Hazte premium Hazte premium

Domingos con historia, En busca de una idea de España

La reforma insuficiente

Fraga y Areilza, dos hombres de soberbia fibra política, vibraron en aquel primer gobierno cercado por la timidez y la intolerancia

FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR

La presidencia de Carlos Arias Navarro en el primer gobierno de la monarquía contenía, al mismo tiempo, el sabor acre de la inercia política y el aroma adolescente de un cambio por definir. Como en todos los inicios de una transición, aquel ejecutivo con el que se inauguraba un ciclo de la historia de España respiraba al ritmo de un tiempo ya cancelado. Pero la nación entera contenía el aliento en una tensa espera que pronto había de estallar en movilizaciones y resistencias, en alternativas radicales y proyectos de reforma.

España estaba a punto de experimentar en sus propias carnes un aspecto inédito de la evolución de Occidente, como en tantas otras ocasiones de los últimos doscientos años. Pero, esta vez, tras el amargo escarmiento de una guerra civil y una dictadura, la mayoría de los españoles estaba decidida a impedir que el futuro se derramara entre sus manos . Aquellos tiempos confusos que siguieron a la muerte de Franco se toparon con una nación que había aprendido a respetarse y asimilar la lección de la historia. Una nación poco dispuesta a partirse de nuevo en dos, entre liberales y carlistas, republicanos y monárquicos, rojos y fascistas. España había descubierto que era mucho más que una sucesión de abstracciones bipolares, que obligaban a los ciudadanos a dividirse en un permanente plebiscito en el que siempre se estaban jugando la fama, la hacienda, la libertad y hasta la vida. España era mucho más que ese juego de eliminación del adversario y de ambición totalitaria de uno de los dos bandos en un litigio imaginado por intelectuales apesadumbrados y burócratas ignorantes.

Patriotismo integrador

Buena parte del debate en el que se sumieron las izquierdas y las derechas más inteligentes desde 1939 giró en torno a la guerra civil, considerada la desembocadura espantosa del rechazo de España a afirmarse como una nación moderna, dotada de un nuevo patriotismo integrador . No se trataba solamente de alcanzar un marco político e institucional, sino de algo previo a los acuerdos jurídicos: un espacio de cohesión social y cultural basado en unos valores comunes. Lo que ansiaban los españoles de 1975 era disfrutar de una vez por todas de una misma patria , de un idéntico sentido de pertenencia, del rango de una existencia colectiva garantizada por un Estado de derecho.

Entrar en esta etapa suponía reconocer la voluntad de nuestra nación de vivir su historia en plenitud . Sin la amenaza de una ruptura radical que desconociera la mitad de España, y sin el miedo a la responsabilidad de los españoles que no precisaban de una libertad tutelada. Nuestra nación necesitaba líderes, no tutores. Precisaba de valientes hombres de Estado, no de recelosos administradores de la inmadurez. Le hacían falta verdaderos sembradores del futuro , no los habituales aventureros siempre dispuestos a escarmentar en sangre ajena.

Y esta nación estuvo a la altura de sí misma, incluso a costa de los proyectos y los análisis de quienes dijeron representarla en las muy diversas alternativas que entonces se disputaron el favor de los ciudadanos y la razón de la historia. Algunos han interpretado aquella primera mitad de 1976 como el enfrentamiento entre dos grandes proyectos, el rupturista y el reformista , cuya mutua insuficiencia radicaba en el equivocado análisis de la correlación de fuerzas que ambas planteaban. Sin embargo, más allá de los enfrentamientos cotidianos, de las luchas en la calle y de los ásperos debates en el Gobierno, de las movilizaciones obreras y del conflicto en las instituciones del antiguo régimen, de las proclamas numantinas y de las tribunas de debate, lo que existía era una nación con un grado de civismo, paciencia y esperanza que hoy nos causa asombro y orgullo al mismo tiempo.

Altas miras

Es cierto que en todos los dirigentes de aquel tiempo existió generosidad y altas miras. Pero en el pueblo español hubo grandeza . Esa grandeza sobria de una ciudadanía capaz de establecer los referentes morales que habrán de saber leer quienes merecen convertirse en sus dirigentes. Porque los que se consideran los líderes naturales de una nación no caen de una Providencia súbitamente revelada o de una Razón histórica determinista, sobre las cabezas resignadas y temerosas de los ciudadanos. Los líderes son quienes comprenden esa lucidez dispersa e irrevocable con la que una nación se mira en el espejo de una encrucijada. Son los que saben hallar el lenguaje con el que expresar las convicciones profundas, la sabiduría aún no pronunciada de una comunidad que es consciente de haber llegado a una cita inexcusable con el tiempo .

Dos hombres de soberbia fibra política vibraron en aquel primer gobierno cercado por la timidez y por la intolerancia. Manuel Fraga traía bajo el brazo un completo repertorio de soluciones institucionales para plasmar lo que había venido diciendo desde que en 1969 entendió que el régimen había llegado a un punto muerto. José María de Areilza traía con él menos asuntos de trámite , pero algo que hemos echado de menos desde entonces. Su falta de habilidad táctica fue letal para sus aspiraciones de dirigir los sectores moderados de la opinión pública. Pero su densidad cultural fue el poso sobre el que debía haberse alzado una derecha capaz de medirse con los grandes proyectos conservadores de la Europa de Churchill, de De Gaulle, de Adenauer y de De Gasperi.

Sentido de la historia

A Fraga correspondía la capacidad de canalizar políticamente las exigencias de una reforma obsesionada por evitar las alternativas radicales de la oposición. En Areilza reposaba la preocupación por la refundación de una derecha española que disputara a la izquierda sus pretensiones de superioridad intelectual. A Fraga le esperaba el fracaso inicial y el resurgir tardío con que España premia a los estrategas a costa de los tácticos. A Areilza le aguardaba el exilio interior y la memoria espiritual con que nuestra nación recuerda a quienes la han servido con elegancia, con discreción y con un impecable sentido de la Historia.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación