—Se va por donde vino, la calle del Príncipe y el Teatro Español.
—Cierto, con esta obra, digamos que me he despedido de manera oficial de la escena, aunque todavía continúan las representaciones por otros lugares, porque ha sido en Madrid y porque ha sido en el mismo teatro, el Español, en el que debuté hace ahora cincuenta y cinco años.
—«El vals del adiós», ¿la música perfecta para una despedida?
—Verdaderamente, el texto de Louis Aragon me ha removido muchas cosas, porque tiene muchos puntos de contacto con mis propias contradicciones, mis propias dudas y mi sentido de la vida. A estas alturas, difícilmente voy a
encontrar un personaje de iguales características y, aunque lo encontrase,
diría que no, porque ya no tengo fuerza ni capacidad suficientes. Sí, lo
mejor es decir adiós.
—Pero esto no significa que vaya a hacer mutis por el foro.
—De momento, quiero seguir haciendo cine y televisión.
—El teatro sí que pasa mucha factura, se lleva jirones del alma.
—Las tablas imponen mucho más, hay mil espectadores o más ante ti, y se da bastante eso de lo que hablaba Valdano del miedo escénico, que existe, vaya que si existe.
—Es de los que se lleva al personaje a casa y hasta lo mete en la propia cama.
—Yo siempre me río mucho de esos actores, como Johhny Weismuller, o como Bela Lugosi. Por hacer media docena de veces de Tarzán o de Drácula, no tienes que vivir en los árboles ni tienes por qué dormir en un ataúd, eso es una memez completa, porque el cine es efímero. Pero el teatro es otra cosa. Hay papeles como el de «Equus» o éste del «Vals» que son tremendos, producen una especie de esquizofrenia, es como si el personaje te abdujera.
—Hablando en términos futbolísticos, en algunos países prefieren las rotaciones.
—Los anglosajones, que son muy listos, tienen como norma que el protagonista sea sustituido inexorablemente a los tres meses del estreno, para que no caiga en esos mecanicismos que se producen cuando llevas por ejemplo dos años con una obra, ese momento en el que ya te lo sabes todo, y es como el Padrenuestro, lo tienes tan aprendido que, mientras lo rezas, al mismo tiempo puedes estar pensando que has quedado con fulano a tal hora o que tienes una entrevista en no sé qué sitio.
—No sé a ustedes, pero al espectador si hay risa de por medio le parece que el actor suda menos la camiseta.
—El trabajo de los cómicos es distinto, porque en su trabajo no hay implicación emocional. Sé que se cansan muchísimo físicamente, pero este fenómeno que le digo no les sucede, porque ellos están continuamente haciendo chistes e improvisando y no tiene nada que ver con el dolor que yo experimento cuando estoy ahí interpretando a Louis Aragon. Mis lágrimas son de verdad y mi sudor es de verdad y mis sentimientos son de verdad, y resulta doloroso hacerlo.
—El teatro nunca murió, pero desde luego ha resucitado.
—El teatro no está en crisis , ni mucho menos. Después de un tiempo de atonía, llevamos ya unos ocho años en los que se está haciendo un teatro nuevamente de compromiso, con directores que son muy imaginativos y han cambiado las viejas reglas de arriba abajo. Los teatros se llenan, igual que se llena la ópera, los conciertos, las exposiciones. Creo que hay un porcentaje de la población y de la juventud, sobre todo, que se interesa por el hecho cultural con mayúsculas, de una manera poderosa y esperanzadora.
—Ahora que estamos de despedida, vuelve a menudo la vista atrás.
—No, no, en absoluto. Nunca lo he hecho, no miro nunca atrás y ni siquiera miro tampoco al futuro lejano, vivo el presente y del futuro sólo me interesa lo que voy a hacer de aquí a tres meses. El pasado nunca me ha importado demasiado por mucho que se esfuercen algunos poetas en reivindicarlo.
—Vive en Sitges. Supongo que desde allí España parecerá más una comedia que un drama.
—Sí, las cosas se ven con mucha más tranquilidad en todos los aspectos. Creo que Madrid deforma un poco la realidad, porque es como una caldera en ebullición y los acontecimientos políticos tienen una resonancia que no tienen en ningún otro sitio. Viajo mucho por España y no noto ninguna preocupación, ni veo nada de esos mensajes apocalípticos que lanzan los partidos políticos. Sólo hay una excepción, el País Vasco, donde la política se vive de un modo especial, como no se debe vivir la política. La política se debe vivir en el terreno de las ideas y la confrontación de pareceres, pero no con el miedo gravitando sobre ti.
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