Hazte premium Hazte premium

Emilio Lledó: «Los verdaderos educadores hoy son los medios de comunicación»

El filósofo recibe mañana el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades

INÉS MARTÍN RODRIGO

El profesor Emilio Lledó (Sevilla, 1927) , en activo durante más de cincuenta años , ya está «tristemente jubilado». Pero el sabio Lledó sigue ejerciendo... ¡Y de qué forma! Ayer, en el tradicional encuentro que los galardonados mantienen con la prensa en Oviedo los días previos a la ceremonia, el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2015 dio una clase de decencia y civismo en toda regla, ensalzando la capacidad del lenguaje para transformar este mundo nuestro que, «en muchos niveles», aún está «en el siglo IV a.C.».

No obstante, por la mañana Lledó había ofrecido una charla («El disfrute de la filosofía») en el Campus de Humanidades de la Universidad de Oviedo y tenía, aún, el gusanillo latente de esa necesidad de «enseñar a pensar». Un gusanillo que, en realidad, lleva dando sentido a la vida del filósofo desde que en 1952 se licenciara en la Universidad de Madrid.

Exilio en Heidelberg

Al poco tiempo, Lledó marchó, exiliado, pero con una beca de la Fundación Alexander von Humboldt («No había nacido ni Erasmo de Róterdam», ironizó ayer, ante la comparación con los Erasmus de ahora), a Heidelberg, donde comenzó a amar la filosofía clásica. «La decencia es la esencia de la política y eso está dicho hace veinticuatro siglos», advirtió el catedrático. «Yo no sé si han leído a Platón o a Aristóteles algunos de nuestros indecentes» , dijo, haciendo referencia, directamente, a los «abundantes ejemplos de indecencia» que hay en la clase política actual. «Es gravísimo que organice la vida nuestra un indecente con poder, un ignorante que decide sobre nuestros días. Eso es patológico, es patología social», se lamentó, sin querer dar nombres ni ejemplos concretos. Y es que «el político tiene que ser decente». Y punto. Tanto es así que, volviendo a Grecia, a esos clásicos cuya vigencia Lledó reivindica con pasión, entonces se preguntaban si, acaso, los políticos podrían ser capaces de ejercer como tal, al ser «tan grande la generosidad que tienen que dar».

Curioso contraste el que ofrece el progreso, con la prensa como testigo de excepción, espejo de una realidad que, a veces, los propios medios deforman sin ser conscientes… o siéndolo pero sin importarles. «Somos comunicación, lenguaje, y esa es una de las maneras de transformar el mundo, aunque suene a utópico», esgrimió el profesor. «Si nos encerramos en la inmediatez y la economía, sería un atraso para tantos siglos de cultura» , remató. Porque, en su opinión, acertada para cualquiera que tenga los ojos abiertos (y no es fácil), «somos lo que decimos, somos seres que hablamos, la lengua matriz, generadora, el lenguaje que dice libertad», y no darse cuenta de ello quizás haya sido «uno de los defectos de nuestro tiempo». Por eso es tan importante el papel que desempeña la prensa. «Los verdaderos educadores del mundo contemporáneo son los medios de comunicación, por eso es importante lo que transmiten, con tal de que no estén mediatizados, porque entonces ya no son libres» y se limitan a generar «grumos mentales que acongojan nuestro pensamiento y lo paralizan».

Una vida rodeado de libros

Lo dice alguien que vive por y para la palabra, con esa pared de su casa madrileña en la que, llena de libros, ve reflejada su vida, por mucho que la comunicación virtual se empeñe en eclipsarlo todo, a veces cual apisonadora del conocimiento. «Me parece que la comunicación virtual puede ser algo retrasador , adjetivo que no admitiría la Academia, pero no importa. Yo me he educado entre libros de papel, de literatura, de filosofía, de poesía, de Historia de España...». Esos libros le acompañan y le hacen «latir en su memoria»; un efecto que, a todas luces (las que a veces faltan en esa comunicación virtual), no tendrían «cuatro bonitos iPads» colgados de esa misma y blanca pared. A Emilio Lledó sus libros le «leen, y no es una metáfora literaria; a veces, Kant me reprocha: “¡Cuanto tiempo sin tomarme en sus manos!”». Un reproche que, de vez en cuando, en la librería de cada uno, bien podría protagonizar el propio filósofo y decirnos, sin que la voz le temblara: «¡Cuánto tiempo sin tomarme en tus manos!».

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación