FOTOGRAFÍA
Dos siglos de España en imágenes
Nuestra Historia entre 1839 y 2010 queda recogida en «España a través de la fotografía». Cómo fuimos y cómo nos vimos. El paisaje de nuestro pasado desde el que construir nuestro futuro
Una de las razones por las cuales los nacionalismos periféricos han podido inventar una religión política según la cual España no sería una nación, sino un Estado –por supuesto opresor–, ha sido la discontinuidad de su narración histórica contemporánea. Como en todas las naciones, existen especificidades – Claudio Sánchez-Albornoz tituló su famoso ensayo publicado en Buenos Aires en 1957 «España, un enigma histórico»–, pero en absoluto su Historia resulta incomprensible. Ni ha estado determinada ni lo estará jamás, pues si así fuera ya no habría españoles a quienes contársela.
No existe una anomalía española en términos históricos. El esencialismo del fracaso («me duele España») es una invención de la Generación del 98 y lo que expresó fue la ira patriótica, bien fundada con seguridad, de muchos de sus miembros. Adán y Eva no nos dejaron condenados para siempre al fracaso cíclico ni, como diría Jon Juaristi, a un «bucle melancólico».
«España a través de la fotografía» es un festín de vida cotidiana
Hay elementos geográficos e históricos que resultan, sin embargo, evidentes. Como bien han señalado Juan Pablo Fusi y otros brillantes historiadores, la Historia española es inseparable de la europea, y además –esto es fundamental– los europeos llevan miles de años viendo a los españoles como unidad.
Ficciones y delirios al margen, con o sin subvención, existen aspectos que las últimas tres décadas de historiografía revisionista, hecha por españoles y extranjeros, han dejado muy claros. En primer lugar, la nación española es de las más viejas de Europa y muy anterior al nacionalismo decimonónico. Porque hay naciones antes del nacionalismo, igual que hubo política en el Antiguo Régimen –o amor antes del Romanticismo– . Este principio ha sido de casi imposible asimilación por los especialistas en Historia Contemporánea, para quienes la religión política del nacionalismo ha sido piedra angular de la nación. Existe una buena dosis de etnocentrismo europeo en este planteamiento, tan deudor del «difusionismo» ilustrado y la propaganda revolucionaria.
«Españoles de ambos hemisferios»
En segundo término, la historiografía de las últimas décadas no anclada en modelos estáticos ha mostrado que el siglo XVIII español se caracterizó por el tránsito hacia una «nueva planta» (denominación criticada hasta la extenuación) que expresaba algo bien sencillo: los habitantes de los reinos peninsulares en 1747 se encontraron (por fin) bajo la misma ley y jurisdicción. Muy poco después, ese fascinante proceso de creación de una comunidad política compartida a partir de las viejas estructuras regnícolas fue trasladado a la América española y tuvo tiempo de expresarse en la Constitución de Cádiz de 1812 : «La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios».
Costumbrismo; reporterismo gráfico; grandes nombres
Por primera vez en el mundo occidental, como ha indicado Tomás Pérez Vejo, el tránsito de imperio a nación se formuló de manera explícita, pues lo que estaba en marcha era la constitución de una nación imperial y atlántica española.
La crisis de 1808, causada por los desastres dinásticos y gubernamentales en el centro del imperio, del que acabaron por huir las aristocracias americanas, abrió un tiempo de enorme dificultad. La antigua España europea debía ajustarse a un escenario imprevisto del cual emergió, en sentido comparado, con muchos más éxitos que fracasos.
Ajeno a banderías y excluisones
A los «fracasólogos» y demás poetas del desastre español se les suele olvidar que la Historia decimonónica de Francia, Alemania, Italia o Estados Unidos también está marcada por guerras, revoluciones e incertidumbres sin cuento. Aquí se halla otro elemento característico que el revisionismo historiográfico ha empezado a rescatar. La enorme, terrible destrucción que trajo la Guerra Civil tuvo una repercusión fundamental en la desaparición del aparato simbólico de la España liberal. La desaparición de sus vestigios, llamados o no a perdurar, no cabe interpretarla como inexistencia.
Por supuesto que aquel Estado tuvo que construir –como todos– gobierno y administración, alfabetización obligatoria, cuerpos de ingenieros y servicio militar. Es precisamente en este campo de las nuevas (viejas, porque estaban allí) fuentes de la Historia de España en el que este espléndido catálogo , reflejo de una exposición memorable, supone una aportación decisiva.
El final es un duro ajuste de cuentas (muy español) con las últimas dos décadas
El trabajo de síntesis histórica de Jordi Canal que lo abre constituye u n ensayo sin complejos, bien escrito, cívico y civil , ajeno a banderías y exclusiones. El propósito de exponer una Historia de España a través de las fotografías está plenamente logrado y conmueve de continuo. La relación de los españoles con su nación se hizo visible en la furia por obtener las novedades para sí.
Lejos de estar al margen, el otro ensayo introductorio, «España, fragmentos propios y ajenos de nuestro imaginario visual», a cargo del comisario de la exposición, Alejandro Castellote, muestra lo acertado de un planteamiento que recoge como contrapartida la Historia de la fotografía en España. Sin tecnicismos, suscita lo que podríamos llamar una refuncionalización de las fotografías antiguas, una recuperación del contexto que narra la vida de la nación española. No se trata solo de intrahistoria , aunque el libro es un festín de vida cotidiana, grandes y pequeñas biografías, sino de algo mejor, que podríamos plantear como posnacional, en el sentido en que las viejas naciones pueden y deben sobrevivir a los últimos delirios del Romanticismo.
Campos de secano, campos de golf
Lo que abruma de las imágenes son las conexiones, lo que hoy llamaríamos las redes articuladoras de los españoles de entonces, supuestamente inexistentes. Por decirlo con palabras de Barbara Rosenwein, estas fotografías exponen una comunidad emocional . Al margen de los esencialismos, o de la teoría del supuesto carácter nacional, lo que une a estas gentes de toda edad y condición es que forman grupo. Disparan, emigran, ríen, sufren, se abrazan, en una ceremonia compartida de vida.
Las piezas de 1936 a 1939 se vinculan a su interpretación como fracaso colectivo
Castellote se fija en asuntos concretos: comienzos de la fotografía; estereotipos; viajeros («Charles Clifford nació en el seno de una familia aristocrática, siendo los globos aerostáticos y la fotografía sus principales aficiones»); exposiciones; científicos (Ramón y Cajal); pioneras como la primera fotógrafa vasca, Eulalia Abaitúa ; costumbrismo; reporterismo gráfico; grandes nombres –Alfonso, Ortiz Echagüe, Vieitez, Schommer, Rueda y la Movida.
El último epígrafe, «Cómo nos vemos y cómo somos», es un duro ajuste de cuentas (muy español) con las últimas dos décadas, en las que se habría perdido una gran oportunidad por culpa de la «espectacularización» de las apariencias: «Esa España es la puesta en escena de un nivel de vida y de cultura que aún distaba mucho de ser real: los campos de secano reconvertidos en campos de golf. La imagen que la crisis nos está haciendo percibir de esa modernidad desbordada es la que nos hace anhelar ahora una radical catarsis social. Este paisaje todavía nadie sabe cómo fotografiarlo ». Ese será el futuro que nos espera. El que elijamos.
La «cocotte» y el gramófono
Repasar, auscultar, darle tiempo al tiempo con cada una de las 271 fotografías que siguen es una buena manera de prepararlo. Del siglo XIX, las hay monumentales; orientalistas ; coloniales; de obras públicas; de paisajes rurales y urbanos; o atrevidas (en nombre del naturalismo realista, Luis Federico Guirao fotografió en Murcia hacia 1890 una «''Cocotte'' examinando un gramófono»). Hay unas cuantas de motines, revueltas y guerras, menos novedosas. Otras son tétricas («Ejecución de Mompart», 1892: «Fue dado garrote vil por el asesinato de una niña de 11 años, otra de 5 y el robo de dos relojes de plata»).
Lo que abruma de las imágenes son las conexiones
Aquellas que datan de las primeras décadas del siglo XX evidencian una impresionante mejora en el bienestar material y la aparición en la década de 1920 de una verdadera sociedad de consumo. Una fotografía de Benito Pérez Galdós en 1916 en su casa de Santander, bautizada como «San Quintín», sirve de homenaje al autor de los «Episodios nacionales».
Es de agradecer que no se haya caído en la tentación del guerracivilismo y las piezas elegidas de aquellos años trágicos de 1936 a 1939 sean adecuadas y pertinentes, vinculadas a su interpretación como fracaso colectivo y no como triunfo de hunos sobre hotros.
Posguerra y franquismo son reflejados con profusión. Turistas de juerga, procesiones o el Che en la ciudad universitaria madrileña en 1959 dejan paso al color rutilante de una normalización cultural, social, política y económica que apunta hacia la única conclusión posible: han transcurrido dos siglos de fotografía y los españoles siguen en la brecha.
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