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Carlos Herrera: «No habrá muros inderribables»

Discurso íntegro del periodista de COPE premiado con el Mariano de Cavia

Herrera recibe el premio Mariano de Cavia JAIME GARCÍA

Majestades,

El simple hecho de anunciar en mis palabras un canto al optimismo hará que este humilde exordio sea desechado de antemano como una falta de rigor esencial para analizar los tiempos que corren. No es momento de hablar de la deriva del tiempo; hay que hablar, si uno quiere ser políticamente correcto, del tiempo a la deriva. De nuestra Patria a la deriva. España, desgraciadamente, a veces parece el Palacio del Tonto. Cito a menudo el viejo aserto del inolvidable hombre de ABC Sevilla, Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, según el cual en España hay más tontos que botellines. A veces uno tiene la impresión de que va a entrar un tonto por La Coruña y se va a caer al mar otro por Almería. Independientemente de la densidad de cenizos por metro cuadrado que acompañan nuestro tránsito, España, la tierra en la que hemos nacido y crecido, será en el futuro mucho mejor de lo que es hoy y fue ayer. Por varias razones: entre ellas la calidad de las nuevas generaciones (mejor de lo que sospechan muchos) y la indudable inquietud creativa de su ciudadanía. Los inexplicables muros que nos han separado históricamente de la modernidad van cayendo uno a uno hasta el punto de que se nos está poniendo una cara de vanguardia europea que echa «pa tras». En ese sentido Señor, como en otros, lo estáis bordando.

En algún momento se han preguntado nuestras élites del pensamiento: ¿Cuánto hace que España ha dejado de soñar?

La innegable seducción del pesimismo ha permitido que, para algunos, el tránsito de España por los siglos se asemeje al de una Nación permanentemente moribunda. Su peso en el tiempo pasado ha sido abrumador, pero Vuestra labor, Señor, es la de propiciar que su sombra deje de proyectarse sobre nuestras cabezas. La Transición pilotada por la mano templada de Vuestro Padre –al que hoy aquí quiero recordar— inyectó nueva vida al cansino trote cochinero de nuestro ánimo. Otra vez, no obstante, ese oxidado sabor a llave vieja nos ha traído, inexplicablemente, la costumbre de la derrota, cuando España es hoy, independientemente de los problemas que la ocupan, una apuesta que cotiza alto en el ánimo de los que estamos de cenizos hasta la Apófisis Xifoides, enclave anatómico que me permite no tener que citar otras partes más blandas. Hoy, un insoportable adanismo ilumina los decires de algunos tontos que se creen llamados a escribir de nuevo la historia del pasado. Aprovecho la estructura del pregón sevillano de Rodriguez Buzón para exclamar entusiasmado: «Tontos habrá, pero como tú, ¡¡¡ninguno!!!»

En esta Europa tan pelma en la que moramos, el optimismo está mal visto, a diferencia de otras latitudes bien distintas. En España nos fascinan los fracasados y tendemos a sospechar siempre de los triunfadores. Parece como si el éxito fuera una noción extranjera, como si un Comando de Acción Rápida Reparadora hubiera de ajustar las cuentas al ganador ante el peligro que supone dejar sueltos por ahí a tipos satisfechos con sus obras. Son esa gente presa de una amargura vital de tal proporción que no se ríe ni en el látigo (entiéndase, la atracción ferial) y que justifica aquél viejo aserto del azulejo que hizo fortuna hace algún tiempo: «Hace un día precioso. Pues verás como viene alguien y lo jode».

Aunque el pesimismo tenga más relato y el optimismo sea sospechoso –no sé de qué, pero sospechoso-, déjenme que augure para España una buena posición en la «pole» del futuro. No habrá muros inderribables que se interpongan entre aquí y el bienestar social que merecemos. No desde luego los muros de los que hablo en mi artículo generosamente premiado. Crecemos, nos recuperamos, educamos nuevas generaciones más desacomplejadas y todos los que quieren coaccionar un porvenir tan unido como diverso habrán de fracasar en el intento. Sé que afirmar algo así puede costarle a quien lo haga tener que ir esquivando salivazos por determinadas esferas politico-sociales, pero tengo buena cintura y mayor paciencia. Sin melancolía puede que seamos mucho menos, pero con melancolía no se gana el futuro. Joseph Conrad habló de «esa dudosa media luz de la vida», escenario de tantos hombres y mujeres en el que viven con acomodo, haciendo cierto aquello otro que afirmó creo que Foucault: «Ya somos felices: ¿y ahora qué hacemos? Indudablemente, lo que sabemos hacer: perseverar. Triunfar».

Me daría por vencido ahora, pero no tengo tiempo, como dijo el poeta.

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