Hazte premium Hazte premium

John Rutherford: «Estamos viviendo un ciego nacionalismo en la campaña del Brexit»

El profesor de Oxford traductor de «El Quijote» y de la única versión en inglés de «La Regenta», evoca cuando descubrió España en los cincuenta y rechaza el Brexit: «No me gusta ese nacionalismo del somos superiores, lo veo incluso peligroso»

El hispanista John Rutherford ABC

LUIS VENTOSO

«La Regenta» de Clarín es para algunos críticos la mejor novela española tras «El Quijote» . Si puede leerse en inglés se debe al empeño del filólogo John David Rutherford , que la tradujo en los años ochenta. A comienzos de este siglo, el hispanista oxoniense, hoy un profesor emérito de 77 años, completó también una aplaudida versión de la novela de Cervantes para Penguin Classics.

Rutherford, salido del Norte de Londres de una familia de clase trabajadora, llegó a las exclusivas aulas de Oxford a golpe de buena cabeza, codos y becas. Durante cuarenta años el hispanista dio clases en el Queen’s College. Es honoris causa por las universidades de Oviedo y La Coruña y recibió la medalla de oro de las Bellas Artes de manos del Rey Juan Carlos. También ha contribuido a que el idioma gallego, que habla con sorprendente perfección, se estudie en Oxford. Pero lo de Rutherford y la lengua de Rosalía tiene truco: está casado con una gallega de Ribadeo, villa en la raya de agua que separa a Galicia y Asturias. Cuando llegó allí de chaval, procedente del Londres duro de la posguerra, asegura que descubrió «un mundo en tecnicolor».

Anfitrión cordial, es un viejo izquierdista, músico y gastrónomo. Charlamos en su acogedora casa de hobbit en las afueras de Oxford. En la vivienda hay varios instrumentos, gaita incluida –Rutherford es medio músico– y muchos recuerdos de Galicia , donde viven varias de sus hijas (hasta plantado un tojo en su jardín en homenaje a su admirado Manuel Rivas). También hay libros a montones, claro, entre ellos las galeradas de su último trabajo: ha vertido al inglés sonetos clásicos de Garcilaso, Quevedo o Góngora, un libro de inmediata publicación llamado «Spanish Golden Age sonets».

¿Cómo le dio por España?

Pues por pura casualidad, como casi todo en mi vida. A los 17 años quería ir a la universidad y hacer historia medieval, que me encantaba. Pero me cambiaron de profesores y los nuevos no me dejaron. La segunda asignatura tras la historia era el español, así que me quedé con ella.

¿Y ya está…?

No, hay más. En esas mismas fechas, también por pura suerte, llegó a nuestra carta a nuestro colegio de un chico español que pedía intercambio. Un misterio, porque en realidad la carta no venía dirigida a mi colegio. Mis profesores de español me andaban diciendo que si quería ir a la universidad a hacer español tenía que mejorar muchísimo en el idioma y que debería ir varios meses allí. ¡Y justamente llegó aquella carta!

¿Y de dónde era el chaval?

Pues de Ribadeo, claro. Estábamos en 1958 y pasé cuatro meses allí. Vi en los libros antes de ir que aquello estaba en Galicia y que se hablaba gallego, que decían «boas noites» en vez de «buenas noches». Pero al llegar allí yo andaba con gente de clase media y fue una sorpresa que en realidad todos hablaban en español. Sí se escuchaba el gallego, pero a la gente obrera.

¿Fue mucho salto ese Londres-Ribadeo a finales de los cincuenta?

Tremendo. Increíble. En Londres en los años cincuenta todavía se notaba la posguerra, había mucha austeridad y se trabajaba muchísimo. Era una vida gris, con poca actividad social. Mi familia vivía en una calle típica de suburbio londinense, con todas las casas iguales. El próximo bar estaba a tres kilómetro. Te levantabas, trabajabas, o ibas al colegio, cenabas y dormías. Así era la vida. Irme a Ribadeo fue como salir de una película a blanco y negro para entrar en una en tecnicolor.

Me sorprende. Pasa del enorme Londres a Ribadeo y resulta que donde está el ambiente es… en Ribadeo.

¡La gente era tan diferente! Tal vez en Ribadeo todavía eran más pobres. Pero a pesar de todo había alegría entre ellos, una viveza que me chocó muchísimo. Me enamoré de Ribadeo enseguida.

Pues los gallegos en España tampoco tenemos fama de ser la alegría de la huerta…

Lo sé. Pero supongo que los londinenses serían todavía más tristones, ¿no? Yo era un chiquillo inocente, claro.No me enteraba de la política, de la represión franquista, aunque la verdad es que en Ribadeo casi no se notaba. Aquello era como una gran fiesta. Hice más amigos en unos días que los que había hecho en Londres en toda mi vida. Era mágico.

Ahora usted es académico de honor de la Real Academia Galega. ¿Cómo aprendió gallego?

Llegó más tarde, cuando ya llevaba unos veinte años yendo a España y estaba casado con mi ribadense. Compramos una casa en una aldea de allí y al arreglarla trabé amistad con el constructor, O Rebolo, y sus hijos, que solo hablaban en gallego. Me enseñaron a pescar, nos hicimos amigos, y me daba algo de vergüenza no saber hablar la lengua gallega, así que empecé. Y luego al amueblar, con el ebanista me volvió a pasar lo mismo. Aún hoy seguimos siendo muy amigos. Nunca fui a clase, lo aprendí con mis amigos ribadenses. Ya en 1992, cuando se fundó aquí el Centro de Estudios Gallegos de la Universidad de Oxford, conocí la versión más académica.

España fue una fiesta. ¿También el descubrir su literatura?

No tanto, porque también tenemos una literatura inglesa muy buena. No me llamó tanto la atención como la gente.

¿Cómo se embarcó en «El Quijote»?

Firmé un contrato con Penguin y conseguí un año sabático en la Universidad para poder hacer la traducción, el 96-97. Me llevé a la familia y los diccionarios a Ribadeo, todo cargado en el coche, vía ferry. Trabajé muchísimo, pero con enorme placer y alegría.

Viviendo tantos días con Cervantes, ¿cómo se lo imagina?

Un hombre con un tremendo sentido del humor, que a pesar de todo lo que sufrió en su vida, le gustaba siempre la risa y la sonrisa. Por eso quise hacer la traducción, porque a mi juicio las que se habían hecho al inglés en la época moderna no reproducían adecuadamente la comicidad del Quijote. No hacía reír, y el Quijote debe hacer reír o sonreír.

Eso fue oscilando, ¿no? Cuando sale el libro, la gente buscaba su humorismo, pero luego los románticos lo recargan con tanto simbolismo…

Sí, en el XVII y el XVIII se realzaba la comicidad casi demasiado. Pero el Quijote es también un libro serio, que hace pensar, eso también es importante. Las primeras traducciones inglesas dejaban de lado lo trascendente. Censuran las partes serias y llegan a añadir chistes propios. Uno de finales del XVII incluso mete chistes verdes, algo que Cervantes no hace, porque no es pornógrafo nunca. Luego viene el Romanticismo y se pierde casi lo cómico, que solo se conserva un poco en Sancho Panza. Se convierte al Quijote en una figura muy compleja, un ser clásico que pierde la comicidad. Demasiada solemnidad. Yo intenté nivelar. Hacer sonreír y también pensar.

¿Goza de buena salud «El Quijote» en Inglaterra?

El libro va bastante bien. No es algo fabuloso, pero son unos nueve mil ejemplares anuales. No ha bajado desde que se publicó hace ya 16 años. El interés sigue estable desde el año 2000.

La fiesta que se ha hecho aquí con el aniversario de Shakespeare me ha parecido mayor que la de España con Cervantes. ¿Por qué esa diferencia?

La crisis económica no ayuda en ese sentido. Cuando falta dinero lo primero que sufre es la cultura. Y eso ha pasado más en España que en Inglaterra, porque aquí la crisis es menor.

¿Cómo puede ser que «La Regenta», tal vez la mayor novela española del XIX, estuviese olvidada aquí?

Y lo sigue estando. El principal motivo es que los ingleses seguimos siendo muy isleños; además, como tenemos una literatura en inglés muy buena, hay una gran tendencia a pensar que no nos hacen falta traducciones de obras extranjeras. ¿Por qué molestarse con Calderón o Lope si tenemos a Shakespeare? Los únicos españoles que suenan de verdad son Cervantes y Lorca. Resulta muy difícil que otro, por buenísimo que sea, resulte aceptado. Yo pensaba que la traducción de Clarín podría marcar diferencias. Pero pese a que recibió reseñas de críticos ingleses muy importantes, que hablaban de un gran clásico, eso pasó y «La Regenta» hasta dejó de publicarse un año. Un alumno me advirtió. Yo entonces escribí una carta tremenda a Penguin y me hicieron caso y volvieron a sacarlo. Pedro vende muy poco.

Usted ha pasado toda su vida estudiando y trabajando aquí. ¿Es muy pijo el ambiente de Oxford?

No. Eso es parte del mito. Hay y hubo pijos, claro que sí, y cuando hacen alguna tontería se destaca en todos los periódicos, pero si no quieres saber de esa vida, pues no te influye, estás a lo tuyo. Yo por ejemplo soy de familia obrera y cuando estudie en los años sesenta constaté que había mucha gente como yo. A mi prácticamente me pagó el Estado todo. Por desgracia eso no pasa ahora.

¿Está perdiendo empuje creativo Inglaterra?

Yo creo que no. Por ejemplo, el propio inventor del correo electrónico estudió en mi colegio, el Queen’s College. Un problema que tenemos es que como compartimos lengua tendemos a dejarnos dominar demasiado por Estados Unidos. Los propios Beatles hicieron lo suyo más en una tradición de música inglesa que americana.

Cómo ve el referéndum sobre la UE?

En los últimos años me desilusioné mucho de la política. Antes eres era muy activo en la izquierda, pero el Partido Laborista se echó muy a la derecha, me decepcionó y pasé a meterme más en la en la literatura. Pienso que hay que seguir dentro de Europa. Creo que estamos viendo un nacionalismo un poco ciego, en plan «somos grandes, podemos hacer todo nosotros, no nos hace faltan los otros países de Europa…». No me gusta ese nacionalismo. Lo veo incluso peligroso, porque si piensas que eres mejor que los otros, tienes derecho a conquistarlos, a hacer colonialismo…

¿Entre qué sectores del pueblo inglés ha prendido más ese nacionalismo?

No se limita a ninguna clase social en especial, ni mucho menos. Es una tendencia muy general en este país, que en primer lugar es una isla y en segundo lugar, tiene una gran historia. Hay cosas que invitan a la tentación de ese nacionalismo superior. «Qué grandes fuimos y ahora vamos a volver a serlos separados del mundo…».

Las casas de apuestas siguen diciendo que gana la permanencia.

Yo también lo creo, porque el miedo también es importante. Sabemos lo que es estar dentro de Europa, pero no cómo sería estar separados. Cameron y los suyos aprovecharán al máximo ese miedo y me parece que resultará decisivo.

Para acabar, dígame un secreto: ¿Por qué a los ingleses no les gusta el pescado, siendo esto una isla?

¡Es cierto! Yo también lo he pensado muchas veces, porque a mí me encanta. Y no lo sé. Tal vez se deba a que históricamente se pensaba que la comida buena era la carne, no el pescado y las legumbres. El pescado era aquello que tocaba los viernes, porque la iglesia no te dejaba comer carne. Pero bueno, eso también pasaba en España. Así que… ¡Quién sabe!

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación