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El Metropolitan expone la búsqueda del genio de Henri Matisse

Nueva York explora en «Matisse: en busca del pintar verdadero» las tribulaciones creativas del líder del fauvismo

Maria g. picatoste

En 1906, los artistas franceses Henri Matisse y André Derain viajaron al pueblo pesquero de Colliure -muy cerca de la frontera con España, el mismo pueblo donde Antonio Machado moriría - para inspirarse con la luminosidad y la belleza de sus costas. Allí, Matisse tomó como modelo a un joven local , a quien retrató en la obra «Joven marinero I» recurriendo a las características que acabaron siendo santo y seña de su arte: colores expresivos, pinceladas cortas y una interpretación de la realidad fuera de lo habitual.

Unos días más tarde, repitió el proceso. Mismo modelo, un lienzo del mismo tamaño y misma paleta de colores. Sin embargo algo había cambiado : el pintor decidió incorporar a esta obra los rasgos de la escultura africana , uno de sus recientes descubrimientos. El resultado fue una pintura en la que la figura del joven se había simplificado y deformado, y se impusieron los bloques de colores planos. Cuando regresó a París con ambas obras, inseguro del resultado de su experimento, Matisse explicó a sus amigos que la segunda versión la había pintado el cartero del pueblo.

Esta y otras historias sobre el proceso creativo de Matisse y su extenuante autoexigencia para transgredir las convenciones del arte contemporáneo forman parte de la exposición «Matisse: en busca del pintar verdadero» . La muestra, que será inaugurada el próximo 4 de diciembre, examina el excruciante trabajo que el artista dedicaba a comprender la esencia de aquello que trasladaba a sus obras. «Aunque desconocido para muchos, pintar no era algo que le saliera fácil a Matisse. Durante su carrera, se replanteó, repintó y reevaluó constantemente su trabajo», señala Rebecca Rabinow, comisaria de la exposición y del Departamento de Arte Moderno y Contemporáneo del Metropolitan.

Cuando Matisse pintaba se valía tanto de su entrenamiento académico, como de su interés y admiración por lo que sus coetáneos estaban creando. Además, a la hora de comenzar una nueva composición, el artista trabajaba con una idea preconcebida del resultado que quería obtener. Si el cuadro final no le convencía, reiniciaba la misma obra desde cero y probaba de nuevo.

Para completar aún más el proceso, Matisse incorporó diferentes estrategias que le ayudaban a comprender la evolución de cada pieza. En la exposición esos ejercicios están organizados históricamente. Primero vemos como utiliza la cuadrícula para repetir las líneas básicas de una pintura sobre la que quería seguir trabajando. Pronto desechó esta técnica por exigirle demasiado tiempo y esfuerzo. Años después, compelido por la necesidad de un análisis más profundo, Matisse empezó a colaborar con un fotógrafo profesional al que hacía ir a su estudio para que fotografiase un cuadro cuando él pensaba que estaba en un punto importante de su desarrollo. Gracias a las decenas de fotografías que tomó Matossian -que así se llamaba el fotógrafo- ahora podemos ver las alteraciones, revisiones y correcciones que Matisse hizo de cuadros como «El gran vestido azul», «Francia», «Bodegón con magnolia» o «El sueño».

Estos tres últimos fueron expuestos en 1945 en la Galería Maeght de una forma muy peculiar: cada uno de ellos ocupaba una pared y aparecía yuxtapuesto con las fotografías que documentaban sus diferentes fases. «El sueño», por ejemplo, se presentó rodeada y subrayada por 14 imágenes en blanco y negro tomadas entre el 7 de enero y el 19 de septiembre de 1940. En ellas se pueden apreciar cambios en la postura de la mujer retratada, modificaciones en su vestido y su peinado, además de diversas opciones para el fondo de la escena. La versión final, colgada en el centro y caracterizada por su serenidad, es muy diferente de algunos de los estadios por los que pasó. Quizá unos nos parezcan más bellos o logrados que otros, pero de lo que no cabe duda alguna es que Matisse -un consumado perfeccionista- creyó que la versión final era la mejor que podía salir de su afinado pincel.

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