Un malicioso Polanski y un trivial Jarmusch lacran el Festival de Cannes

Polanski tiene ya una edad y una historia, y en esta película vestida de ropaje teatral sugiere que acepta ensamblar ambas, tiempo e historia, con la figura del escritor austriaco Sacher-Masoch, el tipo que le dio nombre al masoquismo, y a su obra más erizada, «La Venus de las pieles».

La puesta en escena parece sencilla, un escenario teatral, y los perfiles biográficos, fáciles de detectar, pues elige «elementos» muy cercanos para visualizar lo que pretende, a su propia esposa de protagonista, Emmanuelle Seigner , y a un actor con el que se da un evidente aire físico, Mathieu Amalric . Igual que hizo en «Un dios salvaje», que depravaba aún más el original de Yasmina Reza , aquí consigue incluso viciar al propio Masoch con un juego de entrada y salida al texto y de mezcla de ficción perversa y realidad maligna, algo que la película consigue gracias a la excelente capacidad de Emmanuelle Seigner para ser, según convenga, chabacana y refinada. Como no es raro en Polanski, la película tiene una mala frenada y patina en la grasa grotesca de la última curva. Aunque su entrada (la de su cámara) y salida de escena son espectaculares al tono extravagante de la música de Alexandre Desplat .

A Jim Jarmusch le cuesta cada vez más trabajo mantener su imagen de extraño en el paraíso, y aquí se exprime de lecturas y músicas para contar una historia de vampiros aburridos, modernuquis y pasados de moda que sólo se reflejan en un espejo: el de la pedantería suma. Ensaya Jarmusch cientos de chistes supuestamente eruditos con los nombres de artistas y obras que a lo largo de los siglos han creado estos vampiros, Adán, Eva (uno de los chistes) y Marlowe (con la presencia chiste de John Hurt ), y la acción consiste en la cámara peripatética que recorre las afueras de Detroit y las callejas de Tánger con la pretensión de crear clima con la figura de Tilda Swinton y de Tom Hiddelston , o sea, lo más de lo más. Dado el «artilugio Jarmusch» de su último y penúltimo cine, no hay que descartar de que todo esto se trate de una metáfora tan evidente y superflua que casi es mejor no entrar en ella.

No da la impresión de que el universo Jarmusch cambie a última hora los designios de un palmarés que nunca ha estado ni tan concurrido ni claro de favoritos horas antes de hacerse público. Sería raro que se cayese de la Palma de Oro «La vida de Adèle», de Kechiche, y raro también que no se le encontrara acomodo a su gran altura a los títulos de Jia Zhang-Ke, Kore-Eda, los Coen, Alexander Payne, Asghar Farhadi y Sorren tino; no se explicaría otro premio de interpretación femenina que el de la joven Adèle Exarchopoulos (con o sin Lea Seydoux) y para el premio de interpretación masculina se lo disputen Michael Douglas, Toni Servillo y Bruce Dern . Y ahí se queda Spielberg , con un bocado tan grande que engullir, que hasta su tiburón se atragantaría con él.