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Sade, juicio al erotismo

El 2 de diciembre se cumplen 200 años de la muerte de Sade, a quien el erotismo se lo debe casi todo. Publicar al marqués nunca ha sido fácil. Una batalla personificada en el editor Jean Jacques Pauvert, cuya biografía está ligada a «Historia de O»

Sade, juicio al erotismo abc

gabriel albiac

Dominique Aury lo era todo en Gallimard. Que lo era todo en las letras francesas. Desde su despacho de la rue Jacob, la secretaria de la NRF dictaba criterio. Ser alguien en literatura pasaba por editar en Gallimard. Como Gide, Drieu, Malraux, Camus, Genet, Sartre… Editar en Gallimard pasaba por el filtro glacial de Dominique Aury.

Así que el joven editor debió de quedar bastante impresionado aquella tarde de 1954 al darse con ella en la cafetería del Pont-Royal en donde Jean Paulhan lo había citado para charlar de cierto sorprendente manuscrito. «Jean-Jacques Pauvert, Pauline Réage»: Paulhan, sabio asesor de Gallimard, sonríe al hacer las presentaciones. Claro que él sabe que el otro sabe que no es tal el nombre de esta bella dama.

Pauvert ha trabajado desde los 14 en esa editorial de la que Aury es cancerbera. Y acaba de leer el original que, firmado por una tal Pauline Réage, le pasó Paulhan, porque «me gustaría que le echara usted una ojeada; o mucho me equivoco, o es un libro que tendrá un día su sitio en la Historia de la Literatura».

Por el proceso contra Pauvert pasaron todos los grandes: Breton, Blanchot, Camus…

Puede que Pauvert no sepa que Dominique Aury es un nombre tan falso como Pauline Réage. Y que el nombre verdadero, Anne Desclos, no le interesa a nadie. Menos que nadie a ella, que se acogió a la romántica normativa que permitía a los resistentes adoptar como legal su nombre de guerra. Cuando, en 1999, Aury cuente su historia, lo hará en un libro-entrevista cuyo título es un manifiesto: De vocación, clandestina.

Protocolo íntimo

Histoire d’O cifra ese gusto místico de Aury por lo oculto. Pocos en la editorial sabían que ella y Paulhan eran amantes. Con hábitos, minuciosamente codificados, de encuentros semanales en pequeños hoteles muy discretos. Conspicuo coleccionista de literatura erótica, Paulhan comparte hogar con una esposa enferma de Parkinson. Aury, divorciada, vive con su hijo en casa de sus padres. «Él, en su habitación, no estaba solo. Ella estaba sola en la suya.»

Los dos atesoraban vidas tumultuosas. Y los fragmentos de lo que sería Historia de O eran delicadas cartografías que anticipaban sus encuentros. En su más bello texto, Une fille amoureuse, escrito junto a la cama de hospital en que Paulhan agoniza, la autora revelará ese protocolo íntimo: «Una joven enamorada dijo un día al hombre al cual amaba: también yo podría escribir esas historias que a usted le gustan… ¿Cree usted?, respondió él… Una noche…, la joven comenzó a escribir la historia que había prometido… Escribía como se habla en la oscuridad a aquel a quien se ama, cuando las palabras de amor han sido retenidas demasiado tiempo y finalmente fluyen… Mañana, no, pasado mañana, le entregaría la libreta… Pero, ¿y si los fantasmas que revelaba indignaban a su amante o, peor aún, lo aburrían o, aún peor, le parecían ridículos?... Su miedo era equivocado. Continúe usted, le dijo… En bloques de diez páginas, cinco páginas, capítulos o fragmentos de capítulo, ella enviaba, en un sobre blanco dirigido a una dirección de lista de correos, sus hojas… Ni copia ni borrador, ella no guardaba nada».

Los críticos desbarraron sesudamente sobre la autoría de «Histoire d' O»

Huellas de biblioteca

Pauvert preservó el secreto de O con celo de sacerdote. Y, hasta 1994, cuando Aury lo revele en una entrevista al New Yorker, los críticos desbarraron sesudamente sobre la autoría de aquella mínima joya. El editor recordará más tarde, con infantil regocijo, la pifia de Camus, que daba por seguro que aquello lo había escrito un hombre: «¡Venga, Pauvert! ¡Jamás una mujer hubiera podido escribir cosas semejantes! ¡Jamás!» Otros eran menos delicados. Michel Droit, en 1975: «¿Cómo habría podido escribir una mujer ese libro, de bello estilo, pero podrido de desprecio hacia la mujer…, obra evidente de un anciano ilustrado y libidinoso?» Aury sonreía en su altar de esfinge y callaba. Al fin y al cabo, si ella hubiera querido hablar, hubiera podido hacerlo. En 1953. Con Gaston Gallimard. A quien rechazar por indecente un libro de ella le hubiera resultado menos fácil que hacerlo con el de la ignota Réage.

Dejó huellas, sin embargo. Es la coquetería del clandestino. Huellas de biblioteca. Pocos las percibieron. Y, cuando Histoire d’O ve la luz, casi ninguno atisbó el nombre de su autora. Aury deja constancia de uno de esos pocos: un estudioso de Sade. «Gilbert Lély me escribió apenas publicada Historia de O. Poniendo en paralelo mi estudio sobre Fénelon y algunos pasajes de la novela, concluyó: ‘Podrán decirme lo que quieran, pero es usted quien la ha escrito’». Acierta: O no es sino proyección mundana de esa experiencia mística a la cual llama Fénelon «amor de Dios». Su crueldad viene de eso. Y su seducción. En rigor, todo pornógrafo es un teólogo. Lo sepa o no. Y Aury era demasiado sabia para no saberlo.

La tarea de editar a Sade casi acabó con la carrera de Pauvert antes de comenzarla

A Pauvert le gustaba meterse en líos. Lo sabía Paulhan, que estuvo en el origen de su estrafalaria idea de editar como era debido a Sade: como a un clásico. «La época intelectual se preocupaba ahora mucho de Sade… Después de cada reunión en casa de Paulhan, se hablaba de ello. Todo el mundo se concertaba en reconocer su ‘importancia’. Es muy importante, se decía con gravedad. ‘Gran novelista’, decía uno; ‘gran moralista’, decía el otro… Yo comencé a preguntarme: ¿y por qué no editarlo?» Y el joven editor se lanzó a una tarea que casi acabó con su carrera antes de comenzarla.

Satisfacción en la muerte y el dolor

Sade metió a Pauvert en un laberinto de procedimientos judiciales, que surcó de la mano de maître Garçon, su abogado. Duró un decenio. Hoy Sade está en el catálogo de ese Olimpo de las letras francesas que es la Colección de la Pléiade. Hasta la final sentencia del año 1966, Sade era un proscrito. Y Jean-Jacques Pauvert, su cómplice. El 15 de diciembre de 1956, el editor era condenado en primera instancia.

Por el proceso contra Pauvert pasaron todos los grandes: Paulhan, Breton, Blanchot, Camus, Klossowski… El sabio Georges Bataille –cuyo escritos póstumos acabarían por crear aún más problemas que los de Sade– no dudó en encararse con el presidente del tribunal, en un interrogatorio memorable. Bataille: «Lo que invocó el Marqués de Sade, porque nadie antes de él lo había dicho, es que el hombre halla satisfacción en contemplar la muerte y el dolor… Estimo que, desde el punto de vista moral es extremadamente importante saber, dado que la moral nos ordena obedecer a la razón, cuáles son las causas posibles de la desobediencia a esa regla». El presidente: «Divulgar una obra así entre el público, con tal apología constante del vicio que nada deja subsistir de las bases de la moral, ¿no le parece un peligro?» Bataille: «No. Debo decir que tengo una confianza bastante grande en la naturaleza humana». El presidente: «Le felicito, señor. Tiene usted un optimismo que le honra. Muchas gracias». Pero ese intercambio de cortesías no salvó, desde luego, al editor de la condena.

Paulhan muere. Aury sigue oficiando su austero sacerdocio en la «rue» Jacob

Cuando, al cabo de diez años, Pauvert gane la batalla y de Sade se apropie la grandeur francesa, el 68 estará ya a la vuelta de la esquina. Histoire d’O, mientras tanto, ha sorteado los acechos judiciales. Es un clásico. Clandestino, naturalmente. Y vendido a cientos de miles de ejemplares. Octubre del 68: Paulhan muere. Dominique Aury, distante como siempre, sigue oficiando su austero sacerdocio en la rue Jacob.

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