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El universo mágico de Ana Juan cobra vida en el Museo ABC

Una exposición pionera permite al visitante, a través de móviles y tabletas, interactuar con sus personajes

Ana Juan, en el Museo ABC junto a algunas de sus obras INMA FLORES
Natividad Pulido

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Ana Juan (Valencia, 1961) es una de nuestras ilustradoras más reconocidas e internacionales. Regresa al Museo ABC , donde ha desplegado su mágico universo y donde podemos conocer, a través de dos de sus trabajos ( «Otra vuelta de tuerca», de Henry James, y «Snowhite» ), su proceso creativo como nunca antes hemos visto: del boceto primigenio a la obra final, pero también descubrir a sus personajes en movimiento. Dice Inmaculada Corcho , directora del Museo ABC, que este proyecto supone «un grado más de virtuosismo en el trabajo de Ana Juan y un nivel más de sofisticación museográfica. Convierte una exposición de ilustración en un fascinante universo de realidad aumentada».

Visitamos con Ana Juan la muestra tableta en mano. Se lo pasa en grande viendo a sus personajes en movimiento, posando entre ellos. Se coloca detrás de una barra pintada en la pared. De repente, ante nuestros ojos, van surgiendo sus creaciones, que cobran vida. Parece que su creadora les está sirviendo una copa. Gracias a un juego interactivo, «Erthaland, Snowhite’s Mistery Tale» , el visitante puede recorrer virtualmente los lugares donde suceden las escenas de su libro «Snowhite» o interactuar con los protagonistas mediante la realidad aumentada. El juego está concebido como una narración paralela al álbum. Está abierta a nuevas situaciones, personajes e incluso finales. Para adentrarse en esta fascinante aventura interactiva basta con descargarse la aplicación gratuita «Ana Juan. Dibujando al otro lado» para dispositivos móviles y tabletas en App Store o Google Play.

Nos detenemos junto a una maqueta a gran escala de la mansión Hawthorn , donde transcurre la historia. A través de su tableta contemplamos su interior. Snowhite cobra vida. Silenciosa, melancólica... La vemos correteando por el desván, cogiendo flores en el jardín. Unos metros más allá nos colocamos unas gafas 3D : entramos en la mansión, recorremos sus estancias, nos topamos con Snowhite, que ni se inmuta con nuestra presencia. Ana Juan les dio las pautas a los ingenieros para hacer este juego interactivo : les explicó cómo son los personajes, cómo deben moverse, qué carácter tienen. «Ha sido la mejor aventura de mi vida», comenta la ilustradora.

—«Dibujando al otro lado» es un proyecto pionero en España.

—Sí, lo ha puesto en marcha Unit experimental, un equipo de investigadores de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos y la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática de la Universidad Politécnica de Valencia. Gracias a él se ha llevado a cabo esta exposición innovadora.

—¿Cómo ha sido el reto de trabajar con ingenieros informáticos y con herramientas como el 3D, la realidad virtual, la realidad aumentada...?

—Cuando me plantearon pasar al 3D, les expuse mis prejuicios. No me acaba de gustar, porque me resulta un poco frío y lejano. Pero pusieron la tecnología al servicio de mi trabajo. La exposición tiene varias lecturas. Puedes disfrutar de los originales, pero también del proceso creativo: hay bocetos expuestos junto a la obra final. Son muchas luces y sombras, todos esos pentimentos que suelen quedarse en el cajón en casa y nunca llegan a verse. Pero también se puede disfrutar de la experiencia interactiva con «Snowhite» e interactuar con los personajes.

—Renovarse o morir...

—Hay que desplegar velas y visitar puertos que uno no conoce.

—¿Qué papel juega la tecnología en su proceso creativo?

—Soy clásica: uso básicamente papel, carbón y lápiz. Con los años me he ido despojando de muchas cosas hasta llegar a lo mínimo. No necesito tantos elementos. Cuando eres joven lo quieres todo. Después vas viendo lo que te sirve para contar lo que quieres.

—Incluso ha ido reduciendo su paleta hasta básicamente el blanco y negro.

—Me gusta usar el volumen, que la luz cuente. Tenía que haber sido más escultora que pintora.

—De hecho, se siente más artesana que artista.

—Soy alguien que trabaja con las manos, que disfruta con su trabajo. Esto es lo que soy.

—¿Es usuaria habitual de las redes sociales?

—Estoy obligada a ello. Vienen muy bien para publicitar tu trabajo. Pero no me gusta contar en ellas mi vida.

—David Hockney, a sus casi 80 años, está como niño con zapatos nuevos usando el iPad en sus recientes trabajos.

—Es genial, para mí es un referente. Hay gente que tiene prejuicios sobre la realidad virtual, el 3D... Dicen que no es arte. Sin embargo, Hockney hizo maravillas cuando nacieron las polaroids. Tiene ansia de probar cosas nuevas.

—Seguramente, Leonardo, Miguel Ángel o Velázquez utilizarían hoy las nuevas tecnologías.

—Por supuesto. Serían más modernos que nadie.

—¿Es metódica y perfeccionista en su trabajo? ¿Una insatisfecha permanente?

—Eso siempre. Uno tiene que aceptar que le hubiera gustado hacer el trabajo de otra forma. El gran lujo para mí es tener tiempo para poder equivocarme una y otra vez, que es como realmente uno aprende.

—¿Cuáles son sus musas? Las referencias a Japón están muy presentes en su trabajo...

—Sí, pero también Käthe Kollwitz, Daumier... Tengo muchos referentes artísticos, pero creo que la inspiración está en ti, depende de los ojos con que uno mire el mundo.

—¿Y Tim Burton?

—La gente ve muñequitos en blanco y negro y piensa en Tim Burton, que, por cierto, no es un buen dibujante.

—¿Existe un estilo Ana Juan? ¿Cuál sería ese ADN característico de sus ilustraciones?

—No busco tener un sello propio, sino contar las cosas como realmente quiero contarlas.

—Forma parte de una aristocracia de la ilustración. Al igual que hay arquitectos-estrella, ¿también hay ilustradores-estrella entre esa élite?

—Es inevitable, las modas van y vienen. No me reconozco como una ilustradora-estrella, sino como alguien que ha trabajado durante mucho tiempo y sigue haciéndolo. Si además se reconoce mi trabajo... He sido bastante libre. He hecho más o menos lo que me ha dado la gana. Eso era un reto para mí.

—¿Por qué su desencuentro con la ilustración infantil?

—No me apetecía hacerlo. Lo probé, salió bien (los libros se convirtieron en pequeños clásicos), pero no me encontraba a gusto, no me hacía feliz. Es mejor hacer libros que pueda leer todo el mundo. La sociedad necesita poner etiquetas:de 4 a 8 años... Hay tantos prejuicios, tanta autocensura... Me pregunté:¿Qué hago aquí? Estoy haciendo algo que no me creo. Decidí cambiar el rumbo y viajar a otro sitio.

—Lleva más de dos décadas colaborando con «TheNew Yorker», una publicación de referencia, de culto.

—La forma de trabajo es diferente. Hay unas reglas que tienes que aceptar, formas parte de un equipo, La gente piensa que hago un boceto para una portada y me la publican. Hago miles de bocetos y a lo mejor sale una portada. A veces, la portada está lista, aprobada, incluso pagada; llega el día y el editor cambia de rumbo.

—En su caso pasó al revés con el número especial del atentado a «Charlie Hebdo». Había previsto una portada y a última hora la cambiaron por la suya.

—En efecto.

—¿Cómo llegó al «New Yorker»? ¿Fue casual?

—Cambió el editor de la revista y su equipo buscaba nuevos dibujantes. Vieron un libro mío en Barcelona por casualidad y les gustó.

—También hizo una ilustración de los atentados del 11-S en Nueva York.

—Tienes la ambivalencia de que, por un lado, estás contenta, orgullosa de tu trabajo, pero también sientes que has llegado hasta ahí por lo que ha ocurrido. Es un sentimiento agridulce. La repercusión que tienen las portadas del «New Yorker» es enorme. Con la de «Charlie Hebdo» tuve una avalancha de mensajes.

—Premio Nacional de Ilustración en 2010, ¿se siente reconocida y valorada en España? Aquí nos gusta machacar al que triunfa...

—Me siento privilegiada: hago lo que quiero. El premio nacional te lo dan tus compañeros que están en el jurado, se agradece, pero no cambia tu vida.

—¿Pasamos con nota los españoles en ilustración? ¿Hay buen nivel de ilustradores en este país?

—Sí, hay muchos ilustradores y muy buenos. El único problema es que la industria no acompaña. Hay cada vez más editoriales, pero la ilustración no está aún reconocida ni valorada como lo puede estar fuera. Tienes que pelear por tus derechos, hay mucho por hacer aún en ese campo. Solo de ilustrar libros no se puede vivir en España. Al menos, aquí el trabajo es más libre.

—Museos como éste de ABC ponen su grano de arena, pero lamentablemente sigue siendo un caso aislado.

—El dibujo siempre se ha considerado como un arte menor, un arte preparatorio para una obra mayor. Pero yo me quedo antes con los dibujos de Ribera que con sus pinturas. Me gustan más, me emocionan más. El dibujo es algo tan primario... Hay dibujos preparatorios más interesantes que la obra final.

—El Prado ha abierto sus puertas al cómic. Ya ha editado dos libros sobre El Bosco y Ribera. ¿Qué cuadro de este museo le gustaría ilustrar?

—(Se lo piensa) Alguno de un pintor flamenco, o las pinturas negras de Goya. Su perro semihundido es muy sugerente.

—¿Qué tipo de autores o historias le gusta ilustrar?

—Lo dejo al azar. No tengo sueños. Del conocimiento llega el amor. Ilustrar un libro me da la oportunidad de ahondar en la obra. El último que he ilustrado ha sido para Nórdica: «El hombre del traje negro», un cuento de Stephen King. Saldrá en mayo. No es una historia que uno espera leer de este autor. Cuando uno conoce una obra es cuando realmente aprende a quererla.

—¿A qué atribuye este «boom» del libro ilustrado?

—Se ha puesto de moda. Las editoriales están echando mano de los clásicos, que están libres de derechos. Es una buena estrategia. Están revisitando a los clásicos, los ponen de nuevo en el mercado con un buen envoltorio. Es la respuesta al libro electrónico. No tengo nada en contra de él. Me parece fantástico. Soy lectora de libro electrónico.

—Se atrevió a diseñar joyas. ¿Fue algo puntual?

—Sí, me encantaría poder seguir, pero necesitaría tres vidas más.

—No hay entrevista hoy en la que no aparezca Donald Trump. ¿Cómo lo ilustraría?

—¡Dios mío!Lo han hecho ya otros y tan bien... Lo dibujaría como el vacío.

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