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arte

Los artistas recuperan el emblemático pasadizo de Fuencarral 77

Durante los años cincuenta, el pasadizo de Fuencarral 77, en Madrid, fue uno de los ejes comerciales de la ciudad. Ahora en desuso, sus espacios son recuperados por la exposición colectiva «Espacio + Identidad», iniciativa de Almudena Mora

Los artistas recuperan el emblemático pasadizo de Fuencarral 77 abc

javier díaz-guardiola

Nuestro ocio y nuestra economía doméstica se han desplazado ahora a los grandes centros comerciales, dejando tocados de muerte a los mercados y cines de barrio. Tras los aeropuertos –que lo fueron en el siglo XX–, ellos son las grandes catedrales arquitectónicas del XXI . Pero hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los reyes de esa misma economía del día a día eran los pasajes comerciales, que, al ritmo del desarrollo industrial, uniformaban el sistema e imponían su culto a la mercancía. Locales agrupados, grandes escaparates, el triunfo de la publicidad ...

El tiempo gana la batalla al espacio

Uno de ellos fue, en Madrid, el Pasaje Fuencarral, situado a la altura del número 77 de esa calle, que, en un intento de unir dos de los barrios más castizos de la capital (el de Malasaña y el de Chueca), la conectaba con el 10 de Corredera Alta de San Pablo . Sus instalaciones vivieron su momento de esplendor en los años cincuenta, cuando fue diseñado siguiendo los designios de la postvanguardia arquitectónica, y se prolongó en los sesenta. En la actualidad, el tiempo le ha vuelto a ganar la batalla al espacio, y el pasaje se ofrece gris al paseante, sin vida, oxidado , con un único establecimiento en pie (la joyería familiar Monge) que se resiste como puede a los envistes del presente. Pese a su aspecto, continúa en uso, y propiedad de la Tesorería General de la Seguridad Social , es un inmueble protegido por el Ayuntamiento de Madrid.

Hay artistas que en alguna ocasión se han planteado la dimensión terapéutica del arte . Pero, ¿y si esa capacidad regenerativa, en lugar de ser aplicada al ser humano, se tuviera en cuenta con la arquitectura? Eso fue lo que debió pensar Almudena Mora , cordinadora de la colectiva «Espacio e Identidad», la muestra que ahora se despliega en los espacios del pasaje, no sólo para ayudar a su recuperación, sino también para, a través de los más de sesenta creadores convocados , esbozar un análisis sobre la identidad referida al lugar. Cuando Max Meier , agregado del departamento de Cultura de la Embajada de Alemania en España le propuso llevar a cabo un proyecto, no se lo pensó: ella tenía ya el escenario elegido . Esa es una de las razones de que esta institución sea la que organice una exposición que cuenta con el patrocinio del Ministerio de Empleo, la Fundación Goethe y la firma Würth, entre otros.

De eso hace ahora un año. La poetisa Noni Benegas (una de las creadoras convocadas), le habló entonces de otro alemán, Walter Benjamin , y de su «Libro de los pasajes» («Los pasajes son cruceros no sólo de transeúntes y de cosas, sino de pensamientos y voluntades con múltiples orígenes», dejó este escrito). Esa obra se convertiría en la base teórica de un proyecto en el que los artistas convocados (de diferentes generaciones, estilos y provenientes de las más variadas disciplinas, donde encontramos a algunos Premios Nacionales como Isidoro Valcárcel Medina o Alfredo Alcaín ), han trabajado de forma desinteresada, dedicando parte del verano al montaje, ante la mirada atenta de vecinos y paseantes.

Escaparates repletos de mercancías

El arte sale del museo y de la galería y se expande por un entorno atípico para hablar de espacio e identidades. Los escaparates de los antiguos establecimientos muestran de nuevo mercancias, en este caso artísticas, que en ocasiones, como en el de Marisa Maza , lo hacen para criticar lo despiadado del propio sistema capitalista. La antigua camisería Roan es ahora el enclave de la aportación de Manuel Bouzo , allí donde lo que fue Cuevas Publicidad (que prometía económicos anuncios por palabras; de ello dan cuenta sus vestigios) sirve a María Jesús Manzanares para hablar sobre el desamor (que también se puede producir –¿por qué no?– en un pasadizo) con su instalación «Nada».

Muy cerca de allí, y para aludir a la transitoriedad, David Trullo ha construido una cápsula del tiempo en lo que fuera una antigua óptica y laboratorio fotográfico, una de las piezas más sobresalientes del proyecto. Se trata de «1993. Fin de Siecle», fecha en la que el artista sitúa el punto álgido de la generación X y el fin de la época predigital. Decenas de retratos de los miembros anónimos de esa generación colgados por las paredes del establecimiento nos devuelven la mueca congelada de una época.

Otros creadores, como la propia Mora, inciden en las cuestiones más identitarias o de género (así ocurre con Reme Remedios y su «falda verde»; Karla Frechilla y Eva Hiernaux ; o con el divertido proyecto de –espero escribirlo bien– Ebba Rohweder , que adopta diferentes personalidades en función de lo mal o peor que la gente transcribe su nombre en documentos oficiales o artículos de prensa, donde ha sido llamada «Robbeder», «Rohweter» y hasta «Rovira»).

Mora propone un inmenso mural a modo de «alternativo tablero del juego de las damas» en el que los escaques se cubren con anuncios de la época en la que se construyó el pasaje para recalcar el machismo imperante («Quería niño y fe niña...», reza el fundamental). Interesante, como aquellos proyectos que se alían con el entorno: Eduardo Barco recupera los motivos decorativos del suelo, los que daban personalidad al corredor (junto a su fantástica claraboya), para crear un inmenso mural, mientras que un segundo, el firmado por el colectivo La cooperativa (que en otros entornos denuncia la explotación del trabajador o el glamour asociado al sistema), llama poderosamente nuestra atención con una única palabra: «Obsolescencia». ¿Les suena a algo lo de la obsolescencia programada?

Que no se quede en nada

Junto a ellos, Pepe Buitrago , Roberto González Fernández , el colectivo PAN (bajen al piso inferior y busquen su vídeo «Los dueños de... producen mostruos» entre los peines de un antiguo archivo, cuyo desasosegante aspecto ahora es el de un pasaje del terror); Phillipp Fröhlich , Alfredo García Revuelta ; la «concesión a la perpetuidad» de Rosell Meseguer ; José Jurado (que acuña el metro cuadrado «made in Ikea») o Guillermo Martín Bermejo . Todos, hasta el 20 de octubre, insuflarán nueva vida al pasaje. De forma paralela, un completo programa de performances ( Abel Azcona y Julio Pérez participaron en la inauguración), talleres (como el de este domingo junto a David Gómez Blaya, Edmundo Torres y Almudena Mora ), visitas guiadas o conferencias (hoy mismo, La Cooperativa habla de arte urbano). Y el deseo de que esto no se quede en nada. Ya se barrunta una segunda edición , mientras Mora sueña con un laboratorio estable de arte en este emplazamiento. Que el lugar le gane por una vez la batalla al tiempo.

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