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El bufón del arte regresa con un retrete de oro

Maurizio Cattelan vuelve a reírse de los excesos del mercado del arte: instala un urinario de oro puro en uno de los baños del Guggenheim de Nueva York

JAVIER ANSORENA

Maurizio Cattelan es el invitado a una cena que se ríe del anfitrión, se mofa de sus amigos íntimos y critica la comida y el vino, pero que vuelve a ser invitado una y otra vez. El artista italiano, una de las voces más potentes de la escena contemporánea, regresa esta semana de su retiro autoimpuesto con una pieza diseñada para crear el efecto habitual de Cattelan: sorna, escándalo, risa, crítica, indignación, sorpresa.

Es un retrete de oro de tamaño natural, que hoy estará instalado en uno de los baños de la galería espiral del museo Guggenheim en Nueva York . Sustituirá al habitual de porcelana con un hermano gemelo de oro sólido de 18 quilates, que conservará la utilidad funcional: los visitantes del museo podrán hacer en él sus necesidades.

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Además de guiños artísticos al urinario de Marcel Duchamp -el año que viene cumplirá su centenario- o a las latas con excrementos de Piero Manzoni , la instalación provoca una catarata de significados que ya ha tratado la obra de Cattelan: los excesos del mercado del arte , la desigualdad económica, el significado de la creación artística… No está claro si Cattelan se divierte proporcionando otro «traje nuevo para el emperador» o si critica las estructuras del mercado del arte, a los multimillonarios que lo adquieren como valor refugio y para contagiarse de su prestigio, a su transformación en mercancía ideal para lavar dinero turbio, como se ha filtrado de los llamados «papeles de Panamá» .

Pero su mensaje de brocha gorda -la pieza se titula «América»- salpica a todo el mundo: al museo que lo acoge , cuyos patronos forman parte de la misma elite global que hincha el precio del arte; a las colas de visitantes que se formarán para adorar el retrete dorado y al propio Cattelan. Christie’s tiene previsto subastar «Him», una escultura del artista italiano que representa a un Hitler con cuerpo de niño arrodillado. Su precio estimado es de entre 10 y 15 millones de dólares, lo que rompería el anterior récord para Cattelan, que vendió una obra por casi 8 millones de dólares en 2010. La inauguración de su pieza en el Guggenheim, que supone su retorno a la creación, y el ruido creado alrededor de ella son una coincidencia feliz para aumentar más si cabe el apetito de los coleccionistas.

El regreso de Cattelan, de 55 años, se produce en el mismo lugar donde había dicho adiós al arte para siempre. Fue en 2011, cuando el Guggenheim le dedicó una retrospectiva espectacular, en la que sus obras más importantes colgaban en el hueco de varios pisos de altura que deja la galería espiral del museo. Entonces dijo que estaba agotado y cansado de un arte dopado por el dinero.

«En realidad, es más una tortura no trabajar que trabajar», ha asegurado ahora en declaraciones a «The New York Times» , en las que también admite que mucha gente verá su nueva instalación «como un chiste», aunque él no lo considera como tal. Tampoco ha querido decir si la obra se refiere a la desigualdad económica en el mundo y al mercado del arte como paradigma de esa inequidad -«no es mi trabajo decirle a la gente qué significa una obra»- pero sí ha admitido que tendrá «significado» para mucha gente.

Elecciones en EE.UU.

«América» llega al Guggenheim pocas semanas después de las primarias de Nueva York, una contienda clave en el proceso de elección de candidatos de los partidos demócrata y republicano para las elecciones presidenciales de noviembre. Bernie Sanders , el candidato socialista, llevó mitines multitudinarios a parques y plazas de la ciudad, con un mensaje de arrancar el poder a las grandes corporaciones y a los multimillonarios y devolvérselo a la ciudadanía. El multimillonario Donald Trump , candidato republicano, apenas tuvo actos públicos en su Nueva York natal porque las organizaciones de izquierda programaban contramanifestaciones. Sanders obtuvo una derrota casi definitiva contra la favorita demócrata, Hillary Clinton . Trump arrasó en las primarias republicanas, y parece una inspiración para Cattelan: pone su nombre en letras doradas en sus grandes edificios y hoteles y su casa en lo alto de la Trump Tower tiene hasta los quicios de las puertas bañados en oro.

«América» no es lo único que Cattelan dará de qué hablar. La feria de arte Frieze New York recordará esta semana uno de sus proyectos, el que instaló en 1994 en la última exposición de la galería de Daniel Newburg: un burro, vivo, bajo la luz de un candelabro barroco. Nada demasiado sorprendente en un artista que colgó durante horas con cinta aislante a un galerista en la pared de su galería, que montó una exposición con obras robadas de una galería cercana o que imaginó en una escultura la muerte de Juan Pablo II atacado por un meteorito.

Cuando un coleccionista le pidió un retrato de su abuelo, le devolvió una escultura de tamaño real de la anciana enclaustrada en un frigorífico; en otro encargo, el retrato de la mujer de un coleccionista -la ex modelo Stephanie Seymour , esposa de Peter Brant- fue un busto de Seymour en forma de cabeza de ciervo al que llamó «Mujer trofeo». Un documental estrenado hace pocas semanas en el Festival de Cine de Tribeca ha repasado su creación, en busca de entender al personaje y lo que busca con su obra. Su directora, Maura Axelrod, lo ha rodado durante diez años y, tras ese tiempo, ha reconocido no haber llegado a entender lo que Cattelan «realmente es». De sus bufonadas y provocaciones, solo queda una cosa clara: no son más extravagantes que el camino que ha tomado el mercado del arte.

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