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Orson Welles, el mejor contrapicado de la historia

Cien años del nacimiento de un genio del arte cinematográfico

Orson Welles, el mejor contrapicado de la historia abc

oti rodríguez marchante

No. Orson Welles no es el gran póster del Siglo XX, pero sí es, y no hay duda, el gran contrapicado de ese siglo ya envuelto para regalo. Si una cámara apuntara desde el suelo al cielo, y hubiera que meter ahí la imagen de alguien, sólo podría ser la suya. Orson Welles es el mejor contrapicado de la historia. Con el disfraz de Ciudadano Kane, con el de Macbeth, con el de Otelo, con el de Harry Lime…, el contrapicado de Orson Welles es exactamente el mercurio del termómetro de su grandeza como artista que recoge en su manaza hasta la última miga expresiva del arte de su época, o de su siglo. Artista excesivo, pero aún más hombre abundante, sin límite y de itinerario vital inacabable: nunca terminó nada sin empezar antes algo. En fin, un tipo dinámico y formidable que, evidentemente, no iba a estar aquí el día en que su mundo, su siglo, conmemorase el centenario de su nacimiento: Orson Welles, ausente como de sus proyectos, de sus rodajes, habrá de estar en otro sitio, en otra fiesta, en otro mundo y en cualquier siglo.

Explorador de placeres

Su biografía y su filmografía han dado tanto pábulo literario como el de una civilización entera, y es difícil arrimarse a ellas sin la sensación humana del vértigo; solemos conformarnos con atisbar su enormidad como genio del cine , como enorme renovador de los recursos narrativos, lingüísticos y estéticos del arte cinematográfico, o también como fecundo explorador de los placeres al alcance de nuestra especie, como amante, bebedor, vividor, zampador y viajero… Una tarjeta de presentación que podría intercambiar con Hemingway, con quien intercambió antes unos derechazos y después unos litros de whisky.

Si hubiera que enumerar los motivos por los que hoy es inevitable recordar a Orson Welles, necesitaríamos también el papel de la competencia. Es posible adecuarlos sólo al nuestro si obviamos sus primeros y arrebatadores veinticinco años (a los diecinueve, además de matrimoniar con la actriz Virginia Nicholson, ya era una estrella mundial del teatro y un inminente inventor del lenguaje radiofónico)…, en realidad, a esa edad, ya acometió una empresa cinematográfica tan rotunda e imperecedera como «Ciudadano Kane», la película que nunca se apeó, ni se apeará, del pódium olímpico del arte del Siglo XX, por el irrebatible argumento de que lo inventó todo, incluso lo que ya estaba inventado (otros, «reinventan», verbo vulgar que no tiene recorrido más allá de una década, pero Orson Welles consigue la máxima dificultad: descubrir lo ya inventado). La luz, la sombra, el encuadre, el plano contrapicado, la profundidad de campo, el gran angular, el montaje, el ojo de la cámara, el ojo del sonido…, todo husmeado, visto, hecho…, todo descubierto, todo flamante, insólito, moderno… Con cualquier otro no habría duda, con él sí: «Ciudadano Kane» es su mejor película, a pesar de que las que hizo después fueron incluso mejores, «El Cuarto Mandamiento», «Macbeth», «Otelo», «Sed de mal»… Con «Sed de mal» se da la extraña circunstancia de que comparte con «Vértigo», la obra maestra de Hitchcock, no sólo el año (1958) sino también el olvido de los grandes premios y, sobre todo, la evidencia de que no es fácil encontrar otra película mejor, de Hitchcock , de Orson Welles o del Sursum Corda. Ahora sabemos lo que Orson Welles fue capaz de hacer con Shakespeare (y sólo se puede fantasear con lo que Shakespeare hubiera sido capaz de hacer con Welles), en su «Otelo» increíblemente expresionista y mediterráneo descubrió Welles que no era solo una intensa historia de celos (los de Otelo por Desdémona) y de traición (la de Yago a Otelo), sino una profunda historia sobra la diferencia y la discriminación. Hasta Shakespeare se hubiera sorprendido del toque Welles. O de la osadía de fundir media obra shakespeariana en «Campanadas a medianoche». Pero, así era Orson Welles, un escrutador de lo máximo y lástima que con Cervantes y su Quijote prevaleciera la versión humana de Orson Welles, esa que lo llevaba a estar justo en otro sitio, en vez de la artística, y nunca le pusiera el sello a su peculiar carta a la obra cervantina.

La obra inacabada

Afortunadamente para la humanidad, lo inconcluso de la personalidad de Orson Welles impiden adorarlo en un sarcófago, pues siempre hay que celebrar el descubrimiento de una obra suya, nueva, y vieja, y por concluir (la más reciente es «The other side of the wind», un millar de bobinas rodadas y olvidadas en un almacén parisino a las que algún iluminado dará luz en los próximos meses. Se abre el sarcófago y allí está, entre otros tesoros, la interpretación de John Huston .

Pero, ¿quién era Orson Welles?... ¿El tipo que se casó con Rita Hayworth y que luego rompió su imagen en mil espejos, el hombre cuyas cenizas están esparcidas en la finca Recreo de San Cayetano del torero Antonio Ordóñez, el cineasta que se empapó de John Ford (nadie se cree que sólo viera cuarenta veces «La Diligencia» antes de hacer «Ciudadano Kane») y que entendió a los maestros rusos y a los grandes del expresionismo, o tal vez el artista que ha influido en todos los grandes del cine de antes, durante y después, o simplemente un fulano que se creía que sabía de toros y que vivió veinte centímetros por encima del resto de la humanidad?

Mientras lo decidimos, lo que está claro es que el cine no da un paso sin mirarle. Y hasta que lo decidamos, el hombre que se inventó la «F» de «Fake», el mejor contrapicado de la historia, aguardará con su gran habano humeante a que el hombre duerma. Y cuando despierte, Orson Welles todavía estará ahí.

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