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arte

Tatuajes: mensajes a flor de piel

Federico Sposato pone su piel en venta. Almudena Lobera reflexiona sobre lo efímero. Tito Pérez, sobre la herencia recibida... El tatuaje es la base de diferentes proyectos artísticos actuales

Tatuajes: mensajes a flor de piel belén díaz

javier díaz-guardiola

Lo recuerda Almudena Lobera (1984) en uno de sus textos: cómo Wim Delvoye, no sólo ha tatuado cerdos para criticar el capitalismo, sino que logró vender por 150.000 euros un tatuaje sobre la espalda de un joven. El contrato estipula que, a su muerte, el «coleccionista» podrá arrancar ese pedazo de piel y exhibirlo en un marco. Esta semana hemos sabido que los Champman buscan financiación para sus obras a cambio de tatus...

A la madrileña, lo que le llevó a poner en marcha su serie «Portadores», un work in progress en colaboración con la arquitecta Isabel Martínez Abascal (que es quien ejecuta sus tatuajes) fue ser consciente de que las obras de un artista, un día, lo abandonan: «Para mí, mis dibujos son muy íntimos, y cuando pasan a ser de otro, lo que le pido a este otro es un compromiso fuerte con algo muy importante para mí».

Soporte, propietario y autor

Con «Portadores», doce de sus dibujos –a los que llamó dibuajes, por ser mited dibujos, mitad tatuajes– se concebían para ser reproducidos sobre la piel de doce sujetos que se comprometieran a tatuárselos: «Ellos se convertían en soporte, en propietarios, pero también en autores. Su piel y el cuidado que le den condicionan en todo momento el futuro de la obra».

La motivación de Federico Sposato (Argentina, 1984) es muy otra. Él desarrolla un trabajo basado en su propio cuerpo con el que analiza la identidad desde un punto de vista heterosexual («los discursos han sido copados sobre todo por feministas y gays porque el hombre se encontraba en una postura muy cómoda», expone).

A cambio de 60 euros, Sposato nos vende parte de su piel en forma de tatuajeEn su proyecto Pay x Piel la crítica incide en «esta sociedad en la que todo está en venta. Hemos mercantilizado nuestra vida sin ser conscientes. La vendemos a diario por un trabajo que no nos satisface a cambio de sueldos ridículos. Si todo es susceptible de ser vendido, lo que yo pongo a la venta es mi propio cuerpo». Por sesenta euros, el artista está dispuesto a comerciar con una porción de su piel. La forma: tatuarse de por vida nuestro nombre, en su hombro o su espalda.

De por vida... Tito Pérez Mora (Benidorm, 1977), presenta en la Twin Gallery , dentro del Festival Off de PhotoEspaña , la exposición La herencia, «un análisis sobre lo que nos viene dado, lo que no elegimos pero que nos acompaña toda la vida y que tenemos que aprender a gestionar». Una de esas «cargas» es la genética, la de la familia.

Una herida que no duele pero permanece

El artista, en la serie «Sangre de tu sangre», decidió tatuarse sobre su brazo izquierdo –pero sin tinta– esa frase, y documentar fotográficamente el proceso de cicatrización: «Lo importante es que parece que el mensaje desaparece, que no queda rastro. Pero el recuerdo está siempre muy presente. Hice un antitatuaje que “veo” cada vez que me miro el brazo». Ya antes, Núria Güell , en Valor, su aportación para la firma de obras de artista a pequeños precios Arts Comings , se tatuaba una significativa frase («El día de mañana») en la planta del pie. Era el roce al caminar el que la hacía desaparecer en parte...

Hace ya unos años, Germán Gómez (Gijón, 1972), en Fichados/Tatuados, uno de sus conjuntos más célebres, convirtió el cuerpo de otros en lienzo de sus vivencias: «Se trataba de elaborar un gran autorretrato, condensar los 50 minutos más intensos de mi vida hasta ese momento en 50 tatuajes que debían portar personas también ligadas a mí, que luego eran fotografiadas con los dibujos».

Lobera relaciona «Portadores» con una arquitectura errante, no estáticaLa identificación entre artista y modelo aquí es capital (no lo ha sido en autores como Santiago Sierra , que, a diferencia de Sposato, pagaba él a otras personas, prostitutas en su caso, a cambio de su piel): «Uno de los puntos fuertes de Pay x Piel es que yo soy el soporte –explica el argentino–. La relación entre artista y modelo suele ser efímera. Yo me comprometo a llevar su recuerdo para siempre. Y como este es un work in progress, el peso es mayor con cada nombre que se suma».

A Lobera le gusta relacionar su trabajo en «Portadores» (que en abril desarrolló en Nueva York el último capítulo) con el arte urbano: «Como el grafitero, no soy dueña del trabajo. No sé cómo será su vida después de mí. Isabel es arquitecta y nos gusta ver esta labor como algo relacionado con una arquitectura no estática, sino errante. Si dos portadores coinciden por casualidad en un supermercado se estará desarrollando una expo improvisada e inconsciente de esos dibuajes».

¿Por qué no hacerlo yo mismo?

El aspecto lúdico también planeó en enero en la propuesta de Aitor Saraiba (Talavera, 1983). Durante años, fueron muchos los que le pidieron permiso para tatuarse sus diseños: «¿Por qué no organizar un evento y hacerlo yo mismo?», se preguntó. Y así lo hizo. Durante un día, el que así lo quiso pudo trasladar a su piel los trazos preferidos del artista: «Siempre he pensado que el arte cura. Y estoy seguro de que las personas que acudieron al evento, que quién sabe si no repetiré el próximo año, lo hacían con esa intención. Esta es una elección para toda la vida».

Ni Gómez, ni Lobera llevan tatuajes («para mí era un medio para generar una imagen permanente –admite ella–. Y nos interesaba que muchos portadores lo concebían así: no les gustaban los tatuajes, pero sí el proyecto». No es el caso de los otros tres artistas consultados. «Desconfiaría de alguien que trabaja sobre aquello en lo que no cree», agrega el manchego.

La idea de curación recorría también la apuesta de Pérez Mora. «Mis tatuajes eran una forma de curarse, aunque destructiva –concluye Saraiba–. Pero para que haya curación siempre debe haber sangre».

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