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LIBROS

«La trama nupcial», última entrega de Jeffrey Eugenides

Tras «Las vírgenes suicidas» y «Middlesex», llega la tercera novela de Jeffrey Eugenides, «La trama nupcial». Una obra que sigue los modelos románticos de la literatura decimonónica

«La trama nupcial», última entrega de Jeffrey Eugenides

RODRIGO FRESÁN

Con la perspectiva que ya dan ciertos años, podría teorizarse que las tres novelas publicadas hasta la fecha por Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960) son diferentes variaciones apoyadas sobre la partitura de un aria inevitable, la de una duda trascendente: ¿qué elegir?, ¿esto o aquello?, ¿ahora o más tarde o nunca? Y si en «Las vírgenes suicidas» (1993) las trágicas y adolescentes y muy «brontëísticas» hermanas Lisbon acaban optando por la autoeliminación como punto de partida para un mito que suplantará vidas inocurrentes, y en «Middlesex» (2002, ganadora del Pulitzer) el/la hermafrodita Cal «Calliope» Stephanides tiene que decidir entre un sexo y otro para así poder componer la música de su futuro, en «La trama nupcial» se juega a uno de los grandes motivos –sinfónico o de cámara– de la literatura universal y, muy especialmente, de las grandes novelas decimonónicas.

A silbar mientras se camina por las habitaciones de la casa de la ficción, con el paso leve pero decidido de una doncella supuestamente insegura: ¿debo casarme? Y, de ser afirmativa la respuesta, con cuál de mis muchos pretendientes. Y a continuación –y dependiendo de la audacia del autor o de la autora de entonces–, ¿será conveniente que, además de contraer matrimonio, vaya pensando qué modelo de amante es el que mejor me queda?

Un verbo ambiguo y arriesgado

Eugenides recorre todas estas firmes dudas en la figura de la joven «ingénue» fin de milenio Madeleine Hanna. Algo así como una muy delicada y casi encubierta aproximación posmoderna a la novelística sentimental y decimonónica preguntándose si en el altar se consagra o se sacrifica. Alguien que –a principios de los 80 del siglo pasado, lo que ya se lee/suena a periodo clásico y lejano y entrañable cortesía del talento de su creador– pasea por un campus universitario el proyecto de una tesis sobre las maneras del abordaje amoroso en las novelas de Jane Austen (que acostumbran a terminar en boda) y George Eliot (que suelen empezar en boda).

A su alrededor, en el por entonces muy «cool» campus de la Brown University , todo es Barthes y Lyotard y Derrida y percusivas canciones de Talking Heads con títulos como «Love Goes to Building on Fire». Y ese «edificio en llamas» que son el cuerpo y el alma de Madeleine recibiendo las por momentos asfixiantes y abrasadoras atenciones de dos dedicados y románticos bomberos: el brillante pero bipolar e imprevisible y «wallaceano» Leonard Bankhead y el responsable y espiritual Mitchell Grammaticus, que comparte más de un dato con Eugenides, como su «stage» místico junto a la Madre Teresa de Calcuta.

Eugenides opta por un tercer modelo de gran hembra romántica

¿Con cuál de ellos quedarse?, se inquieta a la vez que –un tanto histérica– se divierte Madeleine sin nunca perder de vista que quedarse es un verbo ambiguo y arriesgado. Aquel «Lector, me casé con él» en las últimas páginas de «Jane Eyre» es, claro, una tentación. Y siempre está el riesgo de acabar como la casi espectral novia perpetua Miss Havisham de «Grandes esperanzas». Entre un extremo y otro, las delicias y pesares de aquello que Proust definió como «las intermitencias del corazón».

El estigma / bendición

Es entonces cuando Eugenides se revela como seguro conocedor de semejantes incertidumbres y opta por un tercer modelo de gran hembra romántica que acaso es la culminación perfecta e insuperable de las heroínas de «Orgullo y prejuicio» y «Middlemarch». Ese eslabón perdido entre las victorianas Elizabeth Bennet & Dorothea Brooke y la modernista Mrs. Dalloway es la cercada por pretendientes Isabel Archer de «El retrato de una dama», de Henry James. Otra chica en una época/bisagra que no sabe si lo que más le conviene es dar un paso adelante. O dar un paso atrás. O, tal vez, quedarse quieta y ver qué pasa.

Y pasa de todo. Hasta alcanzar un último y luminoso diálogo en el que Madeleine –interrogada por Mitchell y con un Leonard casi desaparecido en acción– intuye una flamante posibilidad de cierre para un argumento instantáneamente clásico. Y por fin –palabra final de la novela– un categórico «Sí» que no tiene por qué pronunciarse, necesariamente, siempre junto a un altar.

Nunca se arrepentirán de haber elegido a Jeffrey Eugenides

Lo que permanece –en otra muy buena novela, con todo lo que debería tener y no suelen tener los libros más vendidos, de quien siempre arrastrará el estigma/bendiciónde haber debutado con algo a lo que no cuesta nada catalogar como perfección acaso insuperable– es, por encima de toda duda, el amor siempre fiel y nunca traicionero al género, a todas esas historias puestas en tinta sobre papel.

«Para empezar, mira todos esos libros», es la primera frase –casi un rezo– de «La trama nupcial».

Nunca se arrepentirán –hasta que la última línea los separe– de haber elegido a Jeffrey Eugenides.

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