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arte

Ballester al detalle en Tabacalera

Los espacios de Tabacalera, de Madrid, acogen la obra fotográfica en gran formato de José Manuel Ballester, en la que más que el instante detenido sobresale el instante ausente

Ballester al detalle en Tabacalera

josé jiménez

No se pierdan «Bosques de luz» , la hermosa exposición de José Manuel Ballester (Madrid, 1960), Premio Nacional de Fotografía 2010. En ella se presentan 47 fotografías, impresiones digitales, en formatos grandes o muy grandes, datadas entre 2005 y 2012. La selección permite revisar los ejes temáticos sobre los que ha girado su trabajo en los últimos años. De la serie que llamó «espacios ocultos»: reproducciones de obras maestras de la pintura donde elimina las figuras, llevando así al primer plano los espacios en que éstas se inscriben, a los paisajes urbanos, las construcciones industriales o los paisajes naturales.

Lo primero que llama la atención es el acierto del montaje y de la elección de los espacios seleccionados para la muestra. Nada más entrar, en el patio, una reproducción digital enorme (474 x 853 cm.) de «La última cena» de Leonardo da Vinci, en la que han desaparecido las figuras de Cristo y de todos los apóstoles, fija nuestra mirada en el espejo de algo que conocemos, que ya hemos visto y que, sin embargo, se ofrece enteramente distinto.

Las fotografías de Ballester son magistrales en su capacidad de abstracciónSegún avanzamos, las fotografías, exponentes de la última tecnología digital y en las que vemos imágenes espectrales de escenarios museísticos, industriales y naturales del mundo de hoy: en ninguna de ellas aparecen figuras humanas, adquieren un halo de penumbra , de inevitable ruina inminente, en los espacios sin restaurar de la antigua fábrica de tabaco. Aunque utiliza como soporte la fotografía, la mirada y la actitud de José Manuel Ballester siguen siendo las de un pintor, que es como inició su trayectoria artística. Resulta curioso apreciar, a través de su trabajo, cómo la impresión digital con la fidelidad casi microscópica en la reproducción del detalle, establece un hilo de continuidad con algunos de los principios estéticos básicos de la pintura clásica, a diferencia del contraste expresivo entre ésta y la fotografía analógica.

La cuenta del tiempo

Las fotografías de Ballester son magistrales en su capacidad de abstracción. No hay, en ningún caso, mera copia de lo que está fuera. Y así, en definitiva, estas reproducciones de fragmentos de lo real, fieles hasta el paroxismo en la fijación del detalle, nos muestran que la abstracción está siempre en la mirada, nunca en las cosas. La luz, a la que se alude con el título de la muestra: con sus giros y modulaciones entre lo natural y lo artificial, así como los espacios: esos ámbitos a través de los cuales fluye la visión, son dos de los componentes fundamentales en su estética.

Son imágenes en las que nos reconocemos: agregaciones urbanas, máquinasPero hay otro, quizás menos evidente, aunque en mi opinión más decisivo. Me refiero al tiempo. Uno de los principios básicos en los tratados clásicos de pintura es el que se refiere al instante o momento pregnante como eje de construcción de la obra pictórica. En la medida en que la pintura es una representación «espacial», se entendía que la manera más intensa y expresiva de introducir en ella el tiempo consistía en representar ese punto decisivo del flujo temporal en el que gravitaría el antes y el después. El momento pregnante, pues, como expresión alusiva, indirecta, del tiempo, como síntesis de la temporalidad retenida en la imagen.

En las imágenes digitales de Ballester , de una perfección en la reproducción del detalle que lleva casi al vértigo, el tiempo parece haberse detenido. La eliminación en ellas no sólo de las figuras humanas, sino también de cualquier otra forma de vida animal, genera en nosotros la impresión de estar viendo imágenes situadas fuera del tiempo. Son, desde luego, imágenes en las que nos reconocemos: agregaciones urbanas, máquinas y construcciones industriales, museos y obras de arte como vacías, edificios, paisajes naturales. Pero todas ellas parecen, inevitablemente, ruinas : lo que queda después de la desaparición de los seres que las habitaron. En ellas parece haberse detenido para siempre la cuenta del tiempo, esa voluntad de medir el flujo de la existencia que nos hace humanos. Lo que destella es la ausencia del instante.

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