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La huida enamorada y flamenca de Lorca a Nueva York

El bailaor David Morales pone en pie al Carnegie Hall metido en la piel de Federico García Lorca, en una obra en la que el flamenco y el baile contemporáneo dibujan el último y trágico amor del poeta.

David Morales, en la piel de Lorca ABC

JAVIER ANSORENA

¿Habría huido Federico García Lorca a Nueva York de haber escapado al asesinato a manos del bando nacionalista apenas comenzada la Guerra Civil? Parece difícil que el poeta eligiera la ciudad de «geometría y angustia» que tanto le costó encajar cuando la visitó en 1929, la de «lis y rata», de «pájaros cubiertos de ceniza», de las «cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean en aguas podridas».

La Gran Manzana era, sin embargo, uno de los destinos americanos a donde Lorca se planteó fugarse con su último amor , Juan Ramírez de Lucas, según aseguró esta semana en el Instituto Cervantes de Nueva York el escritor y poeta Manuel Francisco Reina. Él firmó en 2012 la novela «Los amores oscuros», basada en su descubrimiento de una carta del 18 de julio de 1936 y otros documentos con los que sostiene que Ramírez de Lucas -crítico de arquitectura de «ABC» durante décadas y fallecido en 2010- fue el último amor de Lorca. Ramírez de Lucas tenía 19 años, era su «rubio de Albacete», a él dedicó sus famosos «Sonetos del amor oscuro» y con él planeó marcharse al extranjero. Su destino más probable era México, pero Nueva York, donde Lorca tejió una red de contactos en los meses que pasó aquí, también fue una opción.

Esa huida imposible se materializó esta semana -enamorada y flamenca- en el Carnegie Hall de Nueva York. El templo musical de la Gran Manzana recibió casi lleno -contra pronóstico, ya que era la víspera del día de Acción de Gracias- el espectáculo «Lorca muerto de amor», del bailaor y coreógrafo David Morales, y con libreto del propio Reina.

«Tuve insomnio, muchas noches de pesadilla», explicaba días antes de la representación David Morales sobre la construcción del personaje de Lorca. «No quería que el público viera un bailaor flamenco. Quería ser Federico, quería ser romántico, apasionado. No soy homosexual, pero como si lo fuera, quería sentir en su piel esa pasión oculta».

«Lorca muerto de amor» arranca con un martinete desgarrador, con Morales vestido de fucsia chillón, de las botas a la chaqueta, y con una proyección que asemejaba unos tallos de mimbre que, como cantaba Camarón, «lo bambolea el aire, pero se mantiene firme». Las proyecciones sobre el fondo del escenario se suceden durante todo el espectáculo e incorporan el surrealismo -las referencias a Buñuel, como las manos en blanco y negro y los ojos y las navajas, son inevitables- al que Lorca se acercó.

En el papel de Juan Ramírez de Lucas está el gran bailarín contemporáneo David Amaya, y los dúos entre él y Morales son la cumbre del espectáculo: dibujan su amor homosexual -refrenado, en ocasiones, desbordado, en otras- y simbolizan la figura del poeta, puente entre la España atávica y la moderna, que no pudo ser más flamenco ni más vanguardista.

El guitarrista y autor de la música Daniel Casares es quizá quien se enfrentaba al mayor desafío en esta obra . ¿Es posible volver a inspirarse en Lorca desde el flamenco y decir algo nuevo? Algunos de los más grandes de la historia -desde Enrique Morente a Manolo Sanlúcar- han dejado ejemplos que parecen insuperables y Casares aseguraba antes de subir al escenario que «ha sido un desafío» y que intentó acercarse a Lorca «con la mayor honestidad posible y dejándome llevar por la pasión». El resultado que se vio sobre el escenario del Carnegie -a pesar de que el sonido no fuera ideal- fue excelente, desde la granaína con la que arranca con la guitarra, hasta las alegrías de «Lorca le dijo a Falla» que cantó con increíble fuerza Esperanza León o los tientos que adaptan la letra de «Yo andaba navegando por los treinta».

Pero quizá la cumbre musical del espectáculo llegó con su invitado especial, Miguel Poveda. La lumbrera contemporáneo del flamenco salió un par de veces a escena pero llenó el teatro como si hubiera todo un cuerpo de baile. Su interpretación de «El poeta le pida a su amor que le escriba» fue el pico de emoción de la noche, que acabó con el escenario teñido de rojo, con el público del Carnegie en pie, después de que Lorca muriera por soleá, con las voces de Kiko Peña y Manuel Peralta, con su letra de «No salgas, paloma, al campo, mira que soy cazador, y si te tiro y te mato para mí será el dolor».

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