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José María Carrascal: «El primer problema de España es la falta de responsabilidad»

El colaborador de ABC sobrevuela los dos últimos siglos en «La revolución pendiente» (Espasa) para definir el principal defecto de nuestra democracia

JOSÉ RAMÓN LADRA
Jesús García Calero

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La revolución es la reválida de la nación moderna . Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados Unidos, forjaron su ciudadanía democrática, el cambio de uso más allá de la lucha contra el abuso, en procesos revolucionarios. En España, por desgracia, está entre las tareas pendientes acabar de hacerla. Y no por falta de intentos. El su nuevo libro «La revolución pendiente» (Espasa), José María Carrascal (El Vellón, Madrid 1930) profundiza en este problema, estudiando todas las intentonas, guerras, Constituciones y represiones desde 1808 hasta los desencuentros políticos de hoy. Detecta causas repetidas para esa falta de maduración democrática. Con sagacidad periodística persigue las huellas de los demonios del pasado en las encrucijadas de la España de hoy, muy distinta, salvo por esta rumia.

Mientras resuena en las pantallas de la redacción de ABC el pimpampum parlamentario de la investidura , escuchamos a Carrascal, con ejemplos pertinentes y datos exactos que nos rescatan del tedio que provocan los políticos y sus garrotazos.

—La primera conclusión de su libro es que la revolución pendiente es la de la conciencia democrática de los españoles. ¿Cómo la define?

—Que el español deje de ser súbdito y se convierta en ciudadano, plenamente. Un operativo político. Es el primer problema de España. Aristóteles decía que el hombre es el animal político. Cuento en el libro que al principio de la Transición vine a Madrid entusiasmado y fui a ver a un amigo, que era secretario de Estado ya en el nuevo régimen. Le pregunté: «Parece un milagro ¿cómo lo habéis conseguido?» Me contestó: «José María, fue más fácil de lo que se cree porque los españoles están acostumbrados a obedecer».

—¿Su libro explica los porqués de este bloqueo que vivimos?

—Somos lo opuesto a los italianos, que no pueden vivir con gobierno. Nosotros no podemos vivir sin gobierno. [Mira el debate en la televisión]. Es un periodo rarísimo este que vivimos.

—En el libro está el diagnóstico del problema, pero seguimos viendo a las dos o las cuatro Españas proponiendo soluciones irreconciliables.

—La función crea el órgano. Una actitud, si se impone, crea el órgano. Estos ocho meses con Gobierno en funciones han venido muy bien. Se puede vivir sin gobierno. Si hay instituciones fuertes en la democracia no hay que temer que nadie decida por nosotros. España no se ha hundido, seguimos creciendo.

—De momento. ¿Tenemos claro que democracia es ciudadanía activa?

«Al final la democracia es cosa de todos, es responsabilidad, individual y colectiva»

—En Alemania estudiaron hasta las leyes de Solón o el Bill of Rights para hacer su Ley Fundamental. Uno de los «padres» de aquella Constitución me lo resumió en una ocasión: «La democracia es responsabilidad, naturalmente». No habló de elecciones, parlamento, separación de poderes… No, no. Al final la democracia es cosa de todos, es responsabilidad, individual y colectiva. Si no existe ya puedes poner instituciones, instrumentos de control. Da igual. En España es lo que falla.

—Solo emborronamos desde hace doscientos años los intentos, sin lograr esa emancipación, ese «cambio de usos y no solo de los abusos»...

—Eso y que le echamos la culpa al otro. O la frase «yo hago esto y el que venga detrás que arree», tan española. Por eso si el gobierno asume todas las responsabilidades asume también todos los poderes. Es un problema que no hemos visto como tal los españoles.

—Las dos Españas tienen dos historias.

—Marx tenía razón en que la primera revolución fue la luterana. Insta al hombre a asumir su responsabilidad. Nosotros no tuvimos las guerras de religión, por eso los siglos XVI y XVII son bastante pacíficos dentro de España. Hacíamos la guerra fuera, pero no aquí. Nuestras guerras de religión fueron en el siglo XIX. Y las seguimos teniendo. En realidad las dos Españas son la laica y la religiosa. Es un problema que no hemos solucionado todavía.

—A pesar de la Guerra Civil y de la Transición.

—La Guerra Civil fue la última guerra de religión. Como las tres Carlistas.

—¿Se nos comprende mejor en contexto europeo? Estuvimos al margen en momentos fundamentales.

—Somos el extremo de Europa. No estuvimos en las Cruzadas ni en las Guerras Mundiales. Hemos volcado más el interés en América. La Conquista fue en cierto modo continuación de la Reconquista, que era una cruzada aquí dentro. Y en el imperio fuimos diferentes. No se olvide que la Constitución de 1812 era también para América.

—E inspiró revoluciones allí.

—¡Claro! Podríamos decir que algo parecido pasó con nuestra Transición. En Nueva York había mucho periodista que venía a preguntarme porque soñaba con ser Hemingway y quería venir a cubrir el vuelco revolucionario tras la muerte de Franco. España siempre fue un país romántico para los extranjeros. Golo Mann dice en su historia de Alemania del siglo XX que es mentira que la Guerra Civil española fuera un adelanto de la europea. Para él, sus orígenes, su desarrollo y su desenlace fueron plenamente españoles, y si se hubiera dejado sin intervención foránea hubiera durado mucho menos y con menos derramamiento de sangre.

Carrascal, en la mesa de trabajo, en su domicilio madrileño JOSÉ RAMÓN LADRA

—Lo más polémico de su libro es la valoración positiva de la transformación económica y social que España registra durante el franquismo.

—El franquismo fue un estado de obras, una expresión que al régimen encantaba. ¿Y de ideas? ¡Nada! Ahí es donde falla, porque la revolución es política y la política a Franco no le gustaba nada. Era un hombre del siglo XIX. No quería la democracia liberal para España de ninguna manera. Pero conocía las necesidades del pueblo.

—Es lo que demuestran esas cifras incontestables en su libro.

—Están sacadas de un gran estudio que hizo el BBVA. Doy datos de todas las magnitudes económicas en 1935 y 1975. Los números no engañan. Hay que ver lo que era la España de 1935. Yo me acuerdo. Llegaba el capataz y señalaba a quienes tendrían jornal. Estaba pendiente una enorme reforma.

—¿Las cifras explican aspectos sociales de lo que luego nos ha pasado?

—El libro aporta cifras, así como la lista de leyes de carácter social, desde el Fuero del Trabajo. Había pueblos con candiles, en la Edad Media. La transformación hasta el 1975 es enorme. El problema es que no se corresponde ni de lejos con la evolución política.

—Y no generó ciudadanía. Usted señala que la clase media que crea Franco a golpe de planes de desarrollo tiene alma funcionaril.

«La clase media del franquismo era funcionaril»

—Lo dice Linz. Es la estructura del Estado. El español de clase media no es un burgués, no emprende, no quiere responsabilidad, no cambia de mentalidad. Y cuarenta años después este problema vuelve a aflorar, porque no ha cambiado la mentalidad del ciudadano: responsable e independiente.

—¿Los partidos siguen esa inercia?

—Buscan el quítate tú para ponerme yo para seguir actuando como antes. Dejemos aparte lo de la corrupción. Pero la actitud es de funcionario. La palabra misma revela mucho. Es alguien que tiene ¡una función! [dicho con empaque] en el Estado. Qué distinta es la expresión inglesa: «public servent», servidor público, ¡fíjate qué diferencia! ¡Es lo opuesto!

—En la investidura reverberan choques que relata en el libro, como la pugna entre la izquierda radical y la moderada en la II República.

—Ese es otro de los puntos clave, que será tema de mi próximo libro. ¿Qué es la izquierda? Es un idealismo que quiere la cosa perfecta. La derecha tiene más los pies en la tierra. Se ve incluso en su definición de democracia: el menos malo de los sistemas. La izquierda apunta a libertad y justicia, fraternidad e igualdad totales, ideales que se dan poco y de forma completa nunca. Por eso los experimentos de la izquierda son cacharrazos: el último el comunismo. Yo que viví en el Berlín antes y después del Muro puedo contar lo que fue.

—Hechos los diagnósticos, ¿cómo arreglar los problemas?

—En este momento tan global España o se adapta, con sus problemas antiquísimos y todo, o se hunde.

—¿Pero España tiene buena imagen?

—Sí. A todos los alemanes y americanos que conozco, les encanta España. Es un hecho. Y las diferencias materiales son mínimas ya.

—¿Llegará esa revolución pendiente?

—Yo soy optimista, creo en el desarrollo. Creo en el progreso, porque lo he vivido. A lo largo de mis 86 años he visto ese cambio desde la España de 1930 o 1940 a la de ahora. No tiene nada que ver. Ha evolucionado objetivamente para bien. Pero solo ha habido una cosa que no ha cambiado: los españoles.

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