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Scorsese a los setenta: memoria y porvenir

Este hombre menudo, que el sábado cumplió 70 años, está destinado a permanecer durante siglos junto a su cine, compuesto de ruido, furia, melodía y poesía

OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Si Nueva York fuera un sandwich, Martin Scorsese sería el panecillo de abajo; naturalmente, el panecillo de arriba sería Woody Allen , y en el medio, la sustancia, el cine de ambos. Scorsese ha sabido contar la contraportada de ese Nueva York luminoso, intelectual y «pijo» de las películas de Allen, y encontrar en ella ese punto final de lugar triste y solitario que cantó Frank Sinatra como guinda de la historia tormentosa entre el saxo de Robert De Niro y la voz de Liza Minnelli en «New York, New York».

El estilo de Scorsese es un estilo perdido y a contrapelo

Scorsese acaba de cumplir setenta años , apenas nada para ese hombre menudo destinado a permanecer durante siglos junto a su cine, compuesto de la mejor mezcla de ruido, furia, melodía y también poesía..., y tras su última película, «La invención de Hugo» , podría decirse de él que es un vestigio pero en plena forma. El estilo de Scorsese es, obviamente, un estilo perdido y hoy a contrapelo de un lenguaje cinematográfico más empeñado en buscarle al espectador la espalda que el corazón; el corazón, aunque sea para partírselo con un sentimiento o una bala, tal y como ha hecho desde sus mismos principios Scorsese, desde «Malas calles» o «Taxi Driver» hasta ese cinéfilo homenaje a Méliès de su última obra.

A Martin Scorsese le costó mucho más encontrar el Oscar que su estilo, y se fue a tropezar con él (con el Oscar, no con el estilo, que lo ha llevado siempre pegado a la suela) en 2006 con «Infiltrados» , una película tan suya que se hace raro que se le achacara que fuera de otro (el chino Lau Wai Keung, director cuatro años antes de «Infernal affairs»); en fin, un Oscar que le llegó al menos media docena de películas tarde al hombre que había hecho «Uno de los nuestros», «Casino» o «Toro salvaje », obras en las que los bajos fondos se erguían, se ponían de puntillas y estiraban hasta alcanzar la entidad y la grandeza de la tragedia clásica, o «La edad de la inocencia» , un pulso a su propio estilo, a su propia alma y a su propia ciudad, con ese mismo Nueva York viscontiniano que relataría diez años después a todo trapo en «Gangs of New York» , un fresco de la misma época pero batido con una turmix.

Cineastas biombo

Perteneciente a la última generación de cineastas biombo, de esos que lo tapan todo, como Spielberg, Coppola, George Lucas o Brian De Palma , Scorsese supo aprovecharse del oleaje y cinco décadas después no es que aún se mantenga a flote, es que es una boya, una baliza que nos sitúa en el lugar donde subsiste el cine de antes y el cine de luego, hasta el punto de que su obra no ha perdido ni un gramo de peso ni un minuto de energía ni juventud . Ni de vista, olfato e intuición para encontrar a los grandes actores y exprimirlos, desde Harvey Keitel o Robert De Niro, a Daniel Day Lewis o recientemente a Leonardo DiCaprio .

Nadie como él conoce ese material del que están hechas las grandes películas

Tal vez el cine ande ahora entre titubeos a la busca de su camino o su pared contra la que proyectarse o estrellarse, pero mientras Martin Scorsese se mantenga por los alrededores guiará al séptimo arte y lo estampará contra el muro adecuado. Nadie conoce como él ese material del que están hechas las grandes películas, y desde luego nadie ha visto tantas ni nadie le ha dedicado tanto amor a su memoria cinematográfica como él en ese documental titulado «Mi viaje a Italia» , que rezuma sabiduría y pasmo por el viejo y eterno cine italiano, o en ese otro titulado «Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano», otra declaración de amor y erudición.

Y llegados a este punto, y con Martin Scorsese a lomos ya de sus setenta, no queda otro alivio que considerarlo para el cine como su memoria y su porvenir , el mismo territorio que pisan otros virtuosos venerables, como Allen, como Eastwood, como...

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