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Paisaje con burro plateado

«El burro más odioso». Así llamaron Buñuel y Dalí a Platero. A pesar de sus críticas, la obra más famosa de Juan Ramón, que ha conocido mil y una ediciones, ha superado la prueba del tiempo

Paisaje con burro plateado abc

luis alberto de cuenca

Los aficionados a la naturaleza afirman que no hay nada tan bello bajo el sol como un amanecer junto al Kilimanjaro, o las cataratas del Iguazú, o un atolón en el Pacífico, o un crepúsculo interminable en el verano ártico. No seré yo quien contradiga tales afirmaciones, pero la verdad es que para mí, que soy reacio a considerar la naturaleza como otra cosa que no sea un foco de molestias y un vivero de crueldades, no hay paisaje en el mundo tan hermoso como una «editio princeps» de alguna de las obras literarias que más me gustan (o sea, «Drácula», de Stoker; El «Dr. Jekyll y Mr. Hyde», de Stevenson, o «Manuscrito encontrado en Zaragoza», de Potocki, por citar tan sólo tres títulos de mis diez o doce favoritos). Entre ellos, desde luego, se cuenta este «Platero y yo» que tengo ahora sobre la mesa, publicado en Madrid por Ediciones de «La Lectura» en las Navidades de 1914 y enriquecido por unas preciosas y delicadas ilustraciones de Fernando Marco.

Una iniciativa feraz

«La Lectura» fue un sello editorial auspiciado en un principio por la Institución Libre de Enseñanza y recogido después por Espasa-Calpe . La célebre colección «Clásicos Castellanos» fue una de sus más feraces iniciativas, pero es sin duda esta edición de «Platero y yo», llamada «menor» porque alberga 64 textos frente a los 138 de la edición definitiva de enero de 1917 (Madrid, Casa Editorial Calleja), el logro editorial más importante del mencionado sello.

«En 1953, J. R. J. reconocía haber vendido más de un millón de ejemplares del libro» Juan Ramón Jiménez (1881-1958) anduvo siempre en su juventud de la mano de los grandes líderes de la referida Institución –forjada en los ambientes próximos al krausismo español– como Francisco Giner de los Ríos (al que J. R. adoraba, siendo correspondido por él, pues don Francisco, que falleció en 1915, fue uno de los lectores más entusiastas de su primer Platero), Manuel Bartolomé Cossío o Alberto Jiménez Fraud (que lo alojó en la Residencia de Estudiantes entre 1913 y 1916), y su «Platero y yo» no es solo una «elegía andaluza», como reza el subtítulo del libro, sino una conjunción afortunadísima de celebración de la infancia, melancolía temperada por la alegría de estar vivo, crónica de un pueblo onubense y mensaje institucionista.

A los surrealistas patrios más rebeldes, como Dalí y Buñuel, esa síntesis estética les parecía una especie de horror, una regresión cavernícola. Todo el mundo recuerda la carta que dirigieron a Juan Ramón en 1928, diciéndole, entre otras lindezas, que su Platero era «el burro menos burro, el burro más odioso» con que se habían tropezado. Nuestros «enfants terribles» eran injustos, como lo fueron al arremeter contra el «Romancero gitano» de Lorca, aparecido el mismo año en que enviaron su carta al maestro de Moguer. Pero la literatura está llena de injusticias e incomprensiones, de modo que a los numerosísimos lectores que adoramos a Juan Ramón y amamos a Platero, no nos importa en absoluto que el animalito sea un burro tan poco asnal y nos traen al fresco ultrajes tan improcedentes.

Objeto de deseo

Los dibujos de Fernando Marco que ilustran la edición príncipe son, como he dicho, encantadores. Démonos cuenta de que el primer Platero era un libro escolar, destinado a un público juvenil, y que necesitaba de una apoyatura gráfica como la que las ilustraciones de Marco, impresas en distintos colores y con un trazo muy sencillo y muy efectivo, proporcionaban.

Ignoro si la tirada de esa primera y mítica aparición de Platero en letras de molde fue corta o larga. Sí sé que ahora, en 2014, cien años después, resulta complicadísimo encontrar a un precio asequible un ejemplar de la misma. A lo largo del siglo que media entre 1914 y nuestros días se han vendido muchos millones de ejemplares de «Platero y yo» en todo el mundo. Ya en 1953, antes del Premio Nobel (que se le concedería el 25 de octubre de 1956, tres días antes de morir Zenobia), el propio J. R. J. reconocía en una entrevista haber vendido más de un millón de ejemplares de su obra más popular, ¡y de eso hace más de sesenta años!

«Conjunción afortunada de celebración de la infancia, melancolía de estar vivo y crónica de un pueblo»Cuando una obra literaria del siglo XX obtiene un grado de conocimiento y aprecio público tan alto (caso del «Ulises» de Joyce, del «Hobbit» de Tolkien o del Gran Gatsby de Scott Fitzgerald ), es natural que sus primeras ediciones se conviertan en un inalcanzable objeto de deseo. Sólo los que compramos cuando los dinosaurios aún campaban por el planeta esas paleoediciones –y me refiero, cómo no, a la de «La Lectura» y a la segunda y definitiva de Calleja– podemos jactarnos de haberlas adquirido a un precio acorde con nuestro mermado bolsillo, o sea, más que razonable.

Ortografía innecesaria

El sanedrín de «La Lectura» hizo una selección de los textos que Juan Ramón les envió. Eso quiere decir que el poeta de Moguer tenía ya prácticamente finiquitado su «Platero y yo» en 1914 –había ido escribiendo los distintos sketches entre 1906 y 1912–, y que sólo después de su boda en Nueva York con Zenobia y de la redacción subsiguiente de su inspiradísimo «Diario de un poeta reciencasado» pudo ver la luz la edición definitiva de la obra, bajo los auspicios de Calleja e inaugurando una serie de Obras de Juan Ramón Jiménez en verso y en prosa que se detallan en las páginas iniciales y de las que se publicaron –creo– tan sólo sus «Sonetos espirituales» y el citado Diario, además de «Platero y yo». El colofón de este último reza: «Este libro se acabó de imprimir en la imprenta de Fortanet de Madrid el 13 de enero de 1917». La edición incluía dos textos nuevos (respecto de la colección culminada en 1912 y publicada parcialmente en 1914): «Platero de cartón» (Madrid, 1915) y «A Platero, en su tierra» (Moguer, 1916).

No es baladí, para finalizar este breve recorrido bibliográfico por Platero y yo con motivo de su centenario, el siguiente detalle: ni la edición de «La Lectura» ni la de Calleja asumen esa ortografía innecesaria con que el maestro inundó de jotas sus libros posteriores. Lo cual, por inusual, se agradece mucho.

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