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Rubinstein y Schueller: secretos de belleza

La cosmética también tiene su oscura trastienda. Ruth Brandon la pone al descubierto gracias a la doble biografía de Helena Rubinstein y Eugène Schueller. La otra cara del «glamour»

Rubinstein y Schueller: secretos de belleza

anna caballé

¿Quién no ha oído hablar de Helena Rubinstein, fundadora de una gran empresa cosmética? Imposible ignorar su nombre, reclamo impenitente del «glamour». Su nombre dispone de una abundante bibliografía en el mundo anglosajón, pero en el ámbito hispánico apenas sabíamos nada de esa forjadora de sí misma.

No solemos detenernos intelectualmente en figuras que transpiran frivolidad, olvidando que, muchas veces, nadie se toma la vida con tanta seriedad como ellas. La escritora inglesa Ruth Brandon publicó en 2011 una biografía coral (ahora felizmente editada por Tusquets ) en la que aborda en paralelo la historia de dos gigantes de la industria cosmética: la judía polaca Helena Rubinstein (1870-1956) y el alsaciano Eugène Schueller (1881-1957), fundador de L’Oréal.

La primera revolucionó el mundo de la cosmética al fomentar e industrializar el consumo de productos de belleza y, por tanto, abriendo un nuevo y fabuloso nicho empresarial al que hasta entonces no se había dado importancia. Mujeres de todo el mundo transformarían su aspecto, ingresando en la modernidad de la mano de una esteticista intrépida.

Mucho sol y mucho viento

La historia de Rubinstein es la de una verdadera «self-made woman»: huyó de casa muy joven ante la perspectiva de un matrimonio triste y concertado y se fue a Australia, donde la familia tenía parientes. Allí llevó una vida muy dura a la espera de aprender el suficiente inglés como para poder desenvolverse. No fue un tiempo muerto: muy pronto se dio cuenta de cómo la rudeza del clima (mucho sol y mucho viento) destrozaba el cutis de las mujeres y quiso poner a su alcance una crema facial que funcionara. Probó distintas fórmulas caseras hasta quedar más o menos satisfecha y procedió a venderla rodeándola –y eso es lo fundamental– de un aura exquisita y un precio elevado. Se haría millonaria trabajando dieciocho horas diarias y ofreciendo con sus cremas y lociones una forma de combatir el envejecimiento.

Por su parte, Schueller poseía la misma ambición y, de un modo similar, comprendió que los tintes de pelo que usaban las mujeres francesas de su tiempo no las favorecían en absoluto, dañándoles además el cuero cabelludo. Trabajó hasta el agotamiento pero dio con un tinte de pelo innovador: mucho más ligero, de fácil aplicación y con una paleta de colores que entusiasmó en las peluquerías, siendo el comienzo de una fortuna colosal.

Rubinstein: más lista que el hambre, enjoyada hasta las cachas, libre

Resulta evidente que Brandon prefiere detenerse en las turbulencias. En mi opinión, fuerza demasiado su intención de darnos a conocer la «cara oculta» de la industria cosmética, pero lo cierto es que el pasado de Schueller (no así el de Rubinstein) le da motivos. Su éxito en los negocios fue tan rápido que el químico, fascinado por las utopías, sintió muy pronto la tentación de poner sus ideas al servicio de la política. No fue una experiencia afortunada y sería juzgado por colaboracionismo al término de la II Guerra Mundial, aunque quedó absuelto por falta de pruebas.

Otra pobre niña rica

Su ideal de gobierno hubiera sido un autoritarismo solvente capaz de erradicar tanto la pobreza como la riqueza desmesurada. Estaba convencido de que un empresario contrae, por el hecho de serlo, una serie de obligaciones morales: por ejemplo, no debe empobrecer a sus empleados buscando un mayor beneficio porque eso, a la larga, hundirá el mercado, conduciendo el capitalismo al borde de la delincuencia o de la extinción. El truco se hallaba en mantener el poder adquisitivo de los ciudadanos.

El matrimonio Schueller tuvo una única hija, Liliane Bettencourt, una de las mujeres más ricas del mundo y de las más infelices, por las razones que se describen en el libro. Otra pobre y solitaria niña rica que le permite a Brandon establecer un último paralelismo con Rubinstein: dos estilos de mujer dispares, en efecto. Una, esbelta y terriblemente elegante, desdeñosa con el dinero que nunca le faltó, ausente; otra, nacida en la estrechez, diminuta, rellenita, más lista que el hambre, enjoyada hasta las cachas, libre.

Brandon fuerza su intención de darnos a conocer la «cara oculta»

Más que una biografía coral estamos ante una crónica apasionante, no exenta de una mirada de género: si Rubinstein (Arden o Lauder), los grandes nombres de la industria cosmética, llegaron donde llegaron fue porque los hombres no habían reparado en su potencial económico.

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