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Las brujas de ¡Álex desencadenado! y la magia de Broadbent

«Las brujas de Zugarramurdi» es un artefacto divertido y de gran éxito, lo cual es algo distinto de una gran película

Las brujas de ¡Álex desencadenado! y la magia de Broadbent reuters

OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Tres o cuatro niños pecosos están concentrados en el juego del ajedrez con el tablero encima de una cama y, cuando al rato vuelve el adulto a mirar cómo va la partida, los ve saltando salvajemente sobre el colchón entre el tablero y las fichas que vuelan…, podría ser una imagen aproximada de lo que es el cine de Álex de la Iglesia , y su película «Las brujas de Zugarramurdi» es una cama elástica llena de chiquillos y piezas volando.

Pero, antes de hablar de la película del día del Festival, cometeré la imprudencia de hablar de la mejor, de la británica «Le weekend» , del veterano Roger Michell , que sí compite por la Concha de Oro y que tiene dentro oro puro en las interpretaciones de Jim Broadbent y de Lindsay Duncan , un matrimonio agostado que se escapa de su rutina de hijos y grises y se va un fin de semana a París , a decirnos un texto lleno de inteligencia, gracia y amargura, y a hablar de todo ese mundo de la pareja que, con el mucho tiempo y vida, sugiere justo la imagen contraria: el juego de cama salvaje de niños pecosos se convierte en un serenísimo juego de mesa.

El guión de Hanif Kureishi no es innovador, pero sí brillante, y sus personajes rezuman inteligencia, sentido del humor, una visión llena de agudeza y sarcasmo sobre la vida, el tiempo, el amor, el arte y la convivencia. Hay un juego de espejos con el vitalismo del primer cine de Truffaut y varias escenas de declaración y declamación en las que la congoja se transmite con el aroma del pan recién hecho. Son completos y complejos los dos personajes, y e sta pareja impresionante de actores brinda lo que bien puede ser la mejor interpretación de este año.

Despatarrada comedia

«Las brujas de Zugarramurdi» ofrecen otra cualidad muy distinta: es una despatarrada comedia en la que el espectador no puede hacer las dos cosas al tiempo: pensar y descacharrarse de risa. Y p resenta las ya consabidas dos fases del cine de Álex de la Iglesia: la fase tablero de ajedrez y la fase niños y fichas saltando en el colchón. Arranca con la brillantez de un atraco en pleno centro de Madrid , una gran feria entre la ciudadanía, con atracadores, policía, ciudadanos, niños, madres, taxistas y un tipo que quiere ir a Badajoz… Y transcurre una hora larga en la que uno ha de secarse las lágrimas ante la avalancha de situaciones, personajes, diálogos contundentes (la filosofía que se despliega sobre la mujer, el matrimonio, la separación, la custodia de los hijos, la homosexualidad…, la escucha Zapatero y le salen ronchas en la cara) y una acción trepidante pero aún reposada o reflexionada.

Pero siempre llega el «momento alexdelaiglesia» y la película se pone a dar saltos entre brujas, brujerías, correrías y zapatiestas en lo que es un interminable y enloquecido aquelarre final. A Álex de la Iglesia le funcionan las parejas de modo escacharrante, incluida la más complicada que era la de Hugo Silva y Mario Casas , con mucho y gracioso texto entre los dientes (parte de él, mascullado y sospechado en vez de entendido), y con gran acierto las de Pepón Nieto y Secun de la Rosa , la de Carmen Maura y Terele Pávez y la sorprendente de Carlos Areces y Santiago Segura , en el papel de señoras vascas de toda la vida que vienen de, o van a, tomarse un chocolatito de media tarde con un pastel ruso en la terraza del Londres… «Las brujas de Zugarramurdi» es un artefacto muy divertido y de gran éxito , lo cual es algo distinto de una gran película.

La otra película a competición del día era la francesa «Mon âme par toi guérie» , de François Dupeyron , en la que Frédi, un señor de dedos regordetes como los de Porky, ha heredado de su madre recién muerta un don curativo que se niega a aceptar, pero que el guión le irá empujando a ello. Ofrece una visión muy cotidiana de las vidas sin alicientes , en la que sobresale una pintura de vecindario agridulce y unas cuantas conversaciones esponjosas entre hijo y padre, papel que interpreta en su habitual tono «guédiguian» el actor Jean Pierre Darroussin . Es una película vistosa y sentimental, aunque uno no sepa de cierto qué se quiere decir con ella.

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