenhausen, hasta llegar a Auschwitz para dirigir la construcción del gran campo entre mayo y octubre de 1940.

De esta experiencia «profesional», según su testimonio, surgió su obsesión por reducir la brutalidad gratuita de los primeros tiempos y experimentar vías más «asépticas» de castigo, que a la postre derivaron en las cámaras de gas y los hornos crematorios. Porque Höss fue, antes que nada, un probo y ambicioso administrador de la muerte dispensada a conciencia por un engranaje aniquilador que él contribuyó a erigir de forma decisiva.

Falta de ética

La evolución de la guerra condujo a Alexander a encuadrarse en el Cuerpo británico de Zapadores, encargado de la construcción de defensas en la isla como paso previo a su desembarco en Normandía y su enrolamiento en el equipo de investigación de crímenes de guerra en abril de 1945. Por su parte, Höss, tras expandir espectacularmente Auschwitz a lo largo de 1942 y alcanzar la cúspide de su carrera como Kommandant en el verano de 1943, fue relevado por corrupción y destinado a tareas burocráticas en la Inspección de Campos de Concentración (Amstgruppe D) en las afueras de Berlín.

El final de la guerra propició el encuentro final de ambos personajes: Hanns, que actuaba en principio como intérprete en los interrogatorios que el Equipo de Investigación de Crímenes de Guerra nº 1 hacía a los SS capturados, fue actuando con creciente celo, visceralidad y autonomía hasta lograr la captura del gauleiter de Luxemburgo, Gustav Simon , y seguir el rastro de Höss hasta la frontera danesa.

El final de la guerra propició el encuentro final de ambos personajes

El comportamiento poco ético de Alexander amenazando a la esposa del nazi con la deportación de sus hijos a Siberia y permitiendo el feroz apaleamiento de Höss tras su captura en Gottrupel en marzo de 1946 es denunciado por el autor, que a lo largo del libro no presenta a sus dos protagonistas como meros estereotipos, sino como caracteres polifacéticos.

El colofón de la historia muestra la burocrática indiferencia de Höss hacia sus víctimas, que contrasta con la patética confesión final y la conmovedora despedida a su mujer y sus hijos antes de ser ahorcado en el campo de exterminio que construyó y dirigió. Alexander acabó residiendo en Inglaterra, y no mostraba reparo en declararse «lleno de odio» hacia su país natal, al que nunca retornó.

El último episodio de convergencia vital entre víctima y verdugo tiene como protagonista a sus herederos: en un encuentro entre el autor del libro y el nieto de Höss, este, recordando los crímenes de su antepasado, no duda en confesar: «Si supiera dónde está enterrado mi abuelo, iría a orinar sobre su tumba». Una significativa muestra de la persistencia del trauma o de la culpa del Holocausto en la memoria de varias generaciones de europeos.

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