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Francisco Vázquez de Coronado, el explorador perdido que acabó en leyenda

La huella de España en EE.UU. tiene en el salmantino uno de los más reconocidos pioneros de la historia

El hambre causó sanguinarios enfrentamientos entre españoles e indios ABC

Borja Cardelús

Resulta curiosa la muy diferente motivación de los pobladores ingleses y españoles de los primeros tiempos en el Nuevo Mundo . Los ingleses huían de las persecuciones religiosas desatadas en Inglaterra a finales del siglo XVI, y viajaban con sus familias, en busca de un lugar donde asentarse sobre una parcela, sembrarla y construir una casa de madera. Muy al contrario, los españoles no salieron de Castilla huyendo de nada, viajaban los hombres solos, y lo hacían en busca del golpe de fortuna que les librara de su vida cicatera. Y así nacieron los mitos, como irresistibles señuelos: El Dorado, la Ciudad de los Césares, la Fuente de la Juventud, las Siete Ciudades, Quivira… Fantasías, quimeras, sueños, contra humilde y rutinario trabajo.

Francisco Vázquez de Coronado era segundón de una familia de Salamanca, y marchó a Indias para labrarse su propio destino. Bajo la tutela del virrey Mendoza, muy joven alcanzó el puesto de gobernador de Nueva Galicia, los páramos extensos del Noroeste de México. Al casarse con una rica heredera se convirtió en uno de los hombres más ricos de Nueva España, y entonces recibió la llamada del destino, esa que llega una sola vez en la vida, y hay quienes saben aprovecharla y quienes no. Había regresado Marcos de Niza de constatar la existencia de una de las míticas Siete Ciudades de Cíbola, en el Norte, y el Virrey organizó una expedición exploradora y colonizadora, poniendo al mando de ella a su protegido Coronado.

En otro capítulo de esta serie se ha relatado que la visión de Niza fue un fiasco, y en lugar de una ciudad de oro, Cíbola era un pobre pueblo de adobe. Pero ya no había vuelta atrás. Coronado y sus hombres no regresaron, porque el mandato del Virrey era explorar, poblar, e incorporar a los nativos a la fe cristiana. Instalado en Cíbola, despachó expediciones por todos los rumbos para reconocer el territorio.

Una de ellas, la de García López de Cárdenas , avanzando en dirección Oeste se topó con un impedimento formidable: la tierra se abría en lo que parecía una sima sin fondo, y el otro lado del tajo distaba cuatro leguas. Cárdenas había descubierto el Gran Cañón del Colorado, y aunque en un principio intentaron descender al río, desistieron ante la imposibilidad de la empresa. Para aquellos españoles, el Cañón supuso un simple obstáculo, y les impresionó tan poco tal fenómeno de la Naturaleza, que ni siquiera Cárdenas lo consignó en su informe.

Tiempos de escasez

El primer invierno fue duro, porque faltos de alimentos los españoles los tomaron a la fuerza de los indios, lo que provocó graves enfrentamientos que se saldaron con asaltos sangrientos a los poblados de los nativos. El hambre vuelve lobo al hombre. Cárdenas, el descubridor del Gran Cañón, moriría en prisión en España, condenado por estos desmanes. Las Leyes de Indias exigían el buen trato a los indios.

Desvanecido el sueño de las Siete Ciudades, ante Coronado se dibujó otro mito. Un nativo de tez oscura al que apodaron el Turco, reveló que más allá se extendía una fabulosa región llamada Quivira, que definió así: «El señor de aquella tierra duerme la siesta debajo de un grande árbol donde cuelga gran número de cascabeles de oro». Sin duda, el Turco conocía bien la psicología de los expedicionarios.

El propio Coronado se lanzó a la búsqueda de aquella nueva quimera, adentrándose en las tierras de Texas y de Kansas, las llanuras ilimitadas donde pastaban tan inmensos rebaños de bisontes, que la visión de la tierra se ocultaba bajo la masa oscura de los búfalos. Aún no había llegado Buffalo Bill , y por ahora solo los cazaban los indios y los lobos.

Sin embargo, nada había de los cascabeles de oro anunciados por el Turco, y Quivira no era más que un conjunto de míseras aldeas de los Wichita. No solo el Turco les había engañado, sino que trató de soliviantar en secreto a los indios locales contra los españoles, por lo que fue ajusticiado.

A las puertas del invierno, Coronado dispuso reanudar en primavera la exploración hacia el Norte, pero el destino se interpuso en sus planes. Compitiendo a caballo rompióse su montura, cayó, y otro caballo pasó sobre su cabeza. Estuvo al borde de la muerte, y aunque se recuperó, ya no fue lo mismo. Entró en un estado profundo de depresión, sin pensar en otra cosa que en regresar junto a su esposa, e incluso obligó a sus soldados a firmar la intención de volver.

Vuelta a México, la expedición fue considerada un fracaso, y su jefe apartado de toda gobernación. Pero Coronado pasa hoy en Estados Unidos por ser uno de los primeros y mayores exploradores españoles. Buscador incansable de mitos, Vázquez de Coronado acabó convirtiéndose él mismo en una leyenda.

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